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lunes, 29 de mayo de 2017

DEL LOGOS AL "LOGO": ARTE MODERNO Y ARTE MODERNISTA (por Eduardo Peralta)

Consideraciones en torno al nuevo logo de la Jornada Mundial de la Juventud 2019




“Yo detesto a la gente que habla de lo “bello”.
¿Qué es lo bello? ¡En la pintura hay que hablar de problemas!
Los cuadros no son otra cosa que investigación y experimento.
Nunca pinto una obra de “arte”.
Todos mis cuadros son investigaciones.”[1]

(Pablo Picasso)


El arte y las imágenes modernistas
        
         Cada vez que tratamos de modo crítico un tema relacionado al arte –ya sea música, literatura, teatro, danza, etc.-, nos vemos obligados a advertir que es necesario para una mayor comprensión, un estudio previo y ulterior sobre temas de la Estética Filosófica en general como la relación entre el Arte y Belleza, su relación con la Moral y cuanto de ello se desprenda. Esta ocasión no será muy distinta ya que la fundamentación estética se hace imprescindible y sin ella no es posible abarcar el plano artístico como se merece.
         No podemos decir que lo que nos motivó a escribir este artículo sea algo llamado “arte”, al contrario más bien. Hablamos de la reciente aparición del logotipo de la próxima Jornada Mundial de la Juventud en Panamá (2019). La “obra”, realizada por una joven de 20 años estudiante de arquitectura, fue seleccionada entre otros 103 propuestas de dibujos. La evaluación estuvo a cargo del Comité Ejecutivo de la JMJ y el Dicasterio para los Laicos, la Familia y Vida, en Roma.
         Entre este dibujo y el Guernica o la Mujer llorando de Pablo Picasso, sólo hay un siglo de distancia. En cuanto a lo formal y estético puede decirse que son intercambiables el uno con los otros. Hay una diferencia, sí, que probablemente agrava la cuestión. Picasso pintaba aquellas obras desde su concepción atea y revolucionaria, consciente de que la pintura no está hecha para decorar apartamentos, sino que es un instrumento de guerra y de ofensiva contra el enemigo[2]. En 1944 confesará: “yo soy un comunista, y mi pintura es una pintura comunista”. Por eso es que el famoso Guernica, de 1936, fue tomado como emblema de la lucha antifranquista. El nuevo logo del que hablamos, por su parte, tendría como fin la representación de María Santísima en el momento del “fiat”, entre otros simbolismos ininteligibles como el istmo y el canal de Panamá o la “Cruz Peregrina”. El mensaje que se quiso trasmitir a los jóvenes del mundo, según el Arzobispo de Panamá Ulloa Mendieta, es la grandeza de corazón de un país pequeño, que está abierto a todos sin excluir a nadie, de la mano de la Virgen María como “modelo de joven valiente, comprometida y generosa que supo decir sí ante el llamado de Dios”. Los jóvenes, dice Monseñor, “son capaces de transformarlo todo, positivamente, arriesgándose como lo hizo la adolescente María de Nazaret”[3].

 

