“Hoy
quiero llenarte de excesos
vamos
a comernos a besos,
perder
la inocencia contigo,
no
tener control…”
(Pijama Party,
“Comernos a besos”)
“Hoy los jóvenes no tienen rumbo”, “la juventud
está perdida… cada vez más perdida”. ¿Quién no oyó alguna vez palabras
similares pronunciadas con un cierto tono de pesadumbre y decepción? O mejor,
¿quién de nosotros no las ha proferido con sus propios labios en algún momento?
Son
continuos los episodios que oímos y vemos a diario o de los que recibimos
noticia a través de los medios de comunicación, que provocan estos y otros pensamientos
en nosotros. Jóvenes que han hecho del robo, el homicidio y la violencia, un
oficio. Jóvenes que reniegan de sus padres para vivir una vida cómoda,
abandonados a diversiones y pasatiempos inútiles. Jóvenes cuya vida gira en
torno al sexo, el alcohol, los narcóticos, lo que ellos llaman “música”, y el
boliche.
Es
concretamente la discoteca el lugar donde nuestros jóvenes encuentran todo esto
de manera muy sencilla y organizada. Hoy tenemos el fenómeno llamado “previa”,
que consiste precisamente en precalentar al modo en que lo hacen los
deportistas, la garganta, los oídos, todo el cuerpo y el espíritu, para la vorágine
que vendrá horas más tarde. Lo cual es más de lo mismo: más alcohol y menos
angustias, más chicos y chicas, menos pudor, más adrenalina y menos
preocupación, más consumo y menos dinero, más desenfreno y menos control, más
“libertad”, pero menos dignidad. En definitiva, menos racionalidad, aunque más animalidad.
En
el lugar acordado aguarda la música que a todo volumen consume los oídos sin
dejar oportunidad alguna para el diálogo y la comunicación, y su ritmo y letras
que invitan abiertamente al descontrol sexual. El alcohol, elemento que
desinhibe y adormece las conciencias, espera impaciente ser consumido en
abundancia. Los narcóticos, como el éxtasis,
que circulan cual si fuesen caramelos. Luces y sombras, sonidos y colores,
aromas y figuras moviéndose al compás del aturdimiento. Las personas, cada vez
más despersonalizadas, se sumergen –voluntariamente, claro está- en el mar
tempestuoso del desenfreno de las pasiones más bajas. Todo está medido y
articulado. La máquina funciona a la perfección.
Pero
se trata de un verdadero simulacro de fiesta, un lugar autoritario, con
normas propias y criterios racistas. Lugares de exclusión, cuyo prestigio
social va de la mano con la necesaria actitud “discriminatoria”. Y por eso quizás algunos no se sienten tan cómodos como aquel
joven que cuenta:
“Voy con mi novia y en grupo; ir solo es
angustiante. La música es fuerte, la comunicación, nula. Es una vidriera para
mirar y ser mirado, un juego histérico, narcisista, sin contacto. La gente
asiste en grupos no mixtos, cada cual en la suya, como autistas. Se parecen a
los documentales (...) y se presenta como un espectáculo patético.”
Tal es
el efecto disgregador de la discoteca. Podrá argüir alguno que, amén de ser
retrógrados y anticuados, realizamos un reduccionismo radical al no contemplar
el baile como una expresión del Hombre, como un arte digno de ser practicado.
Pero ocurre exactamente lo contrario, puesto que no estamos hablando de una
danza como tal, sino de movimientos desarticulados que imitan incluso las
posturas sexuales. Nada nuevo. Es algo que ya realizaba a la perfección el
renombrado Elvis Presley, también llamado Elvis “la pelvis”. Ninguna novedad,
sólo que lo que antes era considerado una actitud revolucionaria e innovadora
hoy se ha vuelto política de estado. Mientras que en un tiempo se buscaba el
estilo, en otro se busca lo simiesco.
El baile, la práctica del baile, era verdaderamente una danza. Allí el hombre
manifestaba su nobleza y caballerosidad. Hoy se trata de movimientos agitados y
frenéticos, de contorsiones y espasmos sin sentido. Cuerpos que se zarandean y
se revuelven en el estrépito de las pasiones más bajas. Pataleos irregulares
que nada tienen que ver con la belleza artística.
