Consideraciones en torno al nuevo logo de la Jornada Mundial de la Juventud 2019
“Yo
detesto a la gente que habla de lo “bello”.
¿Qué
es lo bello? ¡En la pintura hay que hablar de problemas!
Los
cuadros no son otra cosa que investigación y experimento.
Nunca
pinto una obra de “arte”.
(Pablo Picasso)
El arte y las imágenes modernistas
Cada
vez que tratamos de modo crítico un tema relacionado al arte –ya sea música,
literatura, teatro, danza, etc.-, nos vemos obligados a advertir que es
necesario para una mayor comprensión, un estudio previo y ulterior sobre temas
de la Estética Filosófica en general como la relación entre el Arte y Belleza,
su relación con la Moral y cuanto de ello se desprenda. Esta ocasión no será
muy distinta ya que la fundamentación estética se hace imprescindible y sin
ella no es posible abarcar el plano artístico como se merece.
No
podemos decir que lo que nos motivó a escribir este artículo sea algo llamado
“arte”, al contrario más bien. Hablamos de la reciente aparición del logotipo
de la próxima Jornada Mundial de la Juventud en Panamá (2019). La “obra”, realizada
por una joven de 20 años estudiante de arquitectura, fue seleccionada entre
otros 103 propuestas de dibujos. La evaluación estuvo a cargo del Comité Ejecutivo
de la JMJ y el Dicasterio para los Laicos, la Familia y Vida, en Roma.
Entre
este dibujo y el Guernica o la Mujer llorando de Pablo Picasso, sólo
hay un siglo de distancia. En cuanto a lo formal y estético puede decirse que
son intercambiables el uno con los otros. Hay una diferencia, sí, que
probablemente agrava la cuestión. Picasso pintaba aquellas obras desde su
concepción atea y revolucionaria, consciente de que la pintura no está hecha para decorar apartamentos, sino que es un instrumento de guerra y de ofensiva
contra el enemigo[2]. En 1944 confesará: “yo soy un comunista, y mi pintura es una
pintura comunista”. Por eso es que el famoso Guernica, de 1936, fue tomado como emblema de la lucha
antifranquista. El nuevo logo del que hablamos, por su parte, tendría como fin
la representación de María Santísima en el momento del “fiat”, entre otros simbolismos ininteligibles como el istmo y el
canal de Panamá o la “Cruz Peregrina”. El mensaje que se quiso trasmitir a los
jóvenes del mundo, según el Arzobispo de Panamá Ulloa Mendieta, es la grandeza
de corazón de un país pequeño, que está abierto a todos sin excluir a nadie, de
la mano de la Virgen María como “modelo
de joven valiente, comprometida y generosa que supo decir sí ante el llamado de
Dios”. Los jóvenes, dice Monseñor, “son
capaces de transformarlo todo, positivamente, arriesgándose como lo hizo la
adolescente María de Nazaret”[3].
Si
definimos al arte como la recta ratio
factibilium[4],
la recta razón de la obra a realizar; si decimos que es una virtud intelectual
ligada a la Prudencia; si afirmamos que toda obra de arte debe estar revestida
de Belleza y que ésta es el objeto del arte; y si definimos a ésta última con
Santo Tomás de Aquino como lo que visto
agrada[5] –pulchrum est quod visus placet–; entonces, no podemos decir que
este como otros tantos garabatos que se han producido, sean artísticos o
bellos. Por tanto, al carecer de Belleza, no son más que una manifestación de
la fealdad y lo caótico.
A
diario nos invaden estos logotipos e ilustraciones que intentan reflejar un
mensaje religioso, cargados de sentimentalismo modernista y de un marcado
antropocentrismo inmanentista. Las ilustraciones de las JMJ son un claro
ejemplo de ello, dejamos al lector que pase revista en casa. En nuestros días
también se difunden imágenes de
Jesucristo, la Virgen María[6] en sus distintas
advocaciones y apariciones, y de todo tipo de santos, con características
infantiles, “aguadas”, sentimentalizadas[7]. Nada semejante a lo que el
mismo Dios ha revelado o al modo en que la misma Virgen Santísima ha querido
mostrarse al mundo, por ejemplo, a través de la Tilma de Guadalupe. Nos
preguntamos qué sentido tiene rebajar y secularizar la milagrosa obra de arte
que es el manto de la Guadalupana, con trazos simples que de ninguna manera
eleva nuestro espíritu, ni establece diferencia entre lo sagrado y lo profano.