         Si definimos al arte como la recta ratio factibilium[4], la recta razón de la obra a realizar; si decimos que es una virtud intelectual ligada a la Prudencia; si afirmamos que toda obra de arte debe estar revestida de Belleza y que ésta es el objeto del arte; y si definimos a ésta última con Santo Tomás de Aquino como lo que visto agrada[5]pulchrum est quod visus placet–; entonces, no podemos decir que este como otros tantos garabatos que se han producido, sean artísticos o bellos. Por tanto, al carecer de Belleza, no son más que una manifestación de la fealdad y lo caótico.
         A diario nos invaden estos logotipos e ilustraciones que intentan reflejar un mensaje religioso, cargados de sentimentalismo modernista y de un marcado antropocentrismo inmanentista. Las ilustraciones de las JMJ son un claro ejemplo de ello, dejamos al lector que pase revista en casa. En nuestros días también  se difunden imágenes de Jesucristo, la Virgen María[6] en sus distintas advocaciones y apariciones, y de todo tipo de santos, con características infantiles, “aguadas”, sentimentalizadas[7]. Nada semejante a lo que el mismo Dios ha revelado o al modo en que la misma Virgen Santísima ha querido mostrarse al mundo, por ejemplo, a través de la Tilma de Guadalupe. Nos preguntamos qué sentido tiene rebajar y secularizar la milagrosa obra de arte que es el manto de la Guadalupana, con trazos simples que de ninguna manera eleva nuestro espíritu, ni establece diferencia entre lo sagrado y lo profano.
         Otro claro ejemplo es el mismísimo escudo de la Acción Católica Argentina, que ha dejado de significar y representar su idea y su logos originario. De una Cruz en campo de plata –cruz del estilo Templario, vale decir–, que simbolizaba a Cristo y su cruz en la vida del cristiano militante que es pura como el metal, se ha pasado a unas líneas cruzadas a mano alzada casi por accidente, en un campo indefinido, ya que los límites del antiguo escudo se borraron. Todo el simbolismo heráldico del emblema ha sido tristemente ultrajado. Pero todo ello era de esperar si los límites de la sana doctrina ya habían sido violentados para dar paso a un modernismo que nada tiene que ver con el sentido de la Iglesia militante.
         Ejemplos para ilustrar lo que decimos sobreabundan. Pero regresemos a nuestra reflexión artística teniendo en cuenta que la autora del logo en cuestión, Ambar Calvo, confiesa que desde los 12 años siente una “afinidad por el arte como medio de expresión”, y su intención para el dibujo propuesto fue “la ternura y la entrega de María en su mejor escena: el Hágase”. Pues bien, a nadie se le ocurre pensar en el “sí” de María y en la Encarnación del Verbo al observar dicho dibujo. Pero el alma se exalta y no deja de sorprenderse y extasiarse, por ejemplo, ante una imagen como La Anunciación de Fra Angélico.
         No es un capricho intelectualista –como creen algunos– traer a la mesa del debate una definición de belleza, como hicimos más arriba. Diremos todavía más. El Aquinate completa su explicación señalando tres características de la belleza: integridad (forma un todo), consonancia o debida proporción, y claridad o esplendor[8]. Y en su De Regimini Principis, Santo Tomás agrega que:
         “el bien proviene de una causa perfecta, en cualquier cosa en que lo encontremos, en la cual se unifican todas aquellas perfecciones que pueden ayudar al bien; en cambio lo malo procede de cualquier defecto singular. Pues no se da la hermosura en un cuerpo, si no están bien dispuestos todos los miembros, en cambio se ve feo cuando un solo miembro está fuera de lugar. Así, pues, lo feo puede provenir de una u otra causa; en cambio lo bello, de la unión de todas las causas para formar una perfecta”[9].
         En otras palabras lo resumía San Agustín, diciendo que no hay nada ordenado que no sea bello: como dice el Apóstol, todo orden viene de Dios[10]. En contraste, no es posible ya hablar de belleza al tropezar con ilustraciones que no hacen más que acentuar la desproporción, la desmesura y el desorden.
         Más cercano a nuestros días, el Papa Benedicto XVI reflexionaba sobre el arte en el parágrafo 41 de su Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis. El principio de la Belleza es válido para todo el arte –señalaba– sobre todo en el arte sacro: especialmente la pintura y la escultura, en los que la iconografía religiosa se ha de orientar a la mistagogía sacramental. Si bien un logotipo no ingresaría en lo que se llama arte sacro, es importante recordar esta finalidad que advierte el Pontífice.
         Tristemente se ha hecho caso omiso de todo cuanto venimos detallando. Se ha dejado de lado la invitación que el mismo Papa San Juan Pablo II diera a los artistas en 1999. La Iglesia, reconocía el Pontífice, “necesita” de quienes abarquen el plano “figurativo, sirviéndose de las infinitas posibilidades de las imágenes y de sus connotaciones simbólicas”, ya que “Cristo mismo ha utilizado abundantemente las imágenes en su predicación, en plena coherencia con la decisión de ser Él mismo, en la Encarnación, icono del Dios invisible”[11]. Asistimos al rechazo –o, al menos, a la culpable ignorancia– de cuanto se ha enseñado sobre la Vía Pulchritudinis, la vía de la Belleza, como camino para el encuentro con Dios desde la contemplación de las creaturas y las obras bellas producidas por el Hombre, o como expresara Leopoldo Marechal, el ascenso y descenso del alma por la Belleza. Existe inclusive un extenso documento del Pontificio Consejo para la Cultura, publicado en 2006, llamado “La Via Pulchritudinis, camino de evangelización y de diálogo”. Por el contrario, dejando todo esto de lado, en nombre de la Evangelización se premia y publica la expresión de la fealdad, aún cuando el Concilio Vaticano II -en el que se amparan los promotores de estos abusos- dejó expresado la “gran importancia” del arte en la vida de los hombres (Gaudium et Spes, 62), y que lo más perfecto del arte, el arte sacro, es capaz a través de lo bello, de “reflejar de algún modo la infinita belleza de Dios y de dirigir el pensamiento de los hombres hacia Él” (Sacrosanctum Concilium, 122).

