"NI UNA MENOS/AS":
Hoy se llevará a cabo, en Plaza de Mayo, la marcha convocada a nivel nacional en contra de la violencia de género y el femicidio. El título de la convocatoria: “Ni una menos”.
Pero… ¿Qué es el femicidio? ¿El asesinato de una mujer perpetrado por un hombre? ¿Cualquier tipo de asesinato llevado adelante por un hombre o sólo los que se dan en casos relacionados con un ataque sexual previo? ¿Y de no ser un ataque sexual, el femicidio se da sólo por razones pasionales? ¿Cuál es la línea fronteriza que separa un mero homicidio de un femicidio? ¿A la inversa se podrá hablar de masculinicidio?
Estos y muchos otros cuestionamientos genera el neologismo impuesto a partir de la mal llamada violencia de género. El femicidio, postulado intrínseco a una postura teorético-ideológica feminista, procede de las autoras Diana Russell y Jill Radford en su obra “Femicide. The politics of woman killing”. Término que se castellanizó y que actualmente se utiliza para referirse en general a muertes violentas acometidas ulteriormente a una violación o abuso y, cada vez más, a cualquier muerte de una mujer a manos de un hombre.
Cabe decir que, antes de herir susceptibilidades y evitar innecesarios enojos, la cobardía del hombre que mata a una mujer bajo cualquier circunstancia es, a raíz de su ventaja natural física, aberrante y, como tal, constituye la peor de las atrocidades. Cosa que ha de ser aclarada, no por corrección política ni por demagogia, sino porque realmente es menester comprender el verdadero origen del mal, y la verdadera fuente de este problema el cual existe pero que, por más nombres que uno le ponga, obedece en realidad a una cuestión estadística: en directa y estrecha proporción al crecimiento del crimen en un mundo anaxiológico y envilecido, crecen naturalmente los delitos sexuales.
No hay violencia de género, porque no hay un género que violenta a otro. Siempre hay un ser humano que ejerce violencia sobre otro ser humano: un adulto sobre un menor, un hombre sobre una mujer, varias personas contra una sola indefensa. Lo que vivimos no es el resultado de un mundo “femicida”, sino “moralicida”. No se puede poner en un plano de exclusividad al delito “de género” porque los géneros no matan, los hombres sí. Y no se trata con esto de enarbolar una contestación misógina, sino de llamar las cosas por su nombre. La violencia de género, sea como epítome o como concepto, es una ruin falacia.
Justamente porque este delito de femicidio, si suponemos entender más o menos a qué refiere, tiende a crecer, a instalarse en un momento en el que el hombre está más minimizado que nunca. Es el delito de la ausencia de lo masculino. Lo más triste es que este fenómeno indeseable, hay que decirlo, es el efecto colateral, secundario, no deseado del modelo de sociedad en el que vivimos, a saber: liberal y extrangerizante en lo económico y neomarxista en lo cultural. En vez de cambiar la base estructural la cual, llamativamente, profundiza a diario los niveles de desigualdad y exclusión, el antagonismo marxista de opresores-oprimidos se plantea en el plano superestructural, buscando generar la “revolución” en lo más complementario que puede haber ofrecido la naturaleza: los sexos, ahora sustituidos por géneros. El feminismo y todas sus derivaciones se presentan como una revolución marxista de las mujeres oprimidas frente al machismo opresor.
Pero en rigor de verdad, como sostiene Alain de Benoist en “El reino de Narciso” lo que se ha destruido en el mundo contemporáneo es la masculinidad. La figura masculina, la ley sin la cual no hay principio de realidad como sostenía Lacan, ha desaparecido y con ello se ha liberado a su suerte la configuración psicótica de la sociedad sumida en un anarquismo axiológico y moral poco antes vistos. Es en la capacidad de decir sí y no, bien y mal, verdadero y falso, que un pueblo, sociedad o cultura puede erigirse, vertebrarse sobre bases sólidas. La feminización de la culturas denunciada por de Benoist, abreva una cosificación de todo, incluso de la propia mujer. Porque el principio activo y subjetivo es necesariamente masculino, taxativo y condicional, vertical no horizontal, basado en una discursividad con predominio de enunciados declarativos e imperativos, no endebles y relativistas. En ninguna sociedad como en aquellas edificadas sobre cánones masculinos y regímenes disciplinarios guerreros, la mujer gozó de un lugar tan central y subjetivo, alejado de cualquier cosificación. El ejemplo más paradigmático y muy bien detallado por Pablo Davoli en su conferencia sobre “Identidad Sexual”, es la sociedad espartana.