Otro
claro ejemplo es el mismísimo escudo de la Acción Católica Argentina, que ha
dejado de significar y representar su idea y su logos originario. De una Cruz
en campo de plata –cruz del estilo Templario, vale decir–, que simbolizaba
a Cristo y su cruz en la vida del cristiano militante que
es pura como el metal, se ha pasado a unas líneas cruzadas a mano alzada casi
por accidente, en un campo indefinido, ya que los límites del antiguo escudo se
borraron. Todo el simbolismo heráldico del emblema ha sido tristemente
ultrajado. Pero todo ello era de esperar si los límites de la sana doctrina ya habían
sido violentados para dar paso a un modernismo que nada tiene que ver con el
sentido de la Iglesia militante.
Ejemplos
para ilustrar lo que decimos sobreabundan. Pero regresemos a nuestra reflexión
artística teniendo en cuenta que la autora del logo en cuestión, Ambar Calvo,
confiesa que desde los 12 años siente una “afinidad
por el arte como medio de expresión”, y su intención para el dibujo
propuesto fue “la ternura y la entrega de
María en su mejor escena: el Hágase”. Pues bien, a nadie se le ocurre
pensar en el “sí” de María y en la Encarnación del Verbo al observar dicho
dibujo. Pero el alma se exalta y no deja de sorprenderse y extasiarse, por
ejemplo, ante una imagen como La
Anunciación de Fra Angélico.
No
es un capricho intelectualista –como creen algunos– traer a la mesa del debate
una definición de belleza, como
hicimos más arriba. Diremos todavía más. El Aquinate completa su explicación
señalando tres características de la belleza: integridad (forma un todo), consonancia
o debida proporción, y claridad o esplendor[8]. Y en su De Regimini Principis, Santo Tomás
agrega que:
“el bien proviene de una causa perfecta,
en cualquier cosa en que lo encontremos, en la cual se unifican todas aquellas
perfecciones que pueden ayudar al bien; en cambio lo malo procede de cualquier defecto singular. Pues no se da la hermosura
en un cuerpo, si no están bien dispuestos todos los miembros, en cambio se ve feo cuando un solo miembro está fuera
de lugar. Así, pues, lo feo puede provenir de una u otra causa; en cambio
lo bello, de la unión de todas las causas para formar una perfecta”[9].
En otras palabras lo resumía San
Agustín, diciendo que no hay nada
ordenado que no sea bello: como dice el Apóstol, todo orden viene de Dios[10].
En contraste, no es posible ya hablar de belleza al tropezar con ilustraciones
que no hacen más que acentuar la desproporción, la desmesura y el desorden.
Más cercano a nuestros días, el Papa Benedicto XVI
reflexionaba sobre el arte en el parágrafo 41 de su Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis. El principio de
la Belleza es válido para todo el arte –señalaba– sobre todo en el arte sacro: especialmente la pintura y la escultura, en
los que la iconografía religiosa se ha de orientar a la mistagogía sacramental.
Si bien un logotipo no ingresaría en
lo que se llama arte sacro, es
importante recordar esta finalidad que advierte el Pontífice.
Tristemente se ha hecho caso omiso de
todo cuanto venimos detallando. Se ha dejado de lado la invitación que el mismo
Papa San Juan Pablo II diera a los artistas en 1999. La Iglesia, reconocía el
Pontífice, “necesita” de quienes
abarquen el plano “figurativo,
sirviéndose de las infinitas posibilidades de las imágenes y de sus
connotaciones simbólicas”, ya que “Cristo
mismo ha utilizado abundantemente las imágenes en su predicación, en plena
coherencia con la decisión de ser Él mismo, en la Encarnación, icono del Dios
invisible”[11].