Lo que realmente representa esta imagen

         Pero, ¿cuál es el trasfondo estético que caracteriza al dibujo en cuestión? ¿De qué tipo de “arte” hablamos?
         No estamos haciendo una simple “humorada” al establecer una comparación con el gran revolucionario del arte pictórico Pablo Picasso. En efecto, el Cubismo fundado por él fue un rechazo por todo lo figurativo, una evasión de lo concreto en pos de la pura idea. De ahí que se hable de arte abstracto o conceptual.
         El Romanticismo ya había echado sus raíces y el impresionismo no tenía más que decirle al mundo con su naturalismo positivista[12]. Por consiguiente el movimiento expresionista, desde Alemania hacia el mundo, inauguró el siglo XX con una reacción al impresionismo; manifestándose como una constante deformación de la realidad al intentar expresar de forma más subjetiva –subjetivista– al ser humano. La primacía la tenía la manifestación de los sentimientos, como consecuencia de la realidad histórica del período de entreguerras. La libertad individual entendida como libertinaje en aquellos tiempos ya dominaba la vanguardia artística. Paralelamente estaban esparcidas por el mundo las teorías del Psicoanálisis, cobrando cada vez más adeptos. Este fue el escenario en el que Pablo Picasso avanzaría todavía “más allá” en la degradación estética. La reducción de la forma a lo geométrico, y de la perspectiva a un relativismo subjetivo que daba lugar a un completo caos visual, fueron los pilares de esta escuela pictórica.
         Resultan de interés las palabras de Alberto Boixadós cuando, al comentar las obras del pintor español, señala que “llevaban el sello del genio diabólico, atacando esta vez la obra maestra de la Creación misma”. “Sé bien que Picasso, consultado, se disculparía diciendo que en estas obras había sido guiado por otro sentimiento distinto al de la búsqueda de la belleza”[13].
         José Ortega y Gasset no se privó de hacer un descargo sobre este movimiento pseudoartístico. Entre otras producciones, lo llevó a cabo en unos párrafos muy elocuentes de su opúsculo Sobre el punto de vista en las artes[14]. Allí define el cubismo como una mezcolanza, un turbio jirón, un equívoco. Picasso “aniquila la forma cerrada del objeto… sin otra misión que servir de cifra simbólica a ideas”. En la impresión –dice Ortega– se ha llegado al mínimo de objetividad exterior. En efecto, como decíamos más arriba, se rechaza lo real y concreto o incluso lo que percibe el sentido de la vista. Pero no sólo eso, sino que se establecía un “salto” detrás de la retina que “invertía por completo la pintura y su función y, en vez de meternos en lo que está fuera, se esforzaba por volcar sobre el lienzo lo que está dentro: los objetos ideales inventados”.
         Esta carencia de belleza, transmutó al surrealismo, dadaísmo y otras vertientes como el fauvismo, futurismo, informalismo, constructivismo, llegando varios años después al denominado pop-art y sus derivados (schoker-pop, porno-art, epidermial-art, arte psicodélico, etc.); luego vendría el minimalismo, el arte pobre, y un largo etcétera. No hay límites ni barreras estéticas o morales para el antojo del artista que se encuentra frente al lienzo, si es que todavía se utiliza este arcaico material. De tal modo se llega, como señala Rodolfo Papa, a “un «concepto» de belleza construido por algunos teóricos sin nexo alguno con la realidad y con la visión”[15].
         Lo verdaderamente importante de toda esta cuestión, es que hay un fundamento metafísico que se rompe y destruye con este tipo de producciones. Ni más ni menos que la destrucción de uno de los puentes que comunican la realidad, la materia y la forma. Por eso cuando se habla de “deformidad”, no se reduce el término a la figura externa, sino a la forma, al Ser mismo de la obra de arte. Si la forma no vive sino en la materia, al separarlos en un intento de expresión, se termina por aniquilar –en la representación- la realidad tal y como existe en la naturaleza.
         En la estética de Hegel, se reduce lo formal a lo que llamamos figura, es decir, a lo exterior. Este pensador idealista valora la obra de arte como expresión o manifestación del “espíritu”, y por ello, al oponer dialécticamente lo material y lo formal, necesariamente se llega a la conclusión según la cual el arte debe morir (al menos el arte conocido hasta entonces por Hegel). Consecuencia de ello es que distingamos entre obras figurativas en las que hay un soporte de la forma, que es algo sensible, el “objeto”, identificable en el mundo de las cosas; y las no figurativas, en las cuales prevalece la composición inventada por el artista.
         Estas consideraciones, que tomamos de un enjundioso artículo del Profesor Dennis Cardozo Biritos[16], permiten comprender las causas más profundas del deterioro artístico. En dichas páginas se analiza, entre otras consecuencias del arte moderno, la destrucción de la figura y del rostro humano por parte del expresionismo, transformándolos “en algo monstruoso en beneficio de una pretendida expresión que no lo es de lo propiamente humano, sino de una concepción trágica y pesimista de la vida”[17]. De este modo el cubismo terminó por “reducir el rostro humano a un diagrama”, por lo que la pretensión de eliminar el tiempo para mostrar simultáneamente todas las partes del objeto, “transforma al hombre en un monstruo”[18]. Por eso es inexacto comparar una pintura cubista o abstracta, con el garabato de un niño de tres años de edad: el pequeño carece de motricidad fina, pero el pintor cubista carece de sentido estético.
         El arte conceptual no-figurativo, en el que tranquilamente podríamos situar la ilustración de la JMJ, se caracteriza por cuatro atributos principales, según refiere el precitado Cardozo Biritos[19]: 1°) Desaparición del objeto, no hay una realidad estética, formal, sino sólo “señales”. Véase cómo ni siquiera existe una corona para la Virgen en el logotipo, sino cinco pequeños círculos que sugieren una posible corona además de los cinco continentes. 2°) Logicismo, en el que se utiliza un meta-lenguaje, que abstrae y va “más allá”, al plano del concepto. En nuestro caso, lo que la autora tiene en  mente, su propia conceptualización ajena al plano de lo real. 3°) Racionalismo: se intenta dar una explicación racional de la creación artística. De hecho si no se nos da una explicación que justifique el intento de representar el Istmo de Panamá con su respectivo canal, jamás nos hubiésemos enterado de tal significado. Lo mismo cabe para un supuesto corazón, la corona y la mismísima Virgen María. 4°) Activismo, porque se acentúa la actividad del espectador transfiriéndole el proceso productivo, “proceso productivo de recepción”, en la cual la “obra” es sólo una señal desencadenante. En el dibujo de la JMJ, no queda más que el trabajo interpretativo de quien lo observa para encontrar un significado posible. No se trata de la actividad contemplativa, fruto de la observación de la obra bella. Probablemente lo mejor que pueda provocar en el observador sea la duda: “¿qué es esto?”.

