“La
independencia no puede ser el bien supremo y absoluto de la nación, ni su
primer bien. La independencia puede, sin duda, ser una condición decisiva de su
más hermoso desarrollo. (…) La independencia puede, incluso, ser una condición
indispensable para que sobreviva la nación. Pero no es ni puede ser la razón
suprema y decisiva de la existencia profunda y del bien real de la nación. Esto
es evidente para quienes creen en la existencia de un orden natural de las
cosas.”
(Jean
Ousset)
“Libertad, libertad, libertad…” Numerosas
veces escuchamos frases o discursos que traslucen la miopía histórica y
hermenéutica de la gran mayoría de quienes creen saber lo que sucedió en
tiempos de la Independencia y lo que significó realmente. Es por ello que
abunda al respecto la confusión o el error. No vamos a detenernos para analizar
esos pormenores. Permítasenos, mientras tanto, poner en relieve algunas
palabras poco conocidas o, quizás, omitidas por designio voluntario, del
General San Martín; a quien cabe el mote de “Libertador”.
En abril de 1816
afirma: "¿Hasta cuándo esperamos
nuestra independencia?”. Y tan solo una semana después de la declaración de
la Independencia en Tucumán el General le expresa a Godoy Cruz, quien fuera
entonces diputado por Mendoza ante el Congreso: “Ha dado el Congreso el golpe magistral, con la declaración de la
Independencia. Sólo hubiera deseado, que al mismo tiempo hubiera hecho una
pequeña exposición de los justos motivos que tenemos los americanos para tal
proceder”. Quizás ello hubiese atenuado al menos la confusión histórica.
Pero más que la
confusión o desviación en materia histórica nos duele también la desdicha moral
que asola sobre la Patria, debemos reiterarlo. Quizás puedan servir de auxilio
las palabras del mismo San Martín, quien en una misiva del 1° de febrero de
1834 a su amigo Tomás Guido, sostiene palabras conmovedoras e incisivas. Allí
se denuncia la “liberalidad” de los principios y las calamidades producidas. “¿Qué
importa que se repita hasta la saciedad que vivo en un País de Libertad, si por
el contrario se me oprime?”. Es imposible no leer la epístola sin
dimensionar lo que sucedía por entonces, pero también lo que sucede en nuestros
tiempos.
“¡Libertad!
Désela V. a un niño de dos años para que se entretenga por vía de diversión con
un estuche de navajas de afeitar, y V. me contará los resultados”. Es
un vicio de la sociedad actual el prodigarle derechos que no tiene y concederles
perniciosos pasatiempos a nuestros niños. Todo en nombre de la mentada
libertad. Libertad para elegir, para no ponerles límites en la educación
familiar ni en las horas escolares. No sólo se les da la navaja a los niños,
sino que se los intenta apuñalar por sus espaldas con ideologías malsanas.
“¡Libertad!,
para que un hombre de honor se vea atacado por una prensa licenciosa, sin que
halle leyes que lo protejan y, si existen, se hagan ilusorias”. Sabemos que el hombre justo, la
persona honesta, tarde o temprano terminará sintiendo el peso del yugo de una
prensa vendida y comprada por el enemigo; siendo víctima de leyes inicuas y
contradictorias.
“¡Libertad!,
para que se me dedico a cualquier género de industria, venga una revolución que
me destruya el trabajo de muchos años y la esperanza de dejar un bocado de pan
a mis hijos”. Generaciones pasan con sus enormes sacrificios cotidianos
y la revolución de las costumbres, de los principios éticos, del orden social,
socava nuevamente, una y otra vez, el Bien Común de la Nación.
“¡Libertad!,
para que se me cargue de contribuciones a fin de pagar los inmensos gastos
originados porque a cuatro ambiciosos se les antoja por vía de especulación
hacer una revolución y quedar impunes. ¡Libertad!, para que sacrifique mis hijos
en disensiones y guerras civiles”. Víctimas de una economía que premia
al injusto y condena al trabajador. Esclavos económicos fluctuantes del
liberalismo o del marxismo, vemos el constante accionar del Poder Internacional
del Dinero.
