CCIN

CCIN

martes, 4 de septiembre de 2018

LA UNIVERSIDAD ARGENTINA Y EL DESTRONAMIENTO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN (Por Eduardo Peralta)




“La Reforma es el resultado de un largo y oculto proceso social,
producido por el encuentro y lucha entre las viejas y
las nuevas generaciones, entre la mentalidad tradicional
y la mentalidad moderna y, específicamente
entre catolicismo y liberalismo”.

(Julio V. González, La Universidad:
teoría y acción de la Reforma, 1943)

1.  Una cuestión religiosa

         Con profunda tristeza terminamos la jornada del pasado jueves 30 de agosto, siendo testigos del vil destronamiento de la imagen de la Virgen, bajo la advocación de María Auxiliadora, del hall central de la Facultad de Filosofía Humanidades y Artes de la UNSJ. La misma fue entronizada aproximadamente veinte años atrás por un grupo de estudiantes y profesores, algunos de los cuales me honran con su amistad.
         En la vitrina vacía quedó una bandera del lobby LGTBQ y un preservativo inflado. A su alrededor, en las paredes, papel higiénico empapado en orina, que los grupos disidentes arrojaron a la ermita y al grupo de personas que nos encontramos custodiando la imagen durante unas horas. María, la Reina Universal, no sólo no reinaba, sino que era totalmente destronada y apartada de la universidad. Lo mismo ocurrió en otras provincias y probablemente seguirá ocurriendo en otras Facultades del país.
         «Queremos una universidad laica, por eso ¡fuera la Virgen!», hemos escuchado. Sin embargo, la presencia de estas imágenes no alteraban de modo alguno el accionar de las universidades, ni obstaculizaban la enseñanza laica (la mayoría de las veces anti-tea). Por el contrario, pasaba desapercibida.
         ¿Por qué ahora este brote de odio tan visceral contra cualquier tipo de connotación religiosa? Amén de traer por enésima vez que detrás de toda cuestión política hay una cuestión religiosa, como sentenciara Donoso Cortés, hay que decir que la derrota sufrida por  el sector pro aborto al no ver realizada una ley que legalice el asesinato del inocente, les está pesando bastante. Tanto, que algunas personas parecen darse cuenta –sin saberlo-, de que la sentencia del español es totalmente cierta, puesto que inventaron el pañuelo naranja de separación de Iglesia y Estado, lanzaron la apostasía colectiva, quemaron y ultrajaron nuevamente algunos templos, entre otros vejámenes de siempre y, ahora, se lanzaron en tropel contra Nuestra Señora.

