“La
Reforma es el resultado de un largo y oculto proceso social,
producido
por el encuentro y lucha entre las viejas y
las
nuevas generaciones, entre la mentalidad tradicional
y
la mentalidad moderna y, específicamente
entre
catolicismo y liberalismo”.
(Julio V. González, La Universidad:
teoría y acción
de la Reforma, 1943)
1.
Una cuestión religiosa
Con
profunda tristeza terminamos la jornada del pasado jueves 30 de agosto, siendo
testigos del vil destronamiento de la imagen de la Virgen, bajo la advocación
de María Auxiliadora, del hall central de la Facultad de Filosofía Humanidades
y Artes de la UNSJ. La misma fue entronizada aproximadamente veinte años atrás
por un grupo de estudiantes y profesores, algunos de los cuales me honran con
su amistad.
En
la vitrina vacía quedó una bandera del lobby LGTBQ y un preservativo inflado. A
su alrededor, en las paredes, papel higiénico empapado en orina, que los grupos
disidentes arrojaron a la ermita y al grupo de personas que nos encontramos
custodiando la imagen durante unas horas. María, la Reina Universal, no sólo no
reinaba, sino que era totalmente destronada y apartada de la universidad. Lo
mismo ocurrió en otras provincias y probablemente seguirá ocurriendo en otras
Facultades del país.
«Queremos
una universidad laica, por eso ¡fuera la
Virgen!», hemos escuchado. Sin embargo, la presencia de estas imágenes no
alteraban de modo alguno el accionar de las universidades, ni obstaculizaban la
enseñanza laica (la mayoría de las veces anti-tea). Por el contrario, pasaba
desapercibida.
¿Por
qué ahora este brote de odio tan visceral contra cualquier tipo de connotación
religiosa? Amén de traer por enésima vez que detrás de toda cuestión política hay una cuestión religiosa, como
sentenciara Donoso Cortés, hay que decir que la derrota sufrida por el sector pro aborto al no ver realizada una
ley que legalice el asesinato del inocente, les está pesando bastante. Tanto,
que algunas personas parecen darse cuenta –sin saberlo-, de que la sentencia
del español es totalmente cierta, puesto que inventaron el pañuelo naranja de
separación de Iglesia y Estado, lanzaron la apostasía
colectiva, quemaron y ultrajaron nuevamente algunos templos, entre otros
vejámenes de siempre y, ahora, se lanzaron en tropel contra Nuestra Señora.
2. La decadencia
universitaria
Este año se cumplen 100 años de la Reforma
Universitaria del 18’. Revuelta que tuvo en esencia el mismo veneno, la misma
ideología demoledora: el Liberalismo. El cual pretende romper toda religadura
con lo trascendente, empezando por supuesto, por Dios.
Francisco
Vocos, entre otros, analizó el proceso decadente que ha sufrido la Universidad. El
primer paso fue dejar de ser un lugar de Sabiduría, para convertirse en una
universidad meramente filosófica,
donde la inteligencia se desplaza de Dios hacia el propio Hombre buscando su
deificación.
El
segundo paso de esta caída fue la universidad científica, en la cual el pensamiento cartesiano desembocará en las
distintas formas de positivismo.
Aquí la Metafísica que ya había olvidado la Teología y la había reemplazado,
dejan lugar a las ciencias particulares y empíricas.
La
tercera caída, según Vocos, fue la transformación de la universidad en un
“centro de formación profesional dependiente del Estado”,
universidad profesional. Aquí no se busca
ni siquiera la verdad empírica o demostrable, sino una profesión: ganar dinero.
Se va a la casa de estudios en procura de un título habilitante. No interesa
tanto aprender, como egresar.
Luego
tenemos la universidad burocrática.
Una institución de gobierno. La preocupación de los universitarios pasa a ser
la obtención de poder, el gobierno de la universidad”. De este modo “el modesto
objetivo intelectual de la Universidad profesional es sustituido por un
objetivo político” y la vida universitaria se configura, en orden a este
objetivo, como una “actividad electoral permanente”. El dogma democrático y
sufragista entraría en vigencia como nunca: “la autoridad se constituye
entonces en un patrimonio del partido que tiene la mayoría de los sufragios”, “la
conquista del gobierno se convierte en el principal objetivo de la acción
política, no para la realización de un programa, sino como una necesidad
partidaria, y la administración se considera como un botín de guerra”.