Asistimos al rechazo –o, al menos, a la culpable ignorancia– de cuanto se ha
enseñado sobre la Vía Pulchritudinis,
la vía de la Belleza, como camino para el encuentro con Dios desde la contemplación
de las creaturas y las obras bellas producidas por el Hombre, o como expresara
Leopoldo Marechal, el ascenso y descenso
del alma por la Belleza. Existe inclusive un extenso documento del
Pontificio Consejo para la Cultura, publicado en 2006, llamado “La Via Pulchritudinis, camino de
evangelización y de diálogo”. Por el contrario, dejando todo esto de lado, en
nombre de la Evangelización se premia y publica la expresión de la fealdad, aún
cuando el Concilio Vaticano II -en el que se amparan los promotores de estos
abusos- dejó expresado la “gran importancia” del arte en la vida de los hombres
(Gaudium et Spes, 62), y que lo más
perfecto del arte, el arte sacro, es
capaz a través de lo bello, de “reflejar de algún modo la infinita belleza de
Dios y de dirigir el pensamiento de los hombres hacia Él” (Sacrosanctum Concilium, 122).
Lo
que realmente representa esta imagen
Pero, ¿cuál es el trasfondo estético
que caracteriza al dibujo en cuestión? ¿De qué tipo de “arte” hablamos?
No estamos haciendo una simple “humorada”
al establecer una comparación con el gran revolucionario del arte pictórico
Pablo Picasso. En efecto, el Cubismo fundado por él fue un rechazo por todo lo figurativo,
una evasión de lo concreto en pos de la pura idea. De ahí que se hable de arte abstracto o conceptual.
El Romanticismo ya había echado sus
raíces y el impresionismo no tenía más que decirle al mundo con su naturalismo
positivista[12].
Por consiguiente el movimiento expresionista, desde Alemania hacia el mundo,
inauguró el siglo XX con una reacción al impresionismo; manifestándose como una
constante deformación de la realidad al intentar expresar de forma más
subjetiva –subjetivista– al ser humano. La primacía la tenía la manifestación
de los sentimientos, como consecuencia de la realidad histórica del período de
entreguerras. La libertad individual entendida como libertinaje en aquellos
tiempos ya dominaba la vanguardia artística. Paralelamente estaban esparcidas
por el mundo las teorías del Psicoanálisis, cobrando cada vez más adeptos. Este
fue el escenario en el que Pablo Picasso avanzaría todavía “más allá” en la
degradación estética. La reducción de la forma a lo geométrico, y de la
perspectiva a un relativismo subjetivo que daba lugar a un completo caos
visual, fueron los pilares de esta escuela pictórica.
Resultan de interés las palabras de
Alberto Boixadós cuando, al comentar las obras del pintor español, señala que
“llevaban el sello del genio diabólico, atacando esta vez la obra maestra de la
Creación misma”. “Sé bien que Picasso, consultado, se disculparía diciendo que
en estas obras había sido guiado por otro sentimiento distinto al de la
búsqueda de la belleza”[13].
José Ortega y Gasset no se privó de
hacer un descargo sobre este movimiento pseudoartístico. Entre otras
producciones, lo llevó a cabo en unos párrafos muy elocuentes de su opúsculo Sobre el punto de vista en las artes[14].
Allí define el cubismo como una mezcolanza,
un turbio jirón, un equívoco. Picasso “aniquila la forma
cerrada del objeto… sin otra misión que servir de cifra simbólica a ideas”. En
la impresión –dice Ortega– se ha llegado al mínimo de objetividad exterior. En
efecto, como decíamos más arriba, se rechaza lo real y concreto o incluso lo
que percibe el sentido de la vista. Pero no sólo eso, sino que se establecía un
“salto” detrás de la retina que “invertía por completo la pintura y su función
y, en vez de meternos en lo que está fuera, se esforzaba por volcar sobre el
lienzo lo que está dentro: los objetos ideales inventados”.
Esta carencia de belleza, transmutó al
surrealismo, dadaísmo y otras vertientes como el fauvismo, futurismo,
informalismo, constructivismo, llegando varios años después al denominado pop-art y sus derivados (schoker-pop,
porno-art, epidermial-art, arte psicodélico, etc.); luego vendría el
minimalismo, el arte pobre, y un largo etcétera. No hay límites ni barreras estéticas
o morales para el antojo del artista que se encuentra frente al lienzo, si es
que todavía se utiliza este arcaico material. De tal modo se llega, como señala
Rodolfo Papa, a “un «concepto» de belleza construido por algunos teóricos sin
nexo alguno con la realidad y con la visión”[15].
