En estos días, minuto a minuto, en
nuestra Argentina secuestrada por las logias mundialistas, la ideología de
género y la desfachatez de sus gobernantes y de sus supuestos opositores, se suceden las carreras para
ver quién es más abortista. A punto de desencadenar un legalizado baño de
sangre, que solo podrá impedirse por una directa intervención sobrenatural, la
inmensa mayoría de los políticos únicamente se muestran interesados en
mostrarse bien de avanzada, bien progresistas, bien modernos. ¿Sabrán que el
aborto es un abominable crimen, como bien lo definiera la Iglesia en el
Concilio Vaticano II (Gaudium et spes,
51)…?. ¿Sabrán cómo se llama a quienes procuran un crimen?
Especialmente patético en este
escenario es el presidente Mauricio Macri. Que pasó de decir que, en lo
personal, está a favor de la vida pero que habilitaba
el debate a sostener, directamente, que no vetará la ley si se logra su
aprobación en el Congreso. Híbrida versión de Herodes y Pilatos de siglo XXI;
dispuesto a garantizar vía libre al filicidio. Desde la más alta autoridad del
país se terminará por decretar el fin de los derechos humanos en la Argentina.
Si el niño por nacer podrá ser matado por su propia madre, ¿qué podrá impedir
que nos matemos entre nosotros mismos, invocando el derecho a decidir sobre la vida de los demás?
Macri,
aunque no se sabe hacer la señal de la Cruz, se declara católico; y estudió en
un colegio católico y en una universidad católica. Es mi deber como cura,
entonces, recordarle sus obligaciones como tal. No hago política; hago lo que
debo hacer como sacerdote. Y como mi única candidatura es al Cielo y no a
ningún puestito ni a mesas de diálogo
con quienes no quieren ni oír ni dialogar – lo que, por otra parte, está fuera
de toda discusión -, me remito a recordarle a Él las enseñanzas del Evangelio y
del Catecismo de la Iglesia Católica.
Podrá, más de uno, tildarme de ingenuo;
habida cuenta de que el presidente, en vez de apelar a la Biblia y al
Magisterio bimilenario de la Iglesia, recurre a armonizadores espirituales budistas o a bien pagados brujos y
gurúes de la así llamada posverdad. Y
que es inútil buscar convencer a quienes solo rinden culto a la diosa Consenso o a las tiránicas y
circunstanciales mayorías. No me interesa lo que diga la opinión pública, sino
lo que me pueda decir el Señor en el día del Juicio (Mt 25, 31 – 46).
Deben saber el señor Macri y todos los
políticos que procuren el aborto que la Biblia manda, expresamente, “no matar”
(Ex 20, 13). Y que el asesinato del inocente clama al Cielo (Gn 4, 10 – 11). Y que “el homicidio voluntario de
un inocente es gravemente contrario a la dignidad del ser humano, a la regla de
oro y a la santidad del Creador. La Ley que lo proscribe posee una validez
universal: obliga a todos y a cada uno, siempre y en todas partes” (Catecismo
de la Iglesia Católica 2261).
Deben saber el señor Macri y todos los
políticos que procuren el aborto que la Iglesia prevé su excomunión automática
(Catecismo de la Iglesia Católica, 2272). Y que, por lo tanto, no podrán
comulgar y acceder a los demás sacramentos; en tanto y en cuanto no se
retracten y pidan públicamente perdón y realicen la correspondiente confesión
sacramental. Y que si llegan a comulgar sin haberlo hecho cometerán un sacrilegio
y estarán tragando su propia condenación (1
Cor 11, 19).
Deben saber el señor Macri y todos los
políticos que procuren el aborto que los católicos creemos en lo que viene tras
nuestra muerte: el juicio, el Cielo o el infierno. Y que a este último van los
que mueren en pecado mortal y en enemistad con Dios. Y ese es un estado
definitivo; del que no se sale con votaciones, ni con dinero, ni con presiones
de las Naciones Unidas…
Deben saber el señor Macri y todos los
políticos que procuren el aborto que una
democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o
encubierto, como lo demuestra la historia. Y que esa alianza entre democracia y
relativismo ético quita a la convivencia civil cualquier punto seguro de
referencia moral (San Juan Pablo II, Centesimus annus, 46).
Deberíamos preguntarnos, también, en
tren de autocrítica, los católicos argentinos, qué hemos hecho para llegar a
estos niveles de decadencia nacional. ¿Qué dirigencia ha salido de nuestros
colegios y universidades católicos?
¿Quién nos convenció de que es obligatorio elegir siempre el presunto mal menor? ¿En qué capítulo del
Evangelio y de la teología moral se nos
manda elegir entre males y no entre bienes?
San
Juan Pablo II Magno, a quien tanto extrañamos, nos enseñó que “una fe que no se
hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no
fielmente vivida” (16 de enero de 1982). Evidentemente esto es lo que ha
ocurrido en estas periferias
australes…
¿Lograremos ser, algún día, un país
auténticamente católico; liberado de la oligarquía mundialista, masónica y
atea? Solo Dios puede saberlo… En nosotros está dar la batalla en todos los
frentes posibles. Partiendo, claro está, de esta durísima e inexcusable
realidad. Y teniendo el coraje de ser héroes y santos; o sea, en todo sentido,
políticamente incorrectos…
+ Padre Christian VIÑA