martes, 25 de octubre de 2016

¿CULTURA O CONTRACULTURA? (A propósito de Carmina Burana)




“El arte moderno posee una gran aptitud para representar al demonio
y al hombre poseso por el demonio,
una muy escasa para figurar al hombre grande y humano,
ninguna para la representación del santo y del hombre de Dios.”

(Seldmayr, El arte descentrado, 1959)




         Propaganda por demás resonada y rimbombante es la que ha tenido la inauguración del Teatro del Bicentenario en la provincia de San Juan el pasado 21 de octubre. Cuánto no se venía diciendo sobre la promisoria ceremonia. Un gran despliegue escénico y actoral fue el que se puso en marcha en el exterior del teatro frente a miles de personas. Proyecciones de imágenes realmente imponentes en la fachada de la construcción recién terminada. Hasta una marioneta gigante cobró vida y se levantó del suelo por obra del ritmo que interpretaba un grupo de percusionistas, mal llamados “murgueros”, cada uno con un bombo de tipo santiagueño.
         Hasta allí, nos guste o no lo que se hizo, se trataba de una inauguración más. Sin embargo, las opiniones y críticas las tuvo la obra que culminaría la celebración y que se realizaría -ahora sí- en el nuevo escenario. En efecto, circuló por las redes sociales y por whatsapp una advertencia sobre lo que ocurriría. Allí se manifestaba que durante el ensayo general del día anterior, algunos músicos locales se sintieron “angustiados y heridos al ver la proyección de imágenes satánicas, llena de símbolos masónicos que desafortunadamente quedarán impresas en muchas almas”. También se ponía la voz de alerta sobre la aparición de mujeres desnudas y la proyección de una imagen ensangrentada de un sacerdote que se arranca el corazón.
         Todavía más elocuente resultó la carta de un músico que fue compartida también a través de las redes. El violonchelista Eugenio Rodrigo, quien firma la epístola, se manifiesta en ella “con profundo dolor” al haber participado del acto de inauguración. Comienza evocando las palabras del mismo Jesucristo: “Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Sus palabras son muy claras y explican la causa de su angustia:

         (…) el primer espectáculo que se elige para darle vida a este teatro fue una cantata escénica del siglo XX compuesta por Carl Orff, llamada Carmina Burana. Son poemas que realzan los placeres terrenales, mejor dicho los pecados capitales, con una crítica satírica a los estamentos sociales y eclesiásticos. Y si a esto le agregamos la compañía catalana “La Fura dels Baus”, autodefinida en su página web[1] como excéntrica y transgresora, quienes se enorgullecen de poder unir y adaptar carnalidad y misticismo, grosería y sofisticación, primitivismo y tecnología, da como resultado lo que presenciamos esta noche, que según mi formación y creencias religiosas fue un rito satánico, una consagración de una obra pública al demonio y una grave ofensa a Dios. De más está decir que como católico formado pude percibir con claridad la presencia de mensajes subliminales e imágenes puramente demoníacas y a su vez denigrantes hacia la mujer, mostrándola como objeto de placer.
         Sin querer entrar en más detalles, manifiesto que para bien de mi alma, por amor a mi Dios  y para no seguir participando de este grave acto de agravio, es que decido salirme del elenco y no participar en ninguna de las próximas funciones aunque esto repercuta en mi condición laboral. Sé que Él, que me lo da todo, no me abandonará.”