Lo verdaderamente importante de toda
esta cuestión, es que hay un fundamento metafísico que se rompe y destruye con
este tipo de producciones. Ni más ni menos que la destrucción de uno de los
puentes que comunican la realidad, la materia
y la forma. Por eso cuando se habla
de “deformidad”, no se reduce el término a la figura externa, sino a la forma, al Ser mismo de la obra de arte.
Si la forma no vive sino en la materia, al separarlos en un intento de
expresión, se termina por aniquilar –en la representación- la realidad tal y
como existe en la naturaleza.
En la estética de Hegel, se reduce lo
formal a lo que llamamos figura, es decir, a lo exterior. Este pensador idealista
valora la obra de arte como expresión o manifestación del “espíritu”, y por
ello, al oponer dialécticamente lo material y lo formal, necesariamente se
llega a la conclusión según la cual el arte debe morir (al menos el arte
conocido hasta entonces por Hegel). Consecuencia de ello es que distingamos
entre obras figurativas en las que hay un soporte de la forma, que es algo sensible, el “objeto”, identificable en el mundo
de las cosas; y las no figurativas, en las cuales prevalece la composición
inventada por el artista.
Estas consideraciones, que tomamos de
un enjundioso artículo del Profesor Dennis Cardozo Biritos[16],
permiten comprender las causas más profundas del deterioro artístico. En dichas
páginas se analiza, entre otras consecuencias del arte moderno, la destrucción
de la figura y del rostro humano por parte del expresionismo, transformándolos
“en algo monstruoso en beneficio de una pretendida expresión que no lo es de lo
propiamente humano, sino de una concepción trágica y pesimista de la vida”[17].
De este modo el cubismo terminó por “reducir el rostro humano a un diagrama”,
por lo que la pretensión de eliminar el tiempo
para mostrar simultáneamente todas las partes del objeto, “transforma al hombre
en un monstruo”[18].
Por eso es inexacto comparar una pintura cubista
o abstracta, con el garabato de un
niño de tres años de edad: el pequeño carece de motricidad fina, pero el pintor
cubista carece de sentido estético.
El arte conceptual no-figurativo, en el
que tranquilamente podríamos situar la ilustración de la JMJ, se caracteriza
por cuatro atributos principales, según refiere el precitado Cardozo Biritos[19]:
1°) Desaparición del objeto, no hay una realidad
estética, formal, sino sólo “señales”. Véase cómo ni siquiera existe una corona
para la Virgen en el logotipo, sino cinco pequeños círculos que sugieren una
posible corona además de los cinco continentes. 2°) Logicismo, en el que se utiliza un meta-lenguaje, que abstrae y va “más
allá”, al plano del concepto. En nuestro caso, lo que la autora tiene en mente, su propia conceptualización ajena al
plano de lo real. 3°) Racionalismo:
se intenta dar una explicación racional de la creación artística. De hecho si
no se nos da una explicación que justifique el intento de representar el Istmo
de Panamá con su respectivo canal, jamás nos hubiésemos enterado de tal significado.
Lo mismo cabe para un supuesto corazón, la corona y la mismísima Virgen María.
4°) Activismo, porque se acentúa la
actividad del espectador transfiriéndole el proceso productivo, “proceso
productivo de recepción”, en la cual la “obra” es sólo una señal
desencadenante. En el dibujo de la JMJ, no queda más que el trabajo interpretativo
de quien lo observa para encontrar un significado
posible. No se trata de la actividad contemplativa, fruto de la observación de
la obra bella. Probablemente lo mejor que pueda provocar en el observador sea
la duda: “¿qué es esto?”.