El “logo” y el “logos”

         El término logo nos brinda un gran aporte para lo que intentamos exponer. Su origen es griego (λόγος), y su significado no es otro que "palabra", "verbo", y a partir de allí se extiende a "concepto", "idea", "discurso", "imagen", etc. En la filosofía griega, con sus distintos matices, el Logos tiene un sentido muy particular. Para Heráclito, por ejemplo, el logos es la razón universal que domina el mundo y que hace posible un orden, una justicia y un destino. Los estoicos admitieron el Logos como principio viviente e inagotable de la Naturaleza. Para Platón, el vocablo representaría también un intermediario inteligible en la formación del mundo. Sin embargo, la filosofía y la teología cristiana, redefinirá el Logos como el mismo Dios. "En el principio era el Verbo", el Logos, "y el Verbo era Dios", señala el principio del Evangelio según San Juan, y “se hizo carne”.
         Atendiendo a las consideraciones lingüísticas, podemos agregar además que, así como el lenguaje remite una realidad, que existe en sí, del mismo modo una imagen es reflejo de una realidad. La imagen, como la palabra, remite al ser de las cosas. Y ésto de modo especial cuando tiene noción de signo, es decir, de aquello que expresa una realidad distinta de sí, pero remitiendo y llevándonos a ella. De este modo el dibujo de una cruz manifiesta algo distinto a los dos trazos dibujados, pero nos remite y nos lleva hacia la Cruz de Cristo, por ejemplo.
         El ejemplo de la cruz nos ayudará todavía más a nuestra comprensión. Romano Guardini, en su célebre obra Los Signos Sagrados, comienza hablando sobre la importancia de la señal de la cruz, el santiguarse, haciendo hincapié en la importancia de realizarlo correctamente. En nuestro caso podríamos hablar de trazar la cruz –en el papel, en el lienzo– de modo correcto. Esto se debe a que “es signo de totalidad y signo de redención. En la Cruz nos redimió el Señor a todos, y por la Cruz santifica hasta la última fibra del ser humano”. “Signo más sagrado que este no hay”, dice Guardini[20]. Páginas más adelante realiza una advertencia respecto del acto de ver y de la imagen, precisamente hablando de los signos:

“…hemos de ir reconquistando lo que tiempo ha poseíamos, para que vuelva a ser realmente nuestro. Un ver exacto, un oír exacto y un obrar exacto es el supremo arte de aprender a ver y de llegar a saber. En tanto no lo conseguimos, todo permanece para nosotros mudo y oscuro; pero una vez logrado, las cosas se manifiestan como son; demuestran su interior, y de ahí, de su esencia, va adquiriendo forma lo que de fuera aparece. Y comprobarás que precisamente las cosas más a la vista, las acciones cotidianas, encierran los secretos más profundos. En lo más simple se esconde el misterio más sublime.”[21]
         No es casual que estemos explicando el vocablo logos, al tiempo que esbozamos una crítica hacia un dibujo que se hace llamar también logo. Hay un correcto modo de ver, como también hay un correcto modo de representar y significar algo. Destruir, atacar y ultrajar la palabra es atentar al ser mismo de las cosas. Asimismo, rechazar la imagen que verdaderamente representa la realidad, no haciendo otra cosa que difundiendo lo diametralmente opuesto, no es otra cosa que dar el mismo golpe artero hacia las esencias de las cosas. Cobran sentido las palabras de Ortega y Gasset, cuando afirmaba que “lejos de ir el pintor más o menos torpemente hacia la realidad, se ve que ha ido contra ella. Se ha propuesto denodadamente deformarla, romper su estado humano, deshumanizarla”[22].
         Esta es la profunda explicación que subyace a aquella escena en la que al ver estos dibujos, como el logotipo de la JMJ, nos veamos obligados –porque la misma realidad se nos impone–, a preguntarnos: ¿qué quiere decir esto?, ¿qué significa? Pues no, no significa nada. Nada que no sea fealdad y caos[23].

Falsedad y esterilidad del «arte» moderno

         Se entenderá lo que decimos si se escucha al mismo Picasso cuando afirmaba que no hay más diferencia en el arte que el de éste con la naturaleza. En definitiva, las reglas y los límites son de la naturaleza, lo demás es arte. La única diferencia entre las distintas formas de arte, según él, es su grado de convicción. Por eso añade:
         “Desde el punto de vista del arte, no hay formas concretas o abstractas, sino sólo formas que constituyen mentiras más o menos convincentes. No cabe duda de que estas mentiras son necesarias para nuestro ser espiritual, pues con ellas damos forma a nuestra imagen estética del mundo”
         Y más adelante añade:
         “Todos sabemos que el arte no es verdad. El arte es una ficción que nos permite reconocer la verdad, al menos la verdad que se deja comprender por nosotros. El artista debe conocer sus caminos y sus medios para convencer a otros de la verdad de su ficción[24].
         La corriente moderna en el arte tuvo una aplicación totalitaria y radical, de manera tal que en nuestros días lo legítimo consistiría en “pintar mal”. Lo contrario, “pintar bien”, parece estar prohibido. Todo cuanto refiera orden y armonía, proporción y simetría, es anticuado y fascista. En el ámbito eclesial imbuido de modernismo teológico, todo lo que tenga un matiz de caótico y desproporcionado tiene un lugar de privilegio, desde lo arquitectónico y pictórico hasta lo más íntimo de la Liturgia reformada o “deformada”.
         Tristemente estas manifestaciones estéticas pseudo-religiosas, son un reflejo del mundo que nos rodea y se encuentran en un callejón sin salida, carentes de frutos buenos. “Signo de nuestro tiempo –explicaba el Padre Leonardo Castellani–, el arte caótico y degenerado no hace más que expresar en sus extravíos a la época atea convulsa, y en justo castigo, es herido de esterilidad”[25].
         ¿Qué podría esperarse entonces de un simple y pequeño logo de una jornada de jóvenes del mundo? Por lo pronto, no podemos pedirle proporción, ni belleza, ni orden, ni esplendor de las formas o de la verdad. Sabemos que los trascendentales, Verdad, Bondad y Belleza son convertibles entre sí. Se expresan mutuamente. Así lo ha enseñado siempre la filosofía aristotélico-tomista. Inclusive, en el parágrafo tercero de la carta que citábamos anteriormente del Papa Juan Pablo II a los artistas, se hace clarísima alusión a ello. Decía el Papa: “La relación entre lo bueno y bello suscita sugestivas reflexiones. La belleza es en un cierto sentido la expresión visible del bien, así como el bien es la condición metafísica de la belleza”.
         Podemos concluir entonces, sin eufemismos ni exageraciones, que nuestro logotipo no es nada bueno ni verdadero por no ser nada bello. Lejos está de la Verdad, pero muy cerca lo está del engaño y de la mentira de la que hablaba Pablo Picasso. Lejos está de ser epifanía del Verbo Eterno, del Logos Creador, de la Verdad Eterna y la Belleza increada.
                                                                                                                            