Pongamos como ejemplo el famoso género
diseminado por el mundo llamado Reggaetón. Dicho estilo, nacido en Puerto Rico,
tiene como baile característico el “perreo”, también llamado “sandungueo”. Como
el nombre lo indica, el baile imita los movimientos sexuales del perro. Este
baile no funciona de forma individual, sino en conjunto. Todo es mostrado a
través de los movimientos. No es necesario quitarse la ropa (la poca ropa),
dado que el cuerpo se despoja del vestido. Hay un descenso a lo puramente
animal. Lo dicen incluso sus canciones, como aquella reciente que reza: “Si necesitas reggaetón, ¡dale!, / sigue
bailando nena no pares. / Acércate a mi pantalón ¡dale!, / vamo’ a pegarnos
como animales…”.
En medio de este ruido al que llaman
música -sin mencionar en nuestro país fenómenos como la cumbia villera-, las letras hacen alusión en primer lugar al sexo,
en segundo lugar al alcohol, las drogas y el demonio, y posteriormente, el
suicidio y violencia en general. Hace algunos años causaba furor una de las
canciones del todavía vigente grupo de reggaetón Calle 13. El tema llamado
“Fiesta de locos” describe perfectamente estas reuniones nocturnas de las que
hablamos y es uno de los ejemplos más claros de la conjunción de los tópicos de
los que tratan las canciones del reggaetón:
“...Esto es una fiesta de
locos / pero yo soy el único que no estoy loco / (Yo soy el único que no estoy
loco!) / Nena yo sé que mi letra es
obscena / pero con ella es que pago la quincena. / Mujeres feministas vamos
hablar sin tapujo, / tú pones la colcha y yo te estrujo. / Mi amor, tú te vas a enamorar de este inmoral / aunque seas inteligente o anormal / Da
igual, según Sigmund Freud / la sexualidad rodea todo lo que soy...”
“...Llegó el abusador como colonizador
español...” “...Un poco de
perversión en la canción no viene mal / ¡Hija!, si eres buena y por
la noche rezas / dame un beso en la boca y después te confiesas. / Estoy en
el Edén, ¡amén! / Un aren de niñas bailando sin sostén / con tu cuerpecito de
adolescente / cualquier ser viviente se pone caliente / Están tan buenas esas
princesitas / que lo que sudan es agua
bendita. / Ese trasero tuyo llena cualquier Coliseo / y pone a creer a cualquier Ateo / Yo sé que mi música es profana / pero cuando deje de vender hago música
cristiana. / Por ahora te sigo
dañando el sistema digestivo / con todo lo que escribo...”
“...Esto no es Reggaeton / pero como quieras bailas un montón. / Si no te
gusta esta canción / pues entonces tírate por un balcón (Uh...)”
Este es el universo en el que los
adultos dejan que los jóvenes, sus hijos, se sumerjan desde temprana edad. Los
así llamados matinée son una prueba
clara de ello. Con la diferencia de que no se vende alcohol puesto que es
ilegal la venta a menores, todo lo demás es idéntico. La misma música, la misma
vestimenta, el mismo baile, el mismo aturdimiento, el mismo frenesí.
En algunos lugares curiosamente los
padres están invitados a presenciar las fiestas de sus hijos. Tal es el caso de
algunas discotecas de Pinamar, Punta del Este y San Isidro, en Buenos Aires.
Veamos lo que cuenta Alejandro Dupuy, uno de los grandes organizadores de estas
fiestas para adolescentes, acerca de la participación de los padres entre otras
cosas.
La matiné de “Kú”, la más importante de Pinamar, reúne cada noche entre 500 y
700 chicos entre 12 y 14 años.
“…el espacio está, pero los padres nunca se quedan.
Lo que hacen es traer a los chicos, mirar un poco cómo es el ambiente y cuando
se quedan tranquilos, los dejan, respetan su intimidad. A lo sumo dejan a algún
hermano mayor, que si se queda lo hace a regañadientes. Pero tampoco es común” “…El
espacio para los padres está y se
mantiene, aunque es una porción muy chica la de los que quieren quedarse y ver.
La mayoría trae a los chicos y después los viene a buscar, por lo general,
media hora antes de que la fiesta termine”.
El
espacio del que habla Dupuy es un lugar vidriado, de modo que los chicos no
vean a sus padres, pero éstos sí pueden observar a sus hijos.
Al parecer no hay exclusión de nadie, pero bien
sabemos que no sólo entre los jóvenes, sino entre discotecas se hacen
diferencias sociales y culturales, haciendo uso de ese término llamado “discriminación”.
Decimos “al parecer”, puesto que algunos sí se preocupan para que algunos
jóvenes no dejen de asistir a la fiesta, o mejor dicho, para no perder el
dinero de éstos.