         Los distintos medios describían sin reticencias el modo en que sucedía aquello de las “jóvenes doncellas que retozan en la primavera” y del tanque “donde una cuasi desnuda fémina de excelente apnea se contornea sensualmente bajo el agua; líquido que luego será el vino salpicado por el bravo solista, rodeado de monjes”[2]. Bien parece, entonces, que los protagonistas de esta decadencia sabían muy bien lo que hacían, tal como lo muestra toda la Compañía de La Fura dels Baus. A su vez tenían conocimiento de lo que iban a presenciar, las autoridades políticas e incluso eclesiásticas que allí se encontraban y de quienes no escuchamos queja alguna. No en vano señalaba hace unos años Gerardo Palacios Hardy que con el pretexto del Arte y muchas veces sin pretexto alguno, se ha abatido sobre la Argentina una ola pornográfica que no da tregua y que, para colmo, lleva en algunos casos el patrocinio oficial[3].
         No es la primera vez que esta empresa realiza espectáculos de la misma laya. Entre otras de sus obras representadas se encuentra la “Norma” de Bellini, para el Convent Garden de Londres, cuyo protagonismo lo tienen una sacerdotisa, los druidas y romanos, los misterios del bosque y la aparición de 1200 cruces con su crucificado. Tampoco faltan en esta obra los sacerdotes, monaguillos y demás. La justificación a esto la otorgaría la idea de que “es una mezcla de religiones”, por lo que no debería haber ofendidos.
         Carmina Burana, la obra en cuestión, resulta ser una colección de cantos goliardos del S. XII y XIII reunidos en manuscritos y escritos en latín. Se trata de una poesía profana que satiriza su entorno –la Cristiandad-, y parodia la majestad y belleza de los himnos eclesiásticos. Al parecer, estos escritos fueron encontrados en 1803 por Johann Christoph von Aretin en una abadía de Baviera y se conservan actualmente en la Biblioteca Estatal en Munich. Carl Orff fue quien compuso su música y realizó la adaptación de los poemas al teatro entre 1935 y 1936, estrenándose finalmente en junio de 1937 en Fráncfort del Meno. Aunque, claro está, nadie advirtió que tanto su estreno como sus distintas interpretaciones se realizaron durante el régimen nazi. El mismo Orff, en tiempo de posguerra, temía perder los derechos de autor de la obra debido a la “desnazificación” del momento. Por el contrario, en San Juan la obra no sólo fue trasmitida por los medios televisivos, sino que fue reprogramada para dos fechas extra debido a la gran demanda de público y al éxito de la venta de entradas.
         Pese a ello debemos centrar nuestra reflexión y atención en la enorme paradoja que todo este suceso presenta. Por un lado hablamos de la inauguración de un teatro, lo cual supondría una proyección cultural y artística. Pero sucede que para ello se empleó todo tipo de elemento carente de contenido verdaderamente cultural. Ya que entendemos el término “cultura” en su sentido más acabado: la expresión del cultivo tanto interior, como también trascendente al resto de las creaturas; alcanzando su expresión máxima al acercarse y orientarse a Dios mediante una relación cultual. Lo que llamamos cultura, entonces, se ha tornado en una contracultura. Estamos expuestos a una subversión de los valores y paradigmas de las Bellas Artes. El concepto de Belleza entendida como el esplendor de las formas, o el splendor Veri (esplendor de la Verdad) en el decir de San Agustín, ha mutado al destronamiento de la misma para dar lugar a un culto por la fealdad, el desorden y el caos. Es este un acto Revolucionario con mayúsculas dado que tiene en sus entrañas el odium fidei y el odium Ecclesiae que tanto pregona la Revolución Mundial Anticristiana. En definitiva, no es otra cosa que el non serviam de Lucifer. Dicho esto resulta insignificante preguntarse si es esto realmente arte.


         Se aplica aquí aquél pensamiento de Nietzsche según el cual el arte debe ser una expresión de lo dionisíaco y lo mostrenco, una representación de la desmesura, el desequilibrio, la “copa que rebosa”. Precisamente el arte de Dionisos “descansa en el juego con la embriaguez, con el éxtasis”, y contiene en sí el “instinto primaveral y la bebida narcótica”[4]. Según el autor alemán para que exista arte es indispensable la ebriedad y que ésta “haya incrementado primero la excitabilidad de toda la máquina”. Sin esto no hay arte. Y agrega que todas las modalidades de ebriedad son lícitas, “sobre todo la ebriedad de la excitación sexual, que es la forma más antigua y primigenia”[5]. Se cumple cual profecía lo que escribió al comienzo de su Nietzsche contra Wagner hablando de una “música sin porvenir” aludiendo precisamente a la música clásica, ordenada, proporcionada, medio de la Belleza, nacida de una cultura católica destinada a la destrucción:

         “(…) Nuestra recientísima música, aun cuando domine y tenga sed de dominación, tiene solamente ante sí un breve espacio de tiempo, porque nace de una cultura cuyo terreno va rápidamente en declive, de una cultura que dentro de poco será sepultada. Cierto catolicismo del sentimiento y un gusto por ciertas creaciones o determinados nacionalismos, son las premisas de aquella música.”

