II. Doctrina del martirio
Estamos ante cuatro grandísimos católicos argentinos de los años ´ 70, pero el
título de esta conferencia va más allá y reza mártires argentinos…
Confesores y mártires. Como Uds. saben, cuando la Iglesia declara que alguien
es santo enseña que está en la visión de Dios. Y los santos se dividen en
confesores de la fe, por una parte, y en mártires, por otra.
Los confesores de la fe son aquellas personas que han practicado todas las
virtudes no “masomenos” sino “en grado heroico”. No que eran buenos tipos sino
buenísimos, perfectos, digamos, pero que no han muerto violentamente. Han
alcanzado la perfección de la caridad (Bonnet, p. 12).
En cambio, el mártir - dicho rápidamente- es aquél al que matan por la fe.
Caso típico. El caso típico de martirio es el de un católico al cual se le
quiere hacer decir que Cristo no es Dios, bajo amenaza de muerte, y como el
tipo se niega lo ejecutan. O al que le quieren hacer firmar la supremacía del
Rey de Inglaterra sobre el Papa, y Tomás Moro se niega.
Éstos son casos fáciles para un examen sobre “martirología”.
La cosa es interesantísima, y para los que estamos acostumbrados al derecho
estatal moderno el derecho canónico puede resultar extraño. Porque la Iglesia
no tiene un derecho ni democrático ni nada racionalista, muy tradicional y
jerárquico, lleno de costumbres del Papa y los obispos, de modo que cuando el
Papa, que externa y comparativamente parece tener a los ojos del jurista
moderno un poder absoluto, decide algo, eso es palabra santa pero él no puede
apartarse de la Tradición y de sus principios, aunque su decisión muchas veces
no tiene precedentes exactos.
Cuenta André Frossard que cuando Juan Pablo II estaba por salir a canonizar a
Maximiliano Kolbe había una gran expectativa entre la gente, porque si salía
revestido de rojo lo estaba canonizando como mártir y si salía de blanco lo
canonizaba como confesor. En realidad, había sido declarado beato como
confesor, no como mártir.
Porque no había sido matado por afirmar una verdad directamente de fe, un
dogma, y ni siquiera una verdad moral doctrinal, sino porque a la hora de los
bifes había practicado la caridad en grado heroico ofreciéndose por Cristo a
morir en lugar de un laico padre de familia preso y condenado a morir de hambre
por los carceleros nazis. La ejecución de la pena de muerte se cumpliría por
omisión de darle alimentos, (no por emanación de gas como se ha dicho), pero
cuando ya no daba más le aplicaron una inyección letal.
Santo Tomás se planteó el problema con San Juan Bautista, a quien no mataron
porque le pidieran negar que Cristo era Dios, o por una verdad teórica o moral
católica en un simposio de ética, sino por denunciar un adulterio concreto y
determinado, con nombre concreto y determinado. “Herodes, dijo, y no habló
abstractamente, no te es lícito acostarte con Herodías, dijo refiriéndose a una
mujer en concreto, porque ella es la mujer de tu hermano”. No hizo votos para
que respetara una sana antropología sino que dijo claramente con ésa no y eso
está mal. La ley de Dios se cumple - o se incumple- en concreto y él lo
denunció en concreto.
Benedicto XIV (no XVI) define al martirio como “el voluntario sufrimiento o
tolerancia de la muerte, por la fe en Cristo o por otro acto de virtud referido
a Dios” ( De servorum Dei beatificatione et de beatorum canonizatione, cit. por
Fuentes, “Presentación” del libro Sacheri: Predicar y morir por la Argentina,
6-VI-2008, p. 2).
Y he aquí que con San Maximiliano, a pesar de que murió no directamente por la
fe, sino por la caridad fundada en la fe, el Papa salió con vestimentas rojas (
Frossard, ´No olvidés el amor. La pasión de Maximiliano Kolbe, p. 14), y dijo:
“Por lo tanto, en virtud de mi autoridad apostólica, he decretado que
Maximiliano María Kolbe, quien después de la beatificación era venerado como
confesor, sea venerado en lo sucesivo también como mártir” ( Juan Pablo II, en Fray
Contardo Miglioranza, San Maximiliano Kolbe, p. 315).