El planteo político en lo universitario, explica Vocos, trajo consigo todo el
complejo mecanismo de la política electoral, formando bandos “llenos de
ambiciones y de pasiones antagónicas y la vida universitaria se convirtió en
una maraña de intrigas, bajezas y desvergüenzas”.
En
este contexto se llevaría a cabo la Reforma de 1918, que no fue otra cosa que
el triunfo del Liberalismo y del Laicismo en la Universidad. Fue un movimiento
que “no es más que el fruto maduro, el resultado natural y lógico del proceso
de descristianización del país”,
que se había acelerado a fines del siglo XIX. Potenciado, esta vez, por la
fuerza destructora de la dialéctica revolucionaria que estaba en auge con la Revolución
Rusa. Durante el 18’ entonces “se rebelaron abiertamente y atropellaron contra
todo lo que había de sagrado en la existencia y de respetable en la sociedad:
Dios, la Iglesia, el Sacerdote, la Familia, la Patria”.
Lo
que sucede hoy, y sucedió hace 100 años fue precisamente una revolución espiritual. Bien lo ha dicho Francisco
Vocos; y como detalló Julio V. González luego de exponer lo que dejamos como
cita de inicio:
“Con respecto a su naturaleza nadie ignoraba
que se trataba de un movimiento liberal y revolucionario, en cuanto él iba en
contra del orden establecido, si bien no llegaron a convencerse de que este
liberalismo se especificase como anticlericalismo o anticatolicismo”.
Así
como hoy escuchamos el grito ¡fuera
Iglesia!, ¡fuera Virgen! (al menos reafirman un dogma de Fe), hace cien
años gritaban ¡Frailes no!:
“Al destrozar los revoltosos en el salón de grados
únicamente los cuadros de los clérigos al pretender asaltar el convento vecino
y al adoptar desde aquel instante como gritos de lucha, los de «frailes no»… y
otros por el estilo, se estaba llamando simultáneamente a definirse. A partir
de aquella asonada el movimiento toma, pues su orientación definitiva y con
ello adquiere la trascendencia con que ha sido registrado. Es entonces cuando
la lucha se traba a la luz de la meridiana como el choque de las fuerzas
liberales con las clericales”.
No
debe olvidarse que el movimiento izquierdista Franja Morada, que todavía
existe, tiene su origen en la revuelta del 18’ y le debe su nombre a la
profanación de los ornamentos litúrgicos. Precisamente de las estolas moradas.
En consecuencia, los estudiantes de nuestros días no han logrado nada. No
inventaron nada nuevo. Le deben todo a los universitarios de antaño, al veneno
iluminista y jacobino, a la perversión marxista, a la estrategia de Gramsci. En
suma, a personas más inteligentes y astutas que los personajes simiescos que
deambulan por los pasillos facultativos.
Penetrado,
entonces, el liberalismo y el comunismo, puesto que este último es hijo natural
del primero –como bien enseñó Pío XI en la Divini
Redemptoris–,
se terminaba de acabar la universidad como tal. La que alguna vez fue. Nacida
no en la antigüedad pagana, ni en el Siglo de las Luces, sino en el seno de la
Cristiandad. Paris, Bolonia, Salerno, Montpellier, Oxford, Cambridge, Coimbra,
Palencia, Salamanca, no son sólo nombres de ciudades, sino también el de las
primeras y más grandes universidades conocidas. Nacidas del espíritu y el orden
social católico medieval. De la edad
oscura, como dicen. Paradójicamente la más luminosa y fructuosa de las
edades.
El
caso argentino no es distinto. No es por casualidad que hemos tocado el tema de
la Reforma de 1918, puesto que el escenario de tal movimiento revolucionario
fue precisamente la Universidad Nacional de Córdoba, una de las primeras de
América y en nuestro país la primera y única durante más de dos siglos. Nacida
de la obra de la Compañía de Jesús, fue fundada en 1613, luego de haber sido creado el Collegium Maximum tres
años antes. La Docta, como se la conoce,
recibiría el 8 de agosto de 1621 la facultad de conferir grados, de manos del
mismo Papa Gregorio XV. Para mayor pesar de los grupos anticatólicos y antiespañoles,
la fundación de la universidad y otorgamiento de títulos quedó ratificado por el
rey Felipe IV a través de la Real Cédula (2 de febrero de 1622). El principio
de los males vendría con la victoria del liberalismo masónico que se propagó
luego de la batalla de Caseros (1853). De modo que ya en 1854 se nacionalizó la
institución y dos años después se promulgó la Ley N° 88, que ratificaría
definitivamente tal hecho.