2.  La decadencia universitaria

           Este año se cumplen 100 años de la Reforma Universitaria del 18’. Revuelta que tuvo en esencia el mismo veneno, la misma ideología demoledora: el Liberalismo. El cual pretende romper toda religadura con lo trascendente, empezando por supuesto, por Dios.
         Francisco Vocos, entre otros, analizó el proceso decadente que ha sufrido la Universidad[1]. El primer paso fue dejar de ser un lugar de Sabiduría, para convertirse en una universidad meramente filosófica, donde la inteligencia se desplaza de Dios hacia el propio Hombre buscando su deificación.
         El segundo paso de esta caída fue la universidad científica, en la cual el pensamiento cartesiano desembocará en las distintas formas de positivismo[2]. Aquí la Metafísica que ya había olvidado la Teología y la había reemplazado, dejan lugar a las ciencias particulares y empíricas.
         La tercera caída, según Vocos, fue la transformación de la universidad en un “centro de formación profesional dependiente del Estado”[3], universidad profesional. Aquí no se busca ni siquiera la verdad empírica o demostrable, sino una profesión: ganar dinero. Se va a la casa de estudios en procura de un título habilitante. No interesa tanto aprender, como egresar.
         Luego tenemos la universidad burocrática. Una institución de gobierno. La preocupación de los universitarios pasa a ser la obtención de poder, el gobierno de la universidad”. De este modo “el modesto objetivo intelectual de la Universidad profesional es sustituido por un objetivo político” y la vida universitaria se configura, en orden a este objetivo, como una “actividad electoral permanente”. El dogma democrático y sufragista entraría en vigencia como nunca: “la autoridad se constituye entonces en un patrimonio del partido que tiene la mayoría de los sufragios”, “la conquista del gobierno se convierte en el principal objetivo de la acción política, no para la realización de un programa, sino como una necesidad partidaria, y la administración se considera como un botín de guerra”[4]. El planteo político en lo universitario, explica Vocos, trajo consigo todo el complejo mecanismo de la política electoral, formando bandos “llenos de ambiciones y de pasiones antagónicas y la vida universitaria se convirtió en una maraña de intrigas, bajezas y desvergüenzas”[5].
         En este contexto se llevaría a cabo la Reforma de 1918, que no fue otra cosa que el triunfo del Liberalismo y del Laicismo en la Universidad. Fue un movimiento que “no es más que el fruto maduro, el resultado natural y lógico del proceso de descristianización del país”[6], que se había acelerado a fines del siglo XIX. Potenciado, esta vez, por la fuerza destructora de la dialéctica revolucionaria que estaba en auge con la Revolución Rusa. Durante el 18’ entonces “se rebelaron abiertamente y atropellaron contra todo lo que había de sagrado en la existencia y de respetable en la sociedad: Dios, la Iglesia, el Sacerdote, la Familia, la Patria”[7].
         Lo que sucede hoy, y sucedió hace 100 años fue precisamente una revolución espiritual. Bien lo ha dicho Francisco Vocos; y como detalló Julio V. González luego de exponer lo que dejamos como cita de inicio:
    “Con respecto a su naturaleza nadie ignoraba que se trataba de un movimiento liberal y revolucionario, en cuanto él iba en contra del orden establecido, si bien no llegaron a convencerse de que este liberalismo se especificase como anticlericalismo o anticatolicismo”[8].
         Así como hoy escuchamos el grito ¡fuera Iglesia!, ¡fuera Virgen! (al menos reafirman un dogma de Fe), hace cien años gritaban ¡Frailes no!:
    “Al destrozar  los revoltosos en el salón de grados únicamente los cuadros de los clérigos al pretender asaltar el convento vecino y al adoptar desde aquel instante como gritos de lucha, los de «frailes no»… y otros por el estilo, se estaba llamando simultáneamente a definirse. A partir de aquella asonada el movimiento toma, pues su orientación definitiva y con ello adquiere la trascendencia con que ha sido registrado. Es entonces cuando la lucha se traba a la luz de la meridiana como el choque de las fuerzas liberales con las clericales”[9].
         No debe olvidarse que el movimiento izquierdista Franja Morada, que todavía existe, tiene su origen en la revuelta del 18’ y le debe su nombre a la profanación de los ornamentos litúrgicos. Precisamente de las estolas moradas. En consecuencia, los estudiantes de nuestros días no han logrado nada. No inventaron nada nuevo. Le deben todo a los universitarios de antaño, al veneno iluminista y jacobino, a la perversión marxista, a la estrategia de Gramsci. En suma, a personas más inteligentes y astutas que los personajes simiescos que deambulan por los pasillos facultativos.
         Penetrado, entonces, el liberalismo y el comunismo, puesto que este último es hijo natural del primero –como bien enseñó Pío XI en la Divini Redemptoris[10]–, se terminaba de acabar la universidad como tal. La que alguna vez fue. Nacida no en la antigüedad pagana, ni en el Siglo de las Luces, sino en el seno de la Cristiandad. Paris, Bolonia, Salerno, Montpellier, Oxford, Cambridge, Coimbra, Palencia, Salamanca, no son sólo nombres de ciudades, sino también el de las primeras y más grandes universidades conocidas. Nacidas del espíritu y el orden social católico medieval. De la edad oscura, como dicen. Paradójicamente la más luminosa y fructuosa de las edades.
         El caso argentino no es distinto. No es por casualidad que hemos tocado el tema de la Reforma de 1918, puesto que el escenario de tal movimiento revolucionario fue precisamente la Universidad Nacional de Córdoba, una de las primeras de América y en nuestro país la primera y única durante más de dos siglos. Nacida de la obra de la Compañía de Jesús, fue fundada en 1613, luego de  haber sido creado el Collegium Maximum tres años antes. La Docta, como se la conoce, recibiría el 8 de agosto de 1621 la facultad de conferir grados, de manos del mismo Papa Gregorio XV. Para mayor pesar de los grupos anticatólicos y antiespañoles, la fundación de la universidad y otorgamiento de títulos quedó ratificado por el rey Felipe IV a través de la Real Cédula (2 de febrero de 1622). El principio de los males vendría con la victoria del liberalismo masónico que se propagó luego de la batalla de Caseros (1853). De modo que ya en 1854 se nacionalizó la institución y dos años después se promulgó la Ley N° 88, que ratificaría definitivamente tal hecho.