         Lo que el público en general desconoce o muchas veces no entiende, quizás por ser víctima de esta contracultura de inspiración gramsciana, es que el Arte Moderno se ha vuelto “hereje”, no solamente contra la religión, sino contra la razón y la naturaleza misma. Esto lo explica claramente el Padre Leonardo Castellani al tratar sobre Arte y Belleza[6], diciendo al mismo tiempo que este tipo de obras blasfema contra el Creador porque pretende descrear; busca la fealdad, lo inarmónico, lo disonante, lo antirracional, lo imposible, incluso lo monstruoso. “Hoy el arte –dice el sacerdote- blasfema contra el Padre, cuando presa de extraño furor intenta demoler las formas naturales, y proyectar del fondo del alma lo deforme; e incluso blasfema contra el Espíritu Santo cuando pretende encerrar en la poesía o en la plástica la desesperación o la negación satánica; cuando usa los mágicos instrumentos de la expresión para aniquilar en los pechos no solamente la religión, más aún, la esperanza natural, el equilibrio, el entendimiento y la cordura. Signo de nuestro tiempo, el arte caótico y degenerado no hace más que expresar en sus extravíos a la época atea convulsa, y en justo castigo, es herido de esterilidad. No se puede ya hablar solamente de inmoralidad o corrupción; directamente, degeneración”. Si hubo ruptura entre la Fe y la Razón, también la hubo entre Arte y Moral.
         Cuánto más podríamos decir de la generalidad del teatro actual, en el que los desnudos, las blasfemias e irreverencias van de la mano y sin embargo se consumen sin escándalo alguno. Ni hablar del espectáculo que ofrecen diariamente las pantallas, anestesiando y adormeciendo las conciencias al tiempo que se exacerban hasta el extremo las bajas pasiones. Grave enfermedad la nuestra.
         Sin más, deberíamos procurar que nuestros escenarios y teatros se cubran de la Perfecta Armonías, que se impregnen de buen gusto y provoquen un placer estético al modo auténtico: dirigiéndose principalmente a nuestro intelecto y, ordenadamente, a la sensibilidad. En definitiva que respondan a la llamada que el Papa Juan Pablo II realiza a los artistas de la palabra escrita y oral, del teatro y de la música, de las artes plásticas y de las más modernas tecnologías de la comunicación, para redescubrir la profundidad de la dimensión espiritual y religiosa que ha caracterizado el arte en todos los tiempos, en sus más nobles formas expresivas[7].
         Sólo la belleza salvará al mundo, sentenció Dostoievski. Y sólo mediante la vía de la belleza, la vía pulchritudinis, se podrá ascender a la Belleza increada. A no vacilar -exhortaba Marechal- en la defensa, enunciación o elogio de la Verdad, el Bien y la Hermosura. Son tres nombres divinos que trascienden al mundo. No traicionarlos debería ser nuestro mejor arte y la mayor fidelidad.


Eduardo Peralta.
San Juan 25 de octubre de 2016.





[1] www.lafura.com Véase también sobre esta compañía, La cobardía moral de la Fura dels Baus, del 12 de septiembre, 2016 en: http://www.forumlibertas.com/la-cobardia-moral-la-fura-dels-baus/
[3] Gerardo Palacios Hardy, Arte - Moral - Cultura, en Cursos de Cultura Católica, “Fe y Cultura”, Vol IV, UCA, 1986, p. 156.
[4] Cfr. Friedrich Nietzsche, La Visión dionisíaca del mundo,  Trad. A. Sánchez Pascual, Alianza Editorial.
[5] Friedrich Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos, trad. José M. Sierra, 2da ed., EDAF, Madrid, 2006.
[6] P. Leonardo Castellani, “El Arte de las Parábolas”, apéndice de “Doce Parábolas Cimarronas”, Itinerarium, Bs. As., 1960, p. 156-173.
[7] Carta del Santo Padre a los Artistas del 4 de abril de 1999, n. 14.

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