El “logo” y el “logos”
El término logo nos brinda un gran aporte para lo que intentamos exponer. Su
origen es griego (λόγος), y su significado no es otro que "palabra",
"verbo", y a partir de allí se extiende a "concepto",
"idea", "discurso", "imagen", etc. En la
filosofía griega, con sus distintos matices, el Logos tiene un sentido muy particular. Para Heráclito, por ejemplo,
el logos es la razón universal que domina el mundo y que hace posible un orden,
una justicia y un destino. Los estoicos admitieron el Logos como principio
viviente e inagotable de la Naturaleza. Para Platón, el vocablo representaría
también un intermediario inteligible en la formación del mundo. Sin embargo, la filosofía y la teología cristiana,
redefinirá el Logos como el mismo Dios. "En
el principio era el Verbo", el Logos,
"y el Verbo era Dios", señala el principio del Evangelio según
San Juan, y “se hizo carne”.
Atendiendo
a las consideraciones lingüísticas, podemos agregar además que, así como el
lenguaje remite una realidad, que existe en sí, del mismo modo una imagen es
reflejo de una realidad. La imagen, como la palabra, remite al ser de las
cosas. Y ésto de modo especial cuando tiene noción de signo, es decir, de aquello que expresa una realidad distinta de
sí, pero remitiendo y llevándonos a ella. De este modo el dibujo de una cruz manifiesta algo distinto a los dos
trazos dibujados, pero nos remite y nos lleva hacia la Cruz de Cristo, por
ejemplo.
El
ejemplo de la cruz nos ayudará todavía más a nuestra comprensión. Romano
Guardini, en su célebre obra Los Signos
Sagrados, comienza hablando sobre la importancia de la señal de la cruz, el
santiguarse, haciendo hincapié en la importancia de realizarlo correctamente.
En nuestro caso podríamos hablar de trazar la cruz –en el papel, en el lienzo–
de modo correcto. Esto se debe a que “es signo de totalidad y signo de redención.
En la Cruz nos redimió el Señor a todos, y por la Cruz santifica hasta la
última fibra del ser humano”. “Signo más sagrado que este no hay”, dice
Guardini[20].
Páginas más adelante realiza una advertencia respecto del acto de ver y de la imagen, precisamente hablando de los signos:
“…hemos de ir reconquistando lo que tiempo ha
poseíamos, para que vuelva a ser realmente nuestro. Un ver exacto, un oír
exacto y un obrar exacto es el supremo arte de aprender a ver y de llegar a
saber. En tanto no lo conseguimos, todo permanece para nosotros mudo y oscuro;
pero una vez logrado, las cosas se manifiestan como son; demuestran su
interior, y de ahí, de su esencia, va adquiriendo forma lo que de fuera
aparece. Y comprobarás que precisamente las cosas más a la vista, las acciones
cotidianas, encierran los secretos más profundos. En lo más simple se esconde
el misterio más sublime.”[21]
No
es casual que estemos explicando el vocablo logos,
al tiempo que esbozamos una crítica hacia un dibujo que se hace llamar también logo. Hay un correcto modo de ver, como
también hay un correcto modo de representar y significar algo. Destruir, atacar
y ultrajar la palabra es atentar al ser mismo de las cosas. Asimismo, rechazar
la imagen que verdaderamente representa la realidad, no haciendo otra cosa que
difundiendo lo diametralmente opuesto, no es otra cosa que dar el mismo golpe
artero hacia las esencias de las cosas. Cobran sentido las palabras de Ortega y
Gasset, cuando afirmaba que “lejos de
ir el pintor más o menos torpemente hacia la realidad, se ve que ha ido contra
ella. Se ha propuesto denodadamente deformarla, romper su estado humano,
deshumanizarla”[22].
Esta
es la profunda explicación que subyace a aquella escena en la que al ver estos
dibujos, como el logotipo de la JMJ, nos veamos obligados –porque la misma
realidad se nos impone–, a preguntarnos: ¿qué
quiere decir esto?, ¿qué significa?
Pues no, no significa nada. Nada que no sea fealdad y caos[23].