“Tratamos de pensar en todo y hasta estamos atentos
a destinar un espacio para que puedan estar cómodos aquellos chicos que son
tímidos y que por ahí no se animan o no tienen ganas de bailar y prefieren
quedarse un rato sentados con amigos.”
Como
decíamos antes, la maquina funciona a la perfección. Todo está pensado. La idea
es que los chicos dentro del boliche gasten lo menos posible (ya tendrán tiempo
para gastar dinerales más adelante). Tal es así que panchos, gaseosas y los
llamados “Frozen Drinks” (licuados sin alcohol con el aspecto de los mejores
tragos), son vendidos a bajo precio. Las entradas también tienen descuentos. “La idea –refiere Dupuy- es que entrar a la matiné cueste menos que
un combo promedio de hamburguesas. Es nuestro precio de referencia”.
Otra de las medidas que se han tomado para estas
fiestas es la del monitoreo por parte de los padres, pero desde sus casas. Se
trata de un centro de monitoreo municipal y público en la ciudad de La Plata.
El titular de este sistema de monitoreo, Juan José Rivademar, señalaba en 2012
que “los padres podrán observar desde sus casas, a través de una clave que se
les otorgará una vez que se anoten en el registro de nocturnidad, lo que pasa
en la vía pública las noches de los fines de semana”. El mismo Rivademar
refiere la conducta de los jóvenes:
“Los padres tienen sensaciones encontradas. Por un
lado ven que después de la previa y antes de ingresar a los boliches, distintos
grupos de jóvenes ya se encuentran alcoholizados y producen algunos
inconvenientes, pero por otro lado se encuentran con la presencia de controles
en distintas zonas del centro y del corredor nocturno, y eso les da cierta
sensación de tranquilidad, porque ven que hay una respuesta concreta ante esta
situación”.
Ahora
bien, a tres años de estas medidas, ¿hubo alguna mejoría en la primera
apreciación de los padres o, por el contrario, la situación sigue sin control? ¿Hacemos,
entonces, una apreciación radical y arbitraria? ¿Quién es el que reduce la
realidad del todo a la parte?
Pero los involucrados no
son simplemente los adolescentes y los más jóvenes. ¿Qué hay del grupo de entre
27 y 40 años? Pues bien, cansados de toda la semana, el viernes y sábado lo más
oportuno es quedarse en casa. La solución para continuar con la marea de la
discoteca es, con toda lógica, cambiar el día de la fiesta y asistir a los
llamados after office. Es sencillo: “se
sale de la oficina, se guarda la corbata y se llega a eso de las 20; se picotea
algún plato de finger food, y las
bebidas no dejan de salir una tras otra hasta la una o dos de la madrugada,
cuando ya se acuerdan de que quedan pocas horas para volver a trabajar”. “Desde
temprano, pueden verse filas de autos que entran y salen del hipódromo hasta
pasadas las 3. Adentro, casi no se puede caminar: una multitud baila al ritmo
del dance, del reggaetón o lo que venga; toman tragos y andan por todo el
salón”.
Toto Lafiandra, socio y
manager del boliche Jet Lounge, en Costanera Norte, cuenta que “a diferencia
del fin de semana, el jueves es el día más cool,
con eventos y producciones. La gente a la que le gusta salir lo hace entre
semana. Va a divertirse y lo deja todo”. Maxi Lartigue, uno de los
organizadores de este tipo de fiestas, recuerda que la movida de los días
jueves era en un principio, el día para salidas “non sanctas”. “En la puerta de
Museum, era un clásico ver a todos,
hombres y mujeres, hablando por teléfono antes de entrar. La mayoría, para
decir que tenían reunión de trabajo. Con el tiempo esto cambió y se empezó a
tomar como una oportunidad para salir con amigos o incluso con la pareja”. Por
su parte Lucio Canievsky, promotor y organizador de estas fiestas semanales,
confiesa:
“Son
etapas que duran meses o hasta un año, en las que hay un día determinado de la
semana que se pone más de moda que otro. El mercado va mutando de acuerdo con
un montón de razones. Lo que sí está claro es que el viernes y el sábado siguen
siendo días más masivos para salir, mientras que miércoles y jueves tienen un
poco más de color. Son públicos diferentes con necesidades diferentes”. “…Lo
que se viene ahora son los martes. Va a ser el nuevo jueves”.
Como se ve, ya no se trata
de una fiebre que ataca sólo el sábado por la noche, sino que se contagió a los
restantes días de la semana.