“¡Libertad!, para verme expatriado sin forma
de juicio y tal vez por una mera divergencia de opinión. ¡Libertad!, para que
el dolo y la mala fe encuentren una completa impunidad, como lo comprueba lo
general de las quiebras fraudulentas acaecidas en ésa”. A nadie se le ocultan
las “quiebras fraudulentas” de nuestros días, ni mucho menos la mala fe
impunemente deambulando por los rincones de los ministerios nacionales, entre
tantos lugares. Ser expatriado en la actualidad puede ser también ser víctimas
del “despatriamiento”, de la negación de la Patria tal cual fue fundada.
Significa ver oculto el brillo fe los fulgores primeros, detrás de los dogmas
liberales ponderados en los manuales de historia.
“Maldita
sea tal libertad, no será el hijo de mi madre el que vaya a gozar de los beneficios
que ella proporciona”. Nuestros hijos deben ser protegidos de los que
amparados bajo la bandera de los derechos y de la libertad, promueven el más
extremo libertinaje. Los “beneficios” de la libertad mal entendida no son otra
cosa que el vandalismo y atropello hacia los principios éticos y de la moral
cristiana. Son la negación del Decálogo, la amputación del Orden Natural.
Finalmente nos
queda meditar en el final de la carta que venimos mencionando. Dice San Martín
que estos males permanecerán “hasta que sea establecido un Gobierno que
los demagogos llaman TIRANO, y me proteja contra los bienes que me brinda la
actual libertad”. Y dice luego que “el hombre que esetablezca el orden en
nuestra Patria: sean cuales sean los medios que para ello emplee, es él solo
que merecerá el noble título de libertador”. Nótese que se utiliza el
término “llaman”, no “llamarán”. Esto es así dado que el mandato al que se
refería el General no era otro que el de Juan Manuel de Rosas, quien luego
reafirmaría su mandato a partir de 1835. No es una novedad que el Brigadier
General fuese tildado de “tirano”, entre otras cosas. Sin embargo es preciso
recordar que el “Restaurador de las Leyes” fue quien restituyó los bienes a la
Iglesia, pero sobre todo, quien afianzó el orden de las costumbres y de la
moral basadas en la buena Fe y en una Santa Causa. El reconocimiento por su
desempeño en la defensa de la Soberanía también le valió que San Martín le otorgase
el sable que lo acompañó en toda la campaña libertadora. Después de su derrota
vendrían nuevamente a nuestro suelo los hermetismos cipayos de las logias y de
los “organizadores nacionales”.
Es aquél hombre a
quien todos llaman tirano quien afirmaba que “la filosofía política y moral se
extraviaría confusamente sin la luz inefable de la Fe y el fervor de la caridad
cristiana”[1].
Es quien advertía que “hay que estar vacunado contra la enfermedad
política que se llama Revolución, cuyo término es siempre la descomposición del
cuerpo social”[2]. Es, por
último, quien repulsa a “los que profesan ideas falsas, subversivas
de la moral o del orden público”[3], porque
se preguntaba: “¿Es que se quiere acaso vivir en la clase de la licenciosa tiranía que
llaman libertad, invocando derechos primordiales del hombre, sin hacer caso del
derecho de la sociedad a no ser ofendida?”[4].
¡Cuánta
actualidad tienen estas palabras!
Sigamos pensando
la Patria, sigamos obrando en su favor para que no sea diezmada por el
libertinaje y el liberalismo corruptor.
Eduardo Peralta.
9 de julio de 2019.
Mensaje especial del martes 9 de julio de julio de 2019. "La Batalla del Amor”, Ola Celeste San Juan – FM 87.9 Radio Madre de Dios). Programación: martes, 21 hs. Repetición: sábados 12 hs. En vivo: http://www.radiomadrededios.com.ar/envivo/Facebook: La Batalla del Amor – Ola Celeste San Juan Argentina. Instagram: @olacelestesanjuan Teléfono: 264 – 5093650
[1] Carta a Guillermo Brent, del 11 de febrero de 1846.
[2] Carta a Josefa Gómez del 5 de agosto de 1868.
[3] Carta a Josefa Gómez del 12 de mayo de 1872.
[4] Carta a Josefa Gómez del 17 de diciembre de 1865.
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