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viernes, 20 de noviembre de 2015

EN EL DÍA DE LA SOBERANÍA





EL COMBATE DE LA VUELTA DE OBLIGADO
           “(…) Vamos a asistir a uno de los más bellos, viriles y heroicos hechos de nuestra historia. La escuadra aliada va a subir por el Paraná. Rosas, que lo tiene previsto, ha venido preparándose para obstruirle el paso. Dirigirá la defensa el general Lucio Mansilla, a quien Rosas le viene dando instrucciones. En su carácter de comandante interino del Departamento del Norte, ha formado un pequeño ejército con gente de la comarca. Ha instalado baterías en las barrancas de Obligado. Algunas están a veinte metros de altura sobre el río. De orilla a orilla del Paraná, que allí tiene un ancho de ochocientos metros, ha anclado los cascos de veinticuatro pontones, y dos mil quinientos soldados en las barrancas. Ha construido parapetos de barro, anchos de más de dos metros, para defender a las treinta y cinco piezas de artillería y ocultarlas. Hay mucho patriotismo y pocas municiones.
                Es el 20 de noviembre. Los grandes barcos de “la misión de paz” se acercan. Las dos márgenes aparecen llenas de hombres vestidos de colorado. Son las nueve y media de la mañana. Himno Nacional. ¡Oíd mortales el grito sagrado! Un unánime y ardiente “¡Viva la Patria!” lo termina. Tambores argentinos resuenan en la mañana de oro. ¡Fuego contra los infames agresores! De la parte de los patriotas salen proyectiles macizos, balas de las metrallas, cohetes a la Congréve. Pero los enemigos tienen ochenta y ocho cañones, todos de gran calibre. Apena ver al San Martín prisionero, con bandera francesa. Y más apena el verlo perder su arboladura, destrozárseles las velas. Y pasa la mañana en medio de la lucha heróica. Mansilla la dirige. A las cinco de la tarde termina el combate. ¡El valor de los criollos ha sido inútil! Los buques extranjeros han logrado abrirse paso. Sus marineros y soldados desembarcan. Mansilla dirige personalmente una carga a la bayoneta para defender las baterías. ¡No hay nada que hacer! Hemos sido derrotados por Inglaterra  y Francia.

                Han muerto ciento cincuenta argentinos y han sido heridos noventa. Han caído también algunas mujeres que –incipiente cruz roja- atendían a los heridos. En Montevideo, Florencio Varela se alegra de la derrota de su patria, de la muerte de esos argentinos, y felicita cordialmente a los extranjeros que los mataron. ¡Ni siquiera les reconoce valor, el miserable! Un diario montevideano, sin embargo, declara que “nunca desde la paz napoleónica hallaron franceses e ingleses tan heroica resistencia”. Toda la América admira el coraje y el patriotismo de los hombres de Rosas. La figura americana del Restaurador se agiganta. ¿Ha sido suya la idea de ponerle cadenas al río? Así nos autoriza a creerlo la carta que el jefe del puerto de Buenos Aires le escribe a Oribe por orden de Rosas, en la que le anuncia el cierre del río. Pero entonces Rosas pensó en cerrarlo echando a pique algunos buques cargados con piedras. De cualquier modo, él no lo ha hecho por estar seguro del triunfo, sino como una afirmación simbólica del cierre de los ríos, como una afirmación de nuestro tenaz empeño de resistir hasta la muerte, de ser independientes y libres.
                A todo esto se preguntará: ¿y los Estados Unidos?, ¿y la doctrina de Monroe? Los Estados Unidos, por esos días, están ocupados en robarle a México el inmenso territorio de Texas… 


Manuel Gálvez, Vida de Juan Manuel de Rosas, Ed. Claridad, Buenos Aires, 1997, pp. 451-453.