Eduardo Peralta.
San Juan, mayo de 2017.



Sección de imágenes para el posible lector que no comprendió el artículo...





[1] Cfr. Liberman, A, Picasso, en Vague, 1° de noviembre de 1956.
[2] Nota publicada en Buenos Aires, en el Nº 96 de “Nuestra Palabra” –órgano de prensa del Partido Comunista– del 21 de mayo de 1975. Citado por Gustavo A. Ferrari, El arte y la expresión sensible, en  CURSOS DE CULTURA CATÓLICA, El Hombre, ¿Un problema? ¿Un absurdo? ¿Un misterio?, Vol. VIII, UCA, 1990, p. 143.
[4] Aristóteles, Ética a Nicómaco, VI, c. 4.
[5] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q. 5, a. 4 ad I. El término “visto” no hace referencia tan sólo al sentido externo de la vista –o al oído en caso de lo musical–, sino también a lo que es visto con la inteligencia.
[6] Nótese cómo no sólo la imagen, sino también las palabras rebajan la figura y dignidad de la Madre de Dios. Se habla por ejemplo de la “adolescente María de Nazareth”, o de aquella “joven valiente”, etc. Pero aquella adolescente no era la simple María de Nazareth, como existe también una adolescente Juana de Haití; se trata nada menos que de la Madre de Dios, por lo que es Santísima, Purísima e Inmaculada, la más santa y la más pura. Es de lamentar también que el mismo Santo Padre haya utilizado el término “joven Mujer de Nazareth”, y también “María es poco más que una adolescente”, en un mensaje reciente sobre la Jornada Mundial de la Juventud. En dicho texto se nombra a “María” 27 veces, y sólo 6 aparece el término “Virgen”; solamente tres veces se dice “Virgen María”. Al mismo tiempo, “María” se la relaciona dos veces con “joven” y una con “adolescente”. Por otra parte, no aparecen los términos “Santísima” o “Santa” para referirse a la Virgen María. El término “madre”, no aparece precediendo a “Dios”, sino una vez, como “joven madre”. Cfr. Mensaje para la XXXII Jornada Mundial de la Juventud, 21 de marzo de 2017, puede verse en: https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2017/03/21/mesn.html .
[7] Es de advertir que denunciamos el “sentimentalismo” y no una posible y legítima dirección de la obra artística a mover a la piedad a través del sentimiento. Es una dimensión del Hombre que no se puede dejar de lado, pero es erróneo acentuarlo y exacerbarlo en desmedro y anulación de los demás.
[8] Ídem, I, q. 39, a. 8.
[9] De regimine principis, I, 3. El texto en negrita es nuestro.
[10] San Agustín, De Vera Religione, cap. XLI.
[11] Juan Pablo II, Carta a los Artistas, del 4 de abril de 1999, n° 12.
[12] Ortega y Gasset nota que el subjetivismo se fue “haciendo más radical, y hacia 1880, mientras los impresionistas fijaban en los lienzos puras sensaciones, los filósofos del extremo positivismo reducían la realidad universal a sensaciones puras”. Cfr. Ortega y Gasset, Sobre el punto de vista en las artes, Revista de occidente, febrero de 1924, pp. 98-99.
[13] Cfr. Alberto Boixadós, Arte y Subversión, 4ª edición, SIBI, Miami, 1982, p. 29. Cabe advertir aquí, que una de las palabras presuntamente dichas por Picasso citadas por Boixadós (pp. 22-23), no es auténtica ni fidedigna. El autor toma una entrevista publicada en la revista L’Association Populaire des Amis des Musées (Le Musée Vivant, n° 17-18, de 1963), pero estas declaraciones de Picasso fueron publicadas por primera vez por Giovanni Papini, en su famoso libro de entrevistas imaginarias llamado El Libro Negro, que vio la luz por primera vez en 1951. Son palabras que no pueden ser tomadas como verdaderas, por verosímiles que nos parezcan.
[14] Cfr. Sobre el punto de vista en las artes, op. cit., pp. 96 y 97.
[15] Rodolfo Papa, La “belleza” que no es, en su columna semanal sobre arte en el sitio www.zenit.org, martes 1º de febrero de 2011.
[16] Dennis Cardozo, Biritos, La contaminación del arte por lo disforme, en AA. VV., La Contaminación Ambiental, OIKOS, Buenos Aires, 1979, pp. 231-249.
[17] Cfr. Ídem, p. 240.
[18] Ídem, p. 241.
[19] Ídem, p. 248.
[20] Romano Guardini, Los Signos Sagrados, 2da edición, Editorial Litúrgica Española, Barcelona, 1965, p. 13.
[21] Ídem, p. 43.
[22] Ortega y Gasset, La deshumanización del arte, Porrúa, México, 2007, p. 19.
[23] Hay quienes se atreven a ver en el Logo en cuestión un posible significado “oculto”, cuya protagonista no sería la Virgen María, sino que ésta observaría como una serpiente intenta devorar la cruz y, en ella, al cristianismo. Aunque creemos que no es necesario llegar a “tanto” para interpretar negativamente este dibujo. Cfr. http://comovaradealmendro.es/2017/05/posible-significado-oculto-del-logo-la-proxima-jmj-panama/
[24] Cfr. Herbert Read, Filosofía del Arte Moderno, Ediciones Peuser, Buenos Aires, 1960, pp. 169 y 170. Subrayado nuestro.
[25] Leonardo Castellani, El Arte de las Parábolas, apéndice de Doce Parábolas Cimarronas, Itinerarium, Bs. As., 1960.