Los efectos de la
turbulencia están a la vista de todos. Desde el alcohol y las drogas hasta las
mismas luces. Han sido bien estudiados los efectos de la luz estroboscópica en
las personas. La cual es capaz de acelerar la alternancia de luces y sombras
provocando un debilitamiento del sentido de la orientación, del juicio y de los
reflejos. De este modo cuando el ciclo varía entre 6 y 8 interrupciones por
segundo, provoca una pérdida de la percepción de la profundidad. Elevada la
alternancia a 25 interrupciones por segundo, los rayos luminosos crean la
interferencia con las ondas alfa del cerebro que controlan la aptitud para la
concentración. Si se aumenta todavía más la alternancia entre luz y tinieblas,
se pierde toda capacidad de autocontrol.
Sumado a ello el mensaje
de la música, sea éste subliminal o no. El ritmo en sí, no sólo es capaz de
provocar espasmos y conducir a los movimientos orgiásticos y paroxísticos, sino
que amén de la destrucción del órgano auditivo, dado el elevado número de
decibeles de la emisión del sonido y la duración de la exposición, se atrofia
la concentración, la memoria, las neuronas y, en última instancia, la salud
mental. Mediante experimentos con animales, los científicos concluyen que “una
única exposición al ruido durante dos horas es suficiente para generar un daño
celular y una alteración en la conducta”. Así lo explica Laura Guelman,
investigadora adjunta del Conicet en el Centro de Estudios Farmacológicos y
Botánicos (Cefybo, UBA-Conicet) y coordinadora del estudio. La primera autora
de la investigación, Soledad Uran, refiere que el daño llega incluso a las
células del hipocampo, presentando alteraciones en el núcleo celular, la zona
donde se encuentra el ADN: “el núcleo se desorganiza, lo cual indica que hay un
daño en el tejido”. En efecto, comenta María Zorrilla Zubiete, docente e
investigadora de la primera cátedra de Farmacología de la Facultad de Medicina
en la UBA, estos cambios en los núcleos de las células “podrían ser compatibles
con alguna degeneración o muerte neuronal en el hipocampo, y relacionarse con
la posibilidad de tener menos plasticidad en los procesos de memoria”. Esta misma
investigadora afirma:
“Se
podría hipotetizar que los niveles de ruido a los cuales se exponen los chicos
en las discotecas o escuchando música fuerte por auriculares podría llevar a
déficits en la memoria y atención a largo plazo”.
El alcohol y las drogas es
lo más palpable del problema. Y el término “fiebre” no es simplemente un
recurso retórico en alusión a un famoso film de los 80’, sino que lo sostienen
los profesionales de la medicina. El Dr. Juan Carlos David, quien ha estudiado
este fenómeno del que tratamos, habla de una clara “epidemia”. En epidemiología
se estudia la causa de la enfermedad de los pueblos o poblaciones teniendo en
cuenta una tríada ecológica cuyos vértices son: el ambiente, el huésped y el
agente agresor. Estos conceptos trasladados a la realidad que estamos
comentando son los siguientes en la opinión del doctor: “nos enfrentamos con una epidemia de abuso de alcohol
(agente agresor) en los adolescentes (huésped), fundamentalmente en un medio
que son los boliches y sus alrededores (ambiente)”. Y a continuación señala: “Esa tríada explosiva es el porqué de las agresiones físicas
(traumáticas o de índole sexual), de los accidentes automovilísticos, y de una
buena parte de los embarazos no deseados”.
En
nuestros días el fenómeno de las mezclas de bebidas alcohólicas con algunos
estupefacientes o medicamentos de cualquier género, es un hecho. Es una nueva
versión de la ruleta rusa. Esta práctica llamada también policomsumo está instalada en el país, según refiere la Secretaría
de Programación para la Prevención de la Drogadicción (SEDRONAR). Se mezclan
las sustancias para disparar nuevas sensaciones. Una droga muy de moda
actualmente, luego de la famosa “burundanga”, es la GHB (Gamma
Hydroxybutyrate), llamada también “viola
fácil”. Una vez ingerida sus efectos son inmediatos. Se utiliza para
cometer actos sexuales, aunque provoca la muerte. Lo que provoca es una pérdida
de la voluntad, un engaño al cerebro. No tiene sabor, ni color, ni olor, por lo
que no se puede detectar y las víctimas caen una tras otra. Produce también
síndrome de abstinencia, insomnio, ansiedad, temblores, sudoración y es común
que el intoxicado se orine o defeque sin darse cuenta. No sólo se pierde la
conciencia, sino también la memoria. En 2015 se conoció un caso de Perú en el
que “luego de que la chica tomó la bebida con GHB, a los diez minutos, el
barman estaba parado al lado de ella dándole órdenes. Luego el violador llevó a
su víctima, que estaba un tanto adormecida, hasta el hotel para completar la
violación sexual”.