3.  Liberalismo y laicismo como nueva religión

         Debemos decir, entonces, que el Liberalismo y sus ideologías afines -democracia incluida-, no son más que otra religión. El laicismo es una ideología religiosa. La democracia –escribe Georges Burdeau- es hoy una filosofía, una manera de vivir, una religión y, casi accesoriamente, una forma de gobierno”[11]. El liberalismo, es la libertad convertida en absoluto, como explica Anibal D’Angelo Rodríguez[12], el cual termina por convertirse en licencia y aspiración para hacer lo que cada uno quiera. Y en la misma línea el Padre Castellani había estudiado el carácter esencialmente religioso y teológico del liberalismo, diciendo que se trata de una herejía[13]. Es una “peste perniciosísima”, dirá el Papa Pío IX. Y en una palabra no lo podría haber dicho mejor Sardá y Salvany, el liberalismo es pecado[14].
         El Laicismo, argumento esgrimido para arrojar fuera todo símbolo sagrado, tiene tres acepciones: una opuesta a la confesionalidad del Estado (separación Iglesia  y Estado), otra, contraria al clericalismo, o sea la intromisión del clero en la política. Y la tercera, rechazo de lo sacro, desligando la política de cuanto se vincule a lo sagrado[15].
         Que el Laicismo no es otra cosa que lo anti-religioso y que la educación laica se torna indefectiblemente en irreligiosa, lo ha explicado hace ya tiempo el Papa Pío XI, en su Encíclica Divini Illus Magistri:
    “Puesto que la educación esencialmente consiste en la formación del hombre tal cual debe ser y como debe portarse en esta vida terrena para conseguir el fin último, así, en el orden actual de la Providencia, o sea, después que Dios se nos ha revelado en su Unigénito Hijo, “camino, verdad y vida”, no puede existir educación verdadera y completa si la educación no es cristiana… (en consecuencia) la escuela llamada neutra o laica, de la que está excluida la religión… no es prácticamente posible, porque de hecho viene a hacerse irreligiosa” (n° 38)
         Y en su Encíclica Quas Primas el pontífice acusaba al laicismo como el principal error engendrado por la Modernidad, que desconoce a Cristo como Rey Universal:
    “La peste que hoy inficiona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos” (n. 23).
         Ya lo había condenado el mismísimo Papa Pío IX en el Syllabus en la proposición errónea anematizada n° 45: “Todo el régimen de las escuelas públicas… puede y debe ser de la atribución de la autoridad civil”.
         Escuché decir a una de las alumnas durante el conflicto en la universidad sanjuanina, con su respectivo pañuelo en el rostro, que ya desde 1820 que la educación es laica. Desde la Ley 1420. Y no carece de razón. El mismo Padre Julio Meinvielle señalaba que el laicismo es una “enormidad que ha sugerido el diablo para reconquistar la tierra cristiana”. Y refiriéndose a la Ley 1420, impulsada ideológicamente también por nuestro Sarmiento, dice que “viola los derechos de Dios, que debe reinar como maestro”[16]. Por eso Jordán Bruno Genta se lamentaba diciendo que los argentinos padecemos desde hace generaciones una pedagogía antimetafísica y antinacional; una pedagogía liberal, positivista y utilitaria, que ha llegado a hacernos desear un alma extranjera, que nos ha ahondado un sentimiento de inferioridad, hasta el punto de avergonzarnos de nuestras tradiciones espirituales y de nuestro linaje español”[17].
         Cómo solucionar el problema universitario, se preguntaba el P. Leonardo Castellani, y respondía: la solución del problema universitario es que por ahora no tiene solución. Hay que volver a Dios, decía, como la vuelta del hijo Pródigo. En suma, es ir al momento anterior a dar el primer paso en caída señalado por Francisco Vocos. Retornar a una universidad de la Sabiduría, donde el conocimiento de Dios como Verdad suprema, sea una realidad y no un invento de estudiantes chupacirios. Lo que le pasa a la universidad hoy, dice Castellani, es muy sencillo: no tiene a Dios. Y sin Dios el hombre puede hacer muy pocas cosas divinas. “Volver a Dios, ¿cómo se hace? Prohibiendo la blasfemia[18].