3. Liberalismo y
laicismo como nueva religión
Debemos
decir, entonces, que el Liberalismo y sus ideologías afines -democracia
incluida-, no son más que otra religión. El laicismo es una ideología
religiosa. La democracia –escribe Georges Burdeau- es hoy una filosofía, una
manera de vivir, una religión y, casi accesoriamente, una forma de gobierno”.
El liberalismo, es la libertad convertida en absoluto, como explica Anibal
D’Angelo Rodríguez,
el cual termina por convertirse en licencia y aspiración para hacer lo que cada
uno quiera. Y en la misma línea el Padre Castellani había estudiado el carácter
esencialmente religioso y teológico del liberalismo, diciendo que se trata de
una herejía.
Es una “peste perniciosísima”, dirá el Papa Pío IX. Y en una palabra no lo
podría haber dicho mejor Sardá y Salvany, el
liberalismo es pecado.
El
Laicismo, argumento esgrimido para arrojar fuera todo símbolo sagrado, tiene
tres acepciones: una opuesta a la confesionalidad del Estado (separación
Iglesia y Estado), otra, contraria al
clericalismo, o sea la intromisión del clero en la política. Y la tercera,
rechazo de lo sacro, desligando la política de cuanto se vincule a lo sagrado.
Que
el Laicismo no es otra cosa que lo anti-religioso y que la educación laica se
torna indefectiblemente en irreligiosa, lo ha explicado hace ya tiempo el Papa
Pío XI, en su Encíclica Divini Illus
Magistri:
“Puesto que la educación esencialmente
consiste en la formación del hombre tal cual debe ser y como debe portarse en
esta vida terrena para conseguir el fin último, así, en el orden actual de la
Providencia, o sea, después que Dios se nos ha revelado en su Unigénito Hijo,
“camino, verdad y vida”, no puede existir educación verdadera y completa si la
educación no es cristiana… (en consecuencia) la escuela llamada neutra o laica,
de la que está excluida la religión… no es prácticamente posible, porque de
hecho viene a hacerse irreligiosa” (n° 38)
Y
en su Encíclica Quas Primas el
pontífice acusaba al laicismo como el principal error engendrado por la
Modernidad, que desconoce a Cristo como Rey Universal:
“La peste que hoy inficiona a la humana
sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus
errores y abominables intentos” (n. 23).
Ya
lo había condenado el mismísimo Papa Pío IX en el Syllabus en la proposición errónea anematizada n° 45: “Todo el régimen
de las escuelas públicas… puede y debe ser de la atribución de la autoridad
civil”.
Escuché decir a una de las alumnas durante el
conflicto en la universidad sanjuanina, con su respectivo pañuelo en el rostro,
que ya desde 1820 que la educación es laica. Desde la Ley 1420. Y no carece de
razón. El mismo Padre Julio Meinvielle señalaba que el laicismo es una
“enormidad que ha sugerido el diablo para reconquistar la tierra cristiana”. Y
refiriéndose a la Ley 1420, impulsada ideológicamente también por nuestro
Sarmiento, dice que “viola los derechos de Dios, que debe reinar como maestro”.
Por eso Jordán Bruno Genta se lamentaba diciendo que los argentinos padecemos
desde hace generaciones una pedagogía antimetafísica y antinacional; una
pedagogía liberal, positivista y utilitaria, que ha llegado a hacernos desear
un alma extranjera, que nos ha ahondado un sentimiento de inferioridad, hasta
el punto de avergonzarnos de nuestras tradiciones espirituales y de nuestro
linaje español”.
Cómo
solucionar el problema universitario, se preguntaba el P. Leonardo Castellani,
y respondía: la solución del problema
universitario es que por ahora no tiene solución. Hay que volver a Dios,
decía, como la vuelta del hijo Pródigo. En suma, es ir al momento anterior a
dar el primer paso en caída señalado por Francisco Vocos. Retornar a una
universidad de la Sabiduría, donde el conocimiento de Dios como Verdad suprema,
sea una realidad y no un invento de estudiantes chupacirios. Lo que le pasa a la universidad hoy, dice Castellani,
es muy sencillo: no tiene a Dios. Y sin Dios el hombre puede hacer muy pocas
cosas divinas. “Volver a Dios, ¿cómo se hace? Prohibiendo la blasfemia”.
4. La Santísima
Virgen destronada
La
Virgen fue destronada, pero no hablamos precisamente con términos materiales.