Geraldine
Peronace, médica psiquiatra, quien ha brindado contención psiquiátrica en una
discoteca de Capital Federal, está trabajando en la prevención de este tipo de
prácticas. Advierte la doctora que todo comienza en las “previas” en donde se
consumen comprimidos de éxtasis para que no detecten su estado de alcohol.
"Adentro van a usar sustancias en auge… y como muchas generan amnesia, no recuerdan los consumos y allí empiezan los
cuadros de sobredosis que para nosotros empieza a ser más complicado
a partir de las 5 de la mañana. Siendo que el horario de finalización de la
nocturnidad es entre las 7 y las 7:30". Según la especialista, el dejarse
guiar por las modas es un agravante, ya que éstas son pensadas para que la
gente esté insatisfecha con quiénes son”.
Es aquello que detalla Enrique Rojas como el hombre light, inmerso en una zona de indefinición, insatisfacción
de sí mismo y de su entorno, un camino sin meta. “El frenesí de la diversión –dice- y la afirmación de que todo vale
igual, nos muestra a un hombre para el que es más importante la velocidad en
alcanzar lo deseado que la meta en sí. Esta apoteosis de lo superficial ha ido
teniendo una serie de dramáticas consecuencias: la adicción al sexo, a la droga, al juego, a los sedantes y al zapping,
todas manifestaciones diferentes tienen un fondo común”.
Se trata, en efecto, de un
problema que va más allá de la salud física y psicológica de quienes son
víctimas: se trata de un problema primordialmente moral, espiritual y religioso. Es un problema de salud física y
psicológica, pero que inicia y culmina principalmente en un problema espiritual
más profundo. Esto hay que decirlo, aunque caiga sobre nosotros el mote de
moralistas, espiritualistas o puritanos.
Un artículo de Rolando
Hanglin aparecido en La Nación, resulta muy
interesante por la descripción del fenómeno que venimos dilucidando. En tono
irónico el autor dice que “los adolescentes no tienen ninguna necesidad de bailar. No es uno de los
derechos humanos. La prueba está en que, si se le impide dormir a una persona,
enloquece y muere. En cambio, si se lo deja sin bailar y sigue contento y
feliz. No pasa nada”. La crítica del autor llega incluso a los viajes de
egresados, “un invento maldito”, que los jóvenes aprovechan para estar lejos
del control de sus padres “con el exclusivo propósito de producir aturdimiento,
ebriedades, desórdenes sexuales y destrozos en los hoteles”. Sus palabras son claras
y contundentes y pese a su extensión merecen traerse a cuento:
“Mediante la nocturnidad, hemos establecido que los jóvenes se van de sus
casas, después de descansar un rato, a las dos de la mañana. Llegan como pueden
a las proximidades de una discoteca. Por lo general, están borrachos al arribar
a la puerta, debido a la simpática "previa". En esas largas filas de
espera, hay chicas que venden "petes" o "besos por un
peso", para pagar la entrada, otras que exhiben el documento de la hermana
mayor para que las dejen pasar, y no faltan los muchachitos que vomitan en la
vereda o caen desvanecidos. Frecuentemente, se pegan e insultan. A la salida,
en la desbandada del amanecer, ocurren las desgracias.
De la juventud del "amor y paz", sonrisas alucinadas, pies
descalzos, un porrito, el sonido de voces y guitarras, el sexo libre (pero sano
y sin violencia) hemos pasado en pocos años a esta cabalgata de barras bravas,
haciendo "pogo". Sin embargo, son las mismas edades adolescentes, con
las mismas caras puras y cuerpos vírgenes. ¿Cómo fue? ¿Cómo hicimos la
metamorfosis de "una chica moderna" a "un gato"?”
Esta metamorfosis se
hizo poco a poco, muchos años atrás. La fraguaron los ideólogos de la
Revolución Cultural, valiéndose de una sociedad víctima del proceso de
Revolución Mundial Anticristiana. Y fueron precisamente estos ideólogos los que
impulsaron y favorecieron el surgimiento de aquéllos jóvenes descalzos con sus
guitarras, sexo libre y gritos de amor y paz.