jueves, 25 de mayo de 2017

REVOLUCIÓN DE MAYO II: La religiosidad en la revolución de mayo y los mitos de la “réplica” a la Revolución Francesa y de las ideas de Rousseau.


Hace un tiempo publicábamos aquí el comienzo de una entrevista realizada a Roberto Marfany. Ahora publicamos la segunda parte de dicha entrevista, cuya voz la tiene Federico Ibarguren. Luego publicaremos el cierre, con un intercambio de palabras entre ambos historiadores.


Federico Ibarguren: Comienzo agradeciendo a la Universidad de Belgrano la invitación que me h hecho para tratar un tema de gran importancia para nosotros, ya  que en 1810, como consecuencia de la acefalía española, comienza a delinearse lo que más tarde sería el Estado argentino. Es un comienzo tímido, evidentemente, pero concluyó finalmente en la Nación argentina, en el Estado argentino independiente. No tenían esa claridad de miras los que formaban parte de la generación criolla de 1810, precisamente por las razones que acaba de dar el doctor Marfany.
         Se habla mucho de la Revolución de Mayo con un criterio moderno, con un criterio actual. Porque nosotros entendemos por “revolución” algo distinto de lo que se entendía entonces. Para nosotros una revolución  es un cambio total, que se da inclusive mediante métodos violentos, repudiando el pasado, porque el concepto de “revolución” ha tenido ese comienzo en la mentalidad europea puramente racionalista.
         En el siglo XVIII el racionalismo trastocó los conceptos políticos y transformó la auténtica historia vivida en  historia ideológica. De ahí que las historias del siglo XIX –y la historia argentina particularmente– hayan sido escritas con un criterio más ideológico que histórico, apartándose de la letra de los documentos y forzando la interpretación del pasado para ponerlo de acuerdo con un sistema de ideas o con una filosofía política determinada. Y eso ha distorsionado, por añadidura, el concepto de la Revolución de Mayo. No se trató de una revolución tal como nosotros la entendemos hoy en día. Fue más exactamente una reacción. ¿Pero una reacción contra quién? No fue contra España en general ni contra la cultura española, que era nuestra. Hubiera sido como escupir al cielo. Fue una reacción que estaba directamente ligada a los problemas europeos y a la situación en que se encontraba la metrópoli. En ese momento, la Madre Patria era invadida por ejércitos extranjeros y enemigos. No olvidemos que Francia fue siempre la nación enemiga de España, ya desde la Edad Media, en virtud de que eran dos naciones ambiciosas y rivales, y de que además tenían una frontera común.
         ¿Qué pasaba en España? Napoleón había invadido el territorio directamente, después de la abdicación de los reyes, apoderándose de Madrid. En reemplazo de Fernando VII y Carlos IV, después de la Conferencia de Bayona, Napoleón puso a José I por su propia iniciativa, lo cual generó la tremenda reacción que fue el levantamiento del 2 de mayo de 1808. Esta reacción espontánea del pueblo español –que comprendía a todas las provincias de España- es el antecedente directo de nuestra revolución llamada “de Mayo”. Mayo de 1810 no es sino la réplica del gran levantamiento español de 1808 contra Napoleón Bonaparte. Vale decir que lejos de tener razón la versión ideológica que brindan ciertos libros de textos sobre la Revolución de Mayo, lejos de tener asidero la afirmación de que nuestra revolución de Mayo fue una especie de copia o plagio de la Revolución Francesa, de las ideologías rousseaunianas –e, inclusive, robespierranas-, fue precisamente lo contrario: una reacción contra eso, aunque posteriormente la facción de anglófilos discípulos de Miranda renegaran de la tradición invocando la “Leyenda Negra”. Mayo fue una reacción, en primer lugar, contra el tirano ateo que era Bonaparte, y en segundo lugar, contra todo el bagaje de ideas, filosofías, instituciones, etcétera, que levantaba Napoleón como bandera. Napoleón era caudillo de la Revolución Francesa en ese momento; sin él, dicha revolución hubiera pasado sin pena ni gloria, porque ha sido Napoleón precisamente quien le dio gloria, porque ha sido Napoleón precisamente quien le dio categoría política a nivel continental.
         De manera que se trató de una reacción en principio –contra la Revolución Francesa –como decíamos-; pero muchos autores se cuidan de afirmar esto y no lo consideran así, a pesar de que los documentos originales de la época son claros al respecto.