Falsedad y esterilidad del «arte» moderno
Se
entenderá lo que decimos si se escucha al mismo Picasso cuando afirmaba que no
hay más diferencia en el arte que el de éste con la naturaleza. En definitiva,
las reglas y los límites son de la naturaleza, lo demás es arte. La única
diferencia entre las distintas formas de arte, según él, es su grado de
convicción. Por eso añade:
“Desde el punto de vista del arte, no hay formas concretas o abstractas,
sino sólo formas que constituyen mentiras
más o menos convincentes. No cabe duda de que estas mentiras son necesarias para nuestro ser espiritual, pues con
ellas damos forma a nuestra imagen estética del mundo”
Y más
adelante añade:
“Todos
sabemos que el arte no es verdad. El
arte es una ficción que nos permite reconocer la verdad, al menos la verdad que
se deja comprender por nosotros. El artista debe conocer sus caminos y sus
medios para convencer a otros de la
verdad de su ficción”[24].
La
corriente moderna en el arte tuvo una aplicación totalitaria y radical, de
manera tal que en nuestros días lo legítimo consistiría en “pintar mal”. Lo
contrario, “pintar bien”, parece estar prohibido. Todo cuanto refiera orden y
armonía, proporción y simetría, es anticuado
y fascista. En el ámbito eclesial
imbuido de modernismo teológico, todo lo que tenga un matiz de caótico y
desproporcionado tiene un lugar de privilegio, desde lo arquitectónico y
pictórico hasta lo más íntimo de la Liturgia reformada o “deformada”.
Tristemente
estas manifestaciones estéticas pseudo-religiosas,
son un reflejo del mundo que nos rodea y se encuentran en un callejón sin
salida, carentes de frutos buenos. “Signo de nuestro tiempo –explicaba el Padre Leonardo
Castellani–, el arte caótico y degenerado no hace más que expresar en sus
extravíos a la época atea convulsa, y en justo castigo, es herido de
esterilidad”[25].
¿Qué
podría esperarse entonces de un simple y pequeño logo de una jornada de jóvenes
del mundo? Por lo pronto, no podemos pedirle proporción, ni belleza, ni orden,
ni esplendor de las formas o de la verdad. Sabemos que los trascendentales,
Verdad, Bondad y Belleza son convertibles
entre sí. Se expresan mutuamente. Así lo ha enseñado siempre la filosofía
aristotélico-tomista. Inclusive, en el parágrafo tercero de la carta que
citábamos anteriormente del Papa Juan Pablo II a los artistas, se hace
clarísima alusión a ello. Decía el Papa: “La
relación entre lo bueno y bello suscita sugestivas reflexiones. La belleza es
en un cierto sentido la expresión visible del bien, así como el bien es la
condición metafísica de la belleza”.
Podemos
concluir entonces, sin eufemismos ni exageraciones, que nuestro logotipo no es nada bueno ni verdadero
por no ser nada bello. Lejos está de la Verdad, pero muy cerca lo está del
engaño y de la mentira de la que hablaba Pablo Picasso. Lejos está de ser
epifanía del Verbo Eterno, del Logos
Creador, de la Verdad Eterna y la Belleza increada.
Eduardo Peralta.
San Juan, mayo
de 2017.
Sección de imágenes para el posible lector que no comprendió el artículo...
[1] Cfr. Liberman, A, Picasso, en Vague, 1° de noviembre de
1956.
[2] Nota publicada en Buenos Aires,
en el Nº 96 de “Nuestra Palabra” –órgano de prensa del Partido Comunista– del
21 de mayo de 1975. Citado por Gustavo A. Ferrari, El arte y la expresión sensible, en
CURSOS DE CULTURA CATÓLICA,
El Hombre, ¿Un problema? ¿Un absurdo? ¿Un
misterio?, Vol. VIII, UCA, 1990, p. 143.
[4] Aristóteles, Ética a Nicómaco,
VI, c. 4.
[5] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q. 5, a . 4 ad I. El término “visto” no hace referencia tan sólo al
sentido externo de la vista –o al oído en caso de lo musical–, sino también a
lo que es visto con la inteligencia.