Fueron vaciadas las ermitas, sí, pero primero la destronaron de su corazón,
entronizando en él un odium fidei,
odio por la fe y por todo lo que a ella se refiera. Le quitaron el cetro que la
nombraba Reina de las Naciones, para ubicar el del propio orgullo, el de la
libertad absoluta y el de un feminismo que está en las antípodas de la dignidad
de la mujer de la cual Ella es el único modelo. Tal como expresara Juan Pablo
II en su Encíclica Mulieris dignitatem,
“la mujer se encuentra en el corazón
mismo del acontecimiento salvífico” ya que es “con la respuesta de María
cuando realmente el Verbo se hace carne… De esta manera la plenitud de los
tiempos manifiesta la dignidad extraordinaria la mujer” (nn. 3y 4).
En
otro tiempo nuestra Patria contaba con hombres recios que no vacilaban en
defender de sus enemigos a Dios y a su Madre Santísima. Meditemos en aquella
norma dada al ejército por el General San Martín al Ejército (siguiendo la
lógica, deberían destronar también sus bustos y monumentos):
“Todo el que blasfemare el Santo Nombre de Dios o
de su Adorable Madre, o insultare la Religión: por primera vez sufrirá cuatro
horas de mordaza atado a un palo en público por el término de ocho días; y por
segunda vez será atravesada su lengua por un hierro ardiente, y arrojado del
cuerpo. Sea honrado el que no quiera sufrirlo; la Patria no es abrigo de
crímenes”.
En otro tiempo también nuestros
pastores se pronunciaban sin reparar en la opinión de las mayorías, sino tan
sólo en la Verdad perenne. El Episcopado Argentino en conjunto diría un 20 de
febrero de 1959 que “el liberalismo o laicismo, en todas sus formas, constituye
la expresión ideológica propia de la masonería”. Hoy, en cambio, es notable
como el discurso intenta conciliar con el mismo liberalismo, dejando de lado aquello
de San Pío X sobre el liberalismo: “el sacerdote, verdadero
sacerdote, debe revelar al pueblo confiado a sus cuidados sus peligrosas
asechanzas y sus malos objetivos”.
El
discurso actual,
en cambio, cuando no guarda absoluto silencio, se expide sobre una “tradición
católica multisecular”, pero sabemos por nuestra historia que el catolicismo
tradicional argentino no siempre lo fue. En cambio, se dice que hay un catolicismo
que responde a un “integrismo católico”. Mantenerse firmes en la Fe al parecer
no es lo importante, sino que tenemos una nueva “virtud de la tolerancia”. Como estrambote final
se dice que “solo en democracia los ciudadanos podemos discutir”, respetando y defendiendo
el “alto valor democrático que es el derecho a la libre expresión”. La “libertad
religiosa de los ciudadanos” es la que debe quedar intacta, mas no la
integridad de la Fe. Siempre se deja la solución a criterio de las mayorías,
siguiendo una proposición puramente liberal democrática.
Se ha olvidado aquellas enseñanzas del
Magisterio que, contrariando la postura que defiende que “la libertad de
conciencias y de culto es un derecho propio de cada hombre”, y que todo Estado
debe garantizar como ley fundamental -además de que los ciudadanos tienen
derecho a la plena libertad de manifestar sus ideas “sin que la autoridad civil
ni eclesiástica alguna puedan reprimirla en ninguna forma”. Contra esto, ya
denunciado y condenado como “locura” por Gregorio XVI, declara Pío IX que “al
sostener afirmación tan temeraria no piensan ni consideran que con ello
predican la libertad de perdición”. Más todavía: “si se da plena libertad para
la disputa de los hombres, nunca faltará quien se atreva a resistir a la Verdad”,
“pero Nuestro Señor Jesucristo mismo enseña cómo la fe y la prudencia cristiana
han de evitar esta vanidad tan dañosa”.
Concluyamos alentando a los fieles a expresarse públicamente
por el Reinado Social de Cristo y proclamando un desagravio público ante los
hechos que diariamente suceden. Por fin, además de ofrecer oraciones y
sacrificios en reparación por las ofensas cometidas, repitamos aquellos versos
populares a la Reina de toda la Creación, sabiendo que al final su Inmaculado
Corazón triunfará:
Oh,
Virgencita que luces,
ojos de
dulces miradas,
que
vieron pasar espadas,
que
dieron paso a las Cruces.
¡Mira
tus tierras amadas!
Y, si
hoy destruyen las Cruces,
brillen
de nuevo las luces
del
filo de las espadas.
¡Viva
Cristo Rey! ¡Viva María Reina!
Eduardo Peralta.
(San Juan, 4 de
septiembre de 2018)