4.  La Santísima Virgen destronada

         La Virgen fue destronada, pero no hablamos precisamente con términos materiales. Fueron vaciadas las ermitas, sí, pero primero la destronaron de su corazón, entronizando en él un odium fidei, odio por la fe y por todo lo que a ella se refiera. Le quitaron el cetro que la nombraba Reina de las Naciones, para ubicar el del propio orgullo, el de la libertad absoluta y el de un feminismo que está en las antípodas de la dignidad de la mujer de la cual Ella es el único modelo. Tal como expresara Juan Pablo II en su Encíclica Mulieris dignitatem, “la mujer se encuentra en el corazón mismo del acontecimiento salvífico” ya que es “con la respuesta de María cuando realmente el Verbo se hace carne… De esta manera la plenitud de los tiempos manifiesta la dignidad extraordinaria la mujer” (nn. 3y 4).
         En otro tiempo nuestra Patria contaba con hombres recios que no vacilaban en defender de sus enemigos a Dios y a su Madre Santísima. Meditemos en aquella norma dada al ejército por el General San Martín al Ejército (siguiendo la lógica, deberían destronar también sus bustos y monumentos):
    Todo el que blasfemare el Santo Nombre de Dios o de su Adorable Madre, o insultare la Religión: por primera vez sufrirá cuatro horas de mordaza atado a un palo en público por el término de ocho días; y por segunda vez será atravesada su lengua por un hierro ardiente, y arrojado del cuerpo. Sea honrado el que no quiera sufrirlo; la Patria no es abrigo de crímenes”.
         En otro tiempo también nuestros pastores se pronunciaban sin reparar en la opinión de las mayorías, sino tan sólo en la Verdad perenne. El Episcopado Argentino en conjunto diría un 20 de febrero de 1959 que “el liberalismo o laicismo, en todas sus formas, constituye la expresión ideológica propia de la masonería”. Hoy, en cambio, es notable como el discurso intenta conciliar con el mismo liberalismo, dejando de lado aquello de San Pío X sobre el liberalismo: “el sacerdote, verdadero sa­cerdote, debe revelar al pueblo confiado a sus cuidados sus peligrosas asechanzas y sus malos objetivos”[19].
         El discurso actual[20], en cambio, cuando no guarda absoluto silencio, se expide sobre una “tradición católica multisecular”, pero sabemos por nuestra historia que el catolicismo tradicional argentino no siempre lo fue. En cambio, se dice que hay un catolicismo que responde a un “integrismo católico”. Mantenerse firmes en la Fe al parecer no es lo importante, sino que tenemos una nueva “virtud de la tolerancia”[21]. Como estrambote final se dice que “solo en democracia los ciudadanos podemos discutir”, respetando y defendiendo el “alto valor democrático que es el derecho a la libre expresión”. La “libertad religiosa de los ciudadanos” es la que debe quedar intacta, mas no la integridad de la Fe. Siempre se deja la solución a criterio de las mayorías, siguiendo una proposición puramente liberal democrática.
         Se ha olvidado aquellas enseñanzas del Magisterio que, contrariando la postura que defiende que “la libertad de conciencias y de culto es un derecho propio de cada hombre”, y que todo Estado debe garantizar como ley fundamental -además de que los ciudadanos tienen derecho a la plena libertad de manifestar sus ideas “sin que la autoridad civil ni eclesiástica alguna puedan reprimirla en ninguna forma”. Contra esto, ya denunciado y condenado como “locura” por Gregorio XVI, declara Pío IX que “al sostener afirmación tan temeraria no piensan ni consideran que con ello predican la libertad de perdición”. Más todavía: “si se da plena libertad para la disputa de los hombres, nunca faltará quien se atreva a resistir a la Verdad”, “pero Nuestro Señor Jesucristo mismo enseña cómo la fe y la prudencia cristiana han de evitar esta vanidad tan dañosa”[22].
         Concluyamos alentando a los fieles a expresarse públicamente por el Reinado Social de Cristo y proclamando un desagravio público ante los hechos que diariamente suceden. Por fin, además de ofrecer oraciones y sacrificios en reparación por las ofensas cometidas, repitamos aquellos versos populares a la Reina de toda la Creación, sabiendo que al final su Inmaculado Corazón triunfará:

Oh, Virgencita que luces,
ojos de dulces miradas,
que vieron pasar espadas,
que dieron paso a las Cruces.

¡Mira tus tierras amadas!
Y, si hoy destruyen las Cruces,
brillen de nuevo las luces
del filo de las espadas.

         ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva María Reina!

Eduardo Peralta.
(San Juan, 4 de septiembre de 2018)




[1] Francisco J. Vocos, El Problema Universitario y el Movimiento Reformista, 2da edición, Cruz y Fierro, Buenos Aires, 1981.
[2] Cfr. p. 41.
[3] Ídem, p. 45.
[4] Ídem, p. 49.
[5] Ídem, p. 52.
[6] Ídem, p. 61.
[7] Ídem, p. 64.
[8] Julio V. González, La Universidad, teoría y acción de la Reforma, Claridad, 1945, p. 59.
[9] Ibídem.
[10] Comentando esto Alberto Caturelli señala que un liberal antimarxista “es como un padre en lucha con su hijo, pues él lo trajo al mundo”. Alberto Caturelli, Examen  crítico  del  liberalismo  como  concepción  del  mundo,  Ed.  Gladius,  Buenos  Aires,  2008.  Utilizamos aquí la edición de Fundación Gratis Date publicada con el título “Liberalismo y Apostasía”, Pamplona, p. 31.
[11] Juan Antonio Widow, El hombre, animal político. Orden social: principios e ideologías, Santiago de Chile, Editorial Universitaria-Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, 1988, p. 213.
[12] Cfr. Anibal D’Ángelo Rodríguez, Diccionario político, Bs. As., Claridad, 2004, pp. 376-377.
[13] P. Leonardo Castellani, La esencia del Liberalismo, Ediciones Dictio, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, vol. VII, Buenos Aires, 1976, pp. 131- 152.
[14] Félix Sardá y Salvany, El liberalismo es pecado, Cruz y Fierro, Colección Clásicos Contrarrevolucionarios, Buenos Aires, 1977.
[15] Cfr. Aníbal D’Ángelo Rodríguez, op. cit., p. 358.
[16] P. Julio Meinvielle, “Concepción Católica de la Política”, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino”, Vol III, Buenos Aires, 1974, p. 56.
[17] Jordán Bruno Genta, “Acerca de la libertad de ensañar y de la Enseñanza de la Libertad”, Buenos Aires, 1945, p. 100.
[18] Cfr. P. Leonardo Castellani, Dios en la Facultad, en Cabildo, 9 de septiembre de 1943. Cfr. Castellani por Castellani, Ed. Jauja, Mendoza, 1999, pp. 108-111.
[19] San Pío X, 5 de septiembre de 1894.
[20] Nos referimos a las reflexiones de Monseñor Sergio Buenanueva, Obispo de San Francisco (Córdoba). Cfr. AICA, Miércoles 29 de agosto de 2018 (http://www.aica.org/35208-simbolos-religiosos-en-el-espacio-publico.html) y en ACIPRENSA, 30 de agosto de 2018 (https://www.aciprensa.com/noticias/obispo-responde-a-campana-para-sacar-simbolos-religiosos-de-espacios-publicos-en-argentina-62114).
[21] Ni Aristóteles ni Santo Tomás se refirieron a la tolerancia como una virtud.
[22] Cfr. Pío IX, Quanta Cura, 8 de diciembre de 1864.