         Puede repasarse la colección de “La Gaceta” correspondiente a 1810, donde figuran todos esos documentos oficiales y al mismo tiempo los editoriales, muchos de los cuales eran atribuidos a Mariano Moreno, pese a que él nunca firmaba sus artículos. Se verá entonces que dichos artículos están condicionados por el movimiento español de 1808. Los hechos que se suceden en el Río de la Plata son la continuación de ese movimiento español que había estado dos años antes en España a consecuencia de la feroz acefalía producida por la invasión napoleónica. Además, como se sabe, Napoleón llevaba consigo todo un bagaje de ideas que repugnaban a la tradición hispánica, porque eran ideas que iban contra la profunda religiosidad católica de los españoles. Recordemos que durante todo el proceso de la Revolución Francesa hubo manifestaciones sacrílegas contra la Iglesia Católica, que culminaron con el famoso acto público donde Robespierre, en plena plaza de la Concordia, realiza un homenaje nacional a la diosa “Razón”. Vale decir que se iba contra el catolicismo tradicional, se perseguía a los sacerdotes, al clero. Recordemos las ejecuciones de sacerdotes que no quisieron jurar la famosa primera constitución liberal francesa, lo cual bastó para llevarlos a la guillotina. Hubo actos sacrílegos contra las iglesias, violación de monjas, etcétera.
         Todo esto, que está documentado, fue apoyado por las logias masónicas y, en última instancia, repercutió desfavorablemente en el espíritu de muchos hombres españoles y criollos del Río de la Plata.
         En 1810, el factor religioso –advertido por pocos-, la reacción religiosa contra el ateísmo de los regicidas franceses, era un elemento muy importante. En uno de mis libros –Así fue Mayo– pongo de manifiesto la importancia del factor religioso en el movimiento revolucionario de 1810. Voy a leer dos documentos muy breves: uno de 1809 y otro de 1810. Se trata de dos poemas, uno anónimo y el otro de autor conocido, que han sido publicados. El soneto que leeré ahora fue descubierto por el padre Furlong, y lo tomó de “La Gaceta”. Sucede que ya hacia 1809 el virrey Cisneros publicaba esta Gaceta oficial, en la que se daban noticias de la guerra contra Napoleón. Se trata, como decía, de un soneto, y está firmado por Pedro Tuella. Se titula “Odio a la Francia”, pero no se trata de un odio a la cultura francesa ni a la nación gala como tal, sino a la Revolución Francesa, de la cual dicen nuestros historiadores liberales que la Revolución de Mayo fue su réplica. He aquí el poema de Tuella, vate criollo nacido en Entre Ríos:
“Fuera de aquí, franceses; execrado
sea el que tenga afecto a estos indignos;
fuera de estos países argentinos
los que a Cristo la guerra han declarado;

fuera de Buenos Aires, que es sagrado,
donde no se da asilo a libertinos.
Fuera bonapartistas, jacobinos,
y venga acá Fernando el suspirado.

Viva España, porque ella solamente
como Madre amorosa tiene anhelo
De hacer a Buenos Aires floreciente.

Viva el hispano astro de consuelo
que fijó en Buenos Aires su ascendiente
Horóscopo feliz de nuestro suelo”.

         Para que nos e me diga que esto era propaganda instrumentada por Cisneros en beneficio de la Madre Patria, les diré que también en 1810, estando ya en el gobierno la Primera Junta criolla, se publica en “La Gaceta” –pero en “La Gaceta” anticisnerista- N° 21 del 25 de octubre del año 1810 –es decir, a unos cuantos meses de mayo-, un poema anónimo o “Canción Patriótica”, como se lo llamó, que era repetido por el pueblo en las calles, a la manera de un sonsonete o “slogan” con los temas fundamentales de la revolución porteña. Esos temas contradicen por completo la versión de que la Revolución de Mayo tiene la misma filiación que la Revolución Francesa.
         Si bien la canción es anónima algunos historiadores atribuyen la letra a Fray Cayetano Rodríguez, pero no hay seguridad al respecto. Dice así:

“Viva compatriotas
nuestro patrio suelo,
y la heroyca Junta
de nuestro Gobierno.
Heroycos patriotas
en unión cantemos
a la madre patria
sonoros conceptos;
ella que os ofrece
tesoros inmensos,
unión fraternal
sólo os pide en premio…

(…)

No es la libertad
que en Francia tuvieron
crueles regicidas
vasallos perversos:
si aquéllos regaron
de su patria el suelo
con sangre nosotros
flores alfombremos.
“La infamia y el vicio
fue el blanco de aquéllos
heroyca virtud
es el blanco nuestro:
allí la anarquía
extendió su imperio
lo que es en nosotros
natural derecho.

Nuestro Rey Fernando
Tendrá en nuestros pechos
su solio sagrado
con amor eterno:
por Rey lo juramos
lo que cumpliremos
con demostraciones
de vasallos tiernos.
Mas si con perfidia
el corso sangriento
a nuestro Monarca
le usurpare el Cetro
muro inexpugnable
en unión seremos
para no admitir
su tirano imperio.

Si la Dinastía
del Borbón excelso,
llega a recaer
en José Primero:
nosotros unidos
con heroyco esfuerzo
no hemos de adoptar
su intruso gobierno.