Mártir por un hermano.
“Mártir por un hermano”, dijo Juan Pablo II en el discurso de canonización. “No
constituye esta muerte, afrontada espontáneamente por amor al hombre, un
cumplimiento especial de la palabra de Cristo? ¿No hace esta muerte a
Maximiliano, de modo especial, semejante a Cristo, Modelo de todos los
mártires, que ofreció su propia vida en la cruz por los hermanos?¿No tiene una
muerte semejante una especial y penetrante elocuencia en particular para
nuestra época?¿No constituye un testimonio de especial autenticidad de la
Iglesia en el mundo contemporáneo? (en Miglioranza, p. 315)
Mártires por la Patria.
Santo Tomás enseña que también por el bien de la
república se puede ser mártir.
“El bien de la república es el más alto entre los bienes humanos, - dice el
Maestro-. Pero el bien divino, causa propia del martirio, es más excelente que
el humano. Sin embargo, como el bien humano puede hacerse divino al referirse a
Dios, cualquier bien humano puede ser causa del martirio en cuanto referido a
Dios” (2-2, 124, 5, c.).
Sintetizando las cosas, pues, para que se justifique el título de esta
conferencia nuestro cuatro deben haber sido 1) muertos dolosamente por otra
persona humana; 2) y por odio a la fe o a bienes o virtudes humanas referidos a
la fe; y 3) que hayan aceptado o tolerado la muerte que les ha tocado.
Queda dicho que, contra lo que sostienen teólogos liberacionistas como Rahner,
Boff o Sobrino ( cfr. Fuentes, “Presentación…”), quienes no cumplen dichos
requisitos no pueden ser considerados mártires. Y me remito a lo que señalé en
dos capítulos en mi libro Sacheri…, en el sentido de que una persona como el P.
Mugica que fue conocida por su adhesión práctica a la guerrilla comunista, a la
cual llevó muchos chicos, teniendo como a modelo al Che Guevara o a cualquier
enemigo de la fe, no puede cumplir el segundo requisito. (Que el P. Mugica haya
cambiado meritoriamente de bando no quita ni pone rey).
No se trata de, por respeto a ciertas conductas humanamente ejemplares de
algunas personas que se juegan la vida en medio de la cobardía general, hagamos
un relativismo de la fe. Puede ser mártir el que refiere su sacrificio
ejercitando una virtud que no es directamente la fe, a la verdadera fe.
Aquéllos que dicen “eso no va, porque lo mató la guerrilla”, o “no va, porque
se metieron en política”, me deben, en doctrina, la refutación al propio Santo
Tomás cuando dice que es posible hablar del martirio de quienes ´mueren por la
Patria´, y en los hechos concretos tendrán que demostrar que nuestros mártires
de Cristo Rey de los años `70 fueron hipócritas o estuvieron errados, o eran
heterodoxos o imprudentes, o que murieron por otra cosa.
En cuanto a la objeción de que no puede ser mártir alguien a quien matan
después de la obra realizada por la cual lo matan, le responde un clásico en la
materia, Capizucchi, con el caso de San Juan Bautista, “ya que sigue siendo
verdad que uno es perseguido y sufre por la obra buena”, si bien ésta haya sido
hecha antes (Capizucchi, Controversias de martirio, en Pedro Lumbreras,
“Apéndices al Tratado de la Fortaleza de la Suma Teológica”, edición BAC, t.
IX, pp. 884-885).
Queda dicho, entonces, que todos aquéllos que se enrolaron entre los que según
veremos precisamente mataron a nuestro cuatro héroes, no pueden ser mártires de
la Iglesia Católica. Ante todo tiene que ser por la fe o por una virtud
referida a la fe, y estos tipos eran enemigos de la fe.
(Dejo de lado, por otra parte, que la Iglesia no acepta en principio que sea
mártir aquél que haya muerto por el hecho de que fue vencido en una guerra,
pues no se cumpliría el 3er. Requisito).
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