¿Cómo se explican algunos nombres de
discotecas y boliches?: Pagana, Inferno, Infierno, Non Serviam, Requiem Gothic,
Sacramento, La Hechicera, Brujas, Coolto, Pecado Bar, Mala Mujer, Santo Club, El Culto, Diosa gitana, El Templo, Vuddu, El
Judas, Rey Castro (por Fidel Castro), y un larguísimo etcétera. En Madrid, para
la inauguración de una disco hacían la propaganda: “Vení con nosotros… conocerás pecados nuevos”. Tanta gente hubo en
el lugar que cerraron las puertas porque no entraba nadie más. Hubo un
cortocircuito, se produjo un incendio, se quemaron las películas pornográficas
y el gas que largaban mató una gran cantidad de jóvenes.
En
fin, ¿para qué seguir? La pregunta -quizás la más importante- es cómo revertir
esta situación. La respuesta más lógica probablemente sea hacer precisamente
todo lo contrario a lo que se viene haciendo. En efecto, no se trata de crear
una legislación para controlar la venta de alcohol o regular el tiempo de duración
de la fiesta, estimar los impuestos a SADAIC, o aumentar la seguridad de los
boliches, sino de legislar buscando la nulidad de estas prácticas y antros que
son causa de tantas problemáticas sociales y culturales. Aunque de nada
serviría lo anterior si no se trabaja sobre todo –y en primer lugar-, favoreciendo,
creando y fomentando pequeños y sanos ambientes. Núcleos en los que los jóvenes
se sientan realmente partícipes y donde se practique un verdadero cultivo, una verdadera cultura, humanística y espiritual.
Nuestra Patria tiene una gran herramienta musical que no escapa a ninguno y que
cautiva por su belleza. Ocupémonos, entonces, en conocer, difundir y practicar
la virtud cristiana de la eutrapelia,
de la sana y santa diversión.
Como
explica Joseph Pieper en aquella obra en la cual desarrolla una verdadera teoría de la fiesta, no es del todo cierto decir que toda
fiesta encierra en sí al menos un germen de exceso, y se yerra simplemente el
tiro cuando se defina la fiesta como le
paroxisme de la societé, como una sumersión en el caos “creador”. Por el
contrario, “la alegría es una manifestación del amor. Quien no ama a nada ni a
nadie no puede alegrarse, por muy desesperadamente que vaya tras ello. La
alegría es la respuesta de un amante a quien ha caído en suerte aquello que
ama”.
Por eso advierte Pieper que seudofiestas ha habido en todos los tiempos, es una
posibilidad, siempre presente, de degeneración. Y más adelante señala con
insistencia que “la fiesta artificial no sólo no es fiesta, sino que limita tan
peligrosamente con lo contrario a la fiesta, que puede inadvertidamente mudarse
en la antifiesta”.
Tal
vez sirvan las palabras de San Agustín a quienes se encuentran en medio del
temporal y no saben cómo reaccionar ante tamaño caos:
“¿Qué prefieres:
amar lo temporal y pasar con el tiempo, o no amar al mundo y vivir con Dios
para siempre? El río de las cosas temporales nos arrastra; pero como un árbol
junto al río, ha nacido nuestro Señor Jesucristo… Quiso, en cierto modo,
plantarse junto al río de las cosas temporales. ¿Eres arrastrado por la
corriente? Tómate del árbol. ¿Te hace girar el amor del mundo en sus remolinos?
Tómate de Cristo. Por tu causa Él se hizo temporal, para que tú te hagas
eterno.”
La
crítica está hecha, radical, autoritaria, anticuada, retrógrada o lo que fuere.
Sin embargo hay un hecho que no podemos ignorar: nuestros jóvenes al parecer sí
se están perdiendo, poco a poco, cada vez más. No todos, aunque sí la gran
mayoría. Son pocos los que hoy buscan ir contracorriente pese a todo y aunque
les toque ser los “aguafiestas” de la sociedad. Son quienes dan lugar a la
esperanza. Es cierto, en medio de la tempestad, muchos jóvenes se encuentran en
el centro, en el ojo del tornado. Otros probablemente apenas están en las
orillas de la tormenta. Pero a todos, todos, los sopla el mismo viento, los
arrastra la misma marea. Multitudes a quienes casi en su totalidad -duele decirlo-,
nadie les quitará lo bailado.
Eduardo Peralta.
San Juan, 9 de febrero de 2016.