La América tiene
el mismo derecho
que tiene la España
de elegir gobierno;
si aquélla se pierde
por algún evento,
no hemos de seguir
la suerte de aquéllos.[1]

(…)

“La infame doctrina
del vil Maquiavelo,
esos egoístas
tenaces siguieron,
sin amor al Rey,
ni a la Patria menos,
son de nuestra ruina
el cruel instrumento.
Nuestra desunión
Fue el primer proyecto,
Que para destruirnos
inventaron ellos;
heroycos patriotas
ahora estáis en tiempo
de hacer que se frustre
un plan tan funesto.

“Amor, paz y unión
sea nuestro objeto
y la Religión
del Dios verdadero;
con las bellas artes
será nuestro suelo
otra antigua Roma…
parayso ameno.

Guerras intestinas
destruyen los reynos;
pero con la unión
se forman imperios;
unión compatriotas,
que así triunfaremos,
sellando en los fastos
futuros recuerdos.

Si hubo un Wassinton
en el norte suelo,
muchos Wassintones
en el sud tenemos;
si allí han prosperado
artes y comercio;
valor compatriotas
sigamos su exemplo”.[2]

         Estos documentos que acabo de leer se multiplican. En “La Gaceta” –diario oficial- hay innumerables pruebas y testimonios que corroboran la citada posición política de reacción contra Francia y la Revolución Francesa. Y, por supuesto, contra Napoleón, que era su abanderado: “el tirano ateo”, como le llamaban entonces. Esta posición atea era verdaderamente inaceptable para un español auténtico y para un criollo hijo de españoles. Así transcurre todo el año 1810.
         Existe, además, un motivo jurídico que se constituye en un argumento más a favor de la tesis a que se refería el doctor Marfany, acerca de que la llamada Revolución de Mayo no fue, en un principio, una revolución, sino una reacción –y, más que nada, una “restauración”-. Por lo menos ése era el planteo teórico del grupo mayoritario que dirigía Cornelio Saavedra. Ansiaban éstos un gobierno propio, libre de ataduras con el Consejo de Regencia de propio, libre de ataduras con el Consejo de Regencia de Cádiz, cuya constitución consideraban “ilegítima”; pero leal, eso sí, al rey Fernando y a las amenazadas tradiciones de España.
         En este orden de cosas, es interesante considerar los argumentos esgrimidos por los criollos, especialmente en el famoso Cabildo Abierto del 22 de mayo, cuando le tocó hablar a Juan José Castelli. Al respecto, el doctor Marfany tiene un opúsculo muy interesante en el que hace el análisis de las palabras de Castelli, que se manejó en forma ortodoxa y tradicionalista en relación a las teorías del derecho público español anterior a la época. Me estoy refiriendo a la doctrina del padre Suárez, quien sostenía que la soberanía era de las comunidades vernáculas y no de los príncipes o de otros pueblos en caso de acefalía. Esto ya lo afirmaban las antiguas leyes españolas. Castelli hizo una exhumación de la vieja tradición española del tiempo de los Habsburgo, citando las leyes anteriores de las Partidas y también de la Recopilación de Indias en 1860. Esta legislación preveía, en caso de acefalía, la reunión de los representantes de cada comunidad en Cabildo Abierto, quienes precisamente decidirían allí la forma de gobierno a adoptarse, supliendo la falta de rey legítimo (Partida II, Título I, Ley IX sobre acefalía y Recopilación de Indias, Ley I, Título I, Libro III sobre la Corona de Castilla). Y ese mismo fundamento jurídico tiene el célebre voto de Saavedra al invocar la soberanía de nuestro “pueblo” en la emergencia.
         En estas antiguas leyes se basó la teoría política para recuperar la soberanía del “pueblo” de Buenos Aires en 1810, y no en las doctrinas novedosas del racionalismo francés, ni en Rousseau ni en Montesquieu. En realidad, no se estaba en presencia de una revolución, en el sentido que ahora damos a esta palabra: golpe de fuerza, lucha de clases, etcétera, sino en el de una verdadera restauración de viejas leyes que habían caído en desuso. No se trataba de ir contra España; simplemente, se actuaba en beneficio del Río de la Plata, guiándose por una especie de instinto de conservación “legalista” y no por ideologías. Algo más tarde, al promediar 1810, desde el gobierno el “morenismo” intentó otra cosa, pero fue barrido en diciembre por la Junta Grande.”


Roberto Marfany y Federico Ibarguren, La Revolución de Mayo, en AA. VV., "Historia Argentina", Editorial de Belgrano, 1977, Buenos Aires, pp. 16-24.



[1] En una de las estrofas de esta “Canción Patriótica”, se ve claramente la tesis jurídica de derecho público que aquí repetían los criollos de 1810, extraída de los famosos principios del padre jesuita granadino Francisco Suárez, quien definió en su momento la verdadera doctrina política española, estableciendo que la soberanía radicaba en la comunidad y no en los príncipes, y esta comunidad, en casos de acefalía, podía por sí misma elegir a sus gobernantes mediante un “pacto”.
[2] En la última estrofa que acabo de leer se insinúa, ante la hiótesis previsible de que España cayera para siempre en poder hipótesis previsible de que España cayera para siempre en poder de José Bonaparte, la posibilidad y la necesidad de independizarse de José Bonaparte, la posibilidad y la necesidad de independizarse –apelando a un Washington nuestro- para no convertirnos en franceses.