[6]
Nótese cómo no sólo la imagen, sino también las palabras rebajan la figura y
dignidad de la Madre de Dios. Se habla por ejemplo de la “adolescente María de Nazareth”, o de aquella “joven valiente”, etc. Pero aquella adolescente no era la simple María de Nazareth, como existe también
una adolescente Juana de Haití; se
trata nada menos que de la Madre de Dios, por lo que es Santísima, Purísima e
Inmaculada, la más santa y la más pura. Es de lamentar también que el mismo
Santo Padre haya utilizado el término “joven
Mujer de Nazareth”, y también “María
es poco más que una adolescente”, en un mensaje reciente sobre la Jornada
Mundial de la Juventud. En dicho texto se nombra a “María” 27 veces, y sólo 6 aparece el término “Virgen”; solamente tres veces se dice “Virgen María”. Al mismo tiempo, “María” se la relaciona dos veces con “joven” y una con “adolescente”.
Por otra parte, no aparecen los términos “Santísima”
o “Santa” para referirse a la Virgen
María. El término “madre”, no aparece
precediendo a “Dios”, sino una vez,
como “joven madre”. Cfr. Mensaje para
la XXXII Jornada Mundial de la Juventud, 21 de marzo de 2017, puede verse en: https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2017/03/21/mesn.html
.
[7] Es de advertir que denunciamos
el “sentimentalismo” y no una posible y legítima dirección de la obra artística
a mover a la piedad a través del
sentimiento. Es una dimensión del Hombre que no se puede dejar de lado, pero es
erróneo acentuarlo y exacerbarlo en desmedro y anulación de los demás.
[8] Ídem, I, q. 39, a. 8.
[11] Juan Pablo II, Carta a los Artistas, del 4 de abril de
1999, n° 12.
[12] Ortega y Gasset nota que el
subjetivismo se fue “haciendo más radical, y hacia 1880, mientras los impresionistas
fijaban en los lienzos puras sensaciones, los filósofos del extremo positivismo
reducían la realidad universal a sensaciones puras”. Cfr. Ortega y Gasset, Sobre el punto de vista en las artes, Revista
de occidente, febrero de 1924, pp. 98-99.
[13] Cfr. Alberto Boixadós, Arte y Subversión, 4ª edición,
SIBI, Miami, 1982, p. 29. Cabe advertir aquí, que una de las palabras presuntamente
dichas por Picasso citadas por Boixadós (pp. 22-23), no es auténtica ni fidedigna.
El autor toma una entrevista publicada en la revista L’Association Populaire
des Amis des Musées (Le Musée Vivant,
n° 17-18, de 1963), pero estas declaraciones de Picasso fueron publicadas por
primera vez por Giovanni Papini, en su famoso libro de entrevistas imaginarias
llamado El Libro Negro, que vio la
luz por primera vez en 1951. Son palabras que no pueden ser tomadas como
verdaderas, por verosímiles que nos parezcan.
[14] Cfr. Sobre el punto de vista en las artes, op. cit., pp. 96 y 97.
[15] Rodolfo Papa, La “belleza” que no es, en su columna
semanal sobre arte en el sitio www.zenit.org,
martes 1º de febrero de
2011.
[16] Dennis Cardozo, Biritos, La contaminación del arte por lo disforme,
en AA. VV., La Contaminación Ambiental,
OIKOS, Buenos Aires, 1979, pp. 231-249.
[17] Cfr. Ídem, p. 240.
[18] Ídem, p. 241.
[19] Ídem, p. 248.
[20] Romano Guardini, Los Signos Sagrados, 2da edición,
Editorial Litúrgica Española, Barcelona, 1965, p. 13.
[21] Ídem, p. 43.
[22] Ortega y Gasset, La deshumanización del arte, Porrúa,
México, 2007, p. 19.
[23] Hay quienes se atreven a ver en
el Logo en cuestión un posible significado “oculto”, cuya protagonista no sería
la Virgen María, sino que ésta observaría como una serpiente intenta devorar la
cruz y, en ella, al cristianismo. Aunque creemos que no es necesario llegar a
“tanto” para interpretar negativamente este dibujo. Cfr. http://comovaradealmendro.es/2017/05/posible-significado-oculto-del-logo-la-proxima-jmj-panama/
[24] Cfr. Herbert Read, Filosofía del Arte Moderno, Ediciones
Peuser, Buenos Aires, 1960, pp. 169 y 170. Subrayado nuestro.
[25] Leonardo Castellani, El Arte de las Parábolas, apéndice de Doce Parábolas Cimarronas, Itinerarium,
Bs. As., 1960.