Pero volviendo al tema central, es menester decir la verdad sobre la violencia de género: que como discurso característico de la feminización matriarcal de las sociedades, es un fruto del mismo marxismo cultural que en el plano jurídico exime de toda responsabilidad a los degenerados y pervertidos que brotan de las alcantarillas en un mundo que ha estigmatizado “la mano dura” tildándola de fascista, ha proscripto de su vocabulario la palabra “represión” por considerarla reaccionaria, clama por la despenalización de cuanta inmundicia podamos imaginar y que ha impedido poner a los delincuentes en el lugar en el que deberían estar: pudriéndose en la cárcel con el noble propósito de salvar sus almas.
Y este proceso, atroz y degradante, se ha hecho con la complicidad de todas las voces que hoy lloran a las víctimas de la violencia que sobreabunda en el mismo modelo de sociedad que han facilitado engendrar, desde la narcopolítica hasta los jueces corruptos y encubridores. Los que se llenan la boca hablando de la falta de aplicación e instrumentación de las leyes de “violencia de género”, los que despotrican contra la justicia “machista y retrógrada” porque reduce penas a violadores y pedófilos, parecen no ver -o no querer ver- que la reducción de penas y el garantismo/abolicionismo que esta cáfila de pseusojueces nefandos y mendaces vienen impartiendo está dada por el imperio del marxismo cultural izquierdizante y el anti-pensamiento destructivo gramsciano que desde hace décadas acedia a los pueblos occidentales y ha sido impuesto a la fuerza por el Memo 200 del genocida-premio-Nobel-de-la-paz Henry Kissinger y la organización Open Society del especulador internacional George Soros para garantizar la despoblación mundial y hacerse de nuestras riquezas naturales.
Los jueces no liberan a los pederastas y violadores a causa de ser machistas medievales, sino por feminoides cobardes que han aprendido con Marx que es el ser social del hombre el que determina su conciencia y no al revés, y por lo tanto siempre habrá una condición social que sirva de atenuante para justificar los hechos más terribles y menguar las penas. Los jueces que justifican a los violadores diciendo que “el abuso de un niño menor no es tan grave porque el infante ya poseía tendencias homosexuales” o que “la joven utilizaba ropa provocadora y por tanto es corresponsable de la violación” forman parte de una maniobra de “psicologización” del crimen y destrucción del libre albedrío como forma volitiva y genuina del bien obrar. Estos jueces apologistas, son el producto de una sociedad fracturada por las antiposturas intelectualoides del progresismo jurídico, que se basa en justificativos psico-sociológicos pseudocientíficos para avalar por vía de la insania, las condiciones sociales y, en última instancia, la construcción ad hoc de alguna “inimputabilidad” a la cuasi totalidad de los criminales que obtienen la “beca” de la impunidad para matar.
Y esta ideología izquierdizante, es la misma que se embandera con el abortismo, la doctrina de género, el feminismo y tantos otros engendros ideológicos que terminan socavando la posibilidad de una vida armoniosa y sensata. Ideología que, con tal de no reconocer que el caos generalizado es el “tiro por la culata” de los postulados fundamentales que ella misma profesa, persiste en buscar enemigos fantasmagóricos como “la derecha”, “el machismo”, “la Iglesia” y mira para otro lado en forma hipócrita en vez de señalar a los cleptócratas que deberían tomar cartas en el asunto, porque son ellos los que le han conseguido la “Secretaría de igualdad de género y oportunidades”. En un par de años más van a decir que Hitler le pegaba a Eva Brown para echarle también la culpa del origen de este flagelo.
No hay una sociedad cada vez más machista, sino cada vez más matriarcal, afeminada con hombres inseguros y minimizados, de virilidad mermada que terminan atacando cobarde y arteramente a mujeres porque se ven socavados, vulnerados en su hombría, entregados a la más miserable ignominia. Y ni hablar de los casos de hombres que no pueden acercarse a sus hogares ni ver a sus hijos a raíz de falsas denuncias por violencia de género, como los recopilados por el tan silenciado documental “Borrando a papá” del que ni un solo medio de comunicación se hizo eco jamás. ¿No sería esto también violencia de género?
Para terminar, vale decir que la mujer es algo demasiado sagrado para instrumentalizarla como cocktail molotov de ataques terroristas contra la verdad, el bien y la belleza. La mujer debe evitar dejarse usar por intereses viles y serviles, por ideologías cipayas de moralidad inhibida. Y como decía el padre Leonardo Castellani, en sorna y para mostrar con simpatía lo complementario de los sexos en su “Payada del parangón entre la malicia del hombre y la Mujer”:
“De los bichos del Señor,de pezuña, garra o ala,el macho es el peliador,pero la hembra es la mala”.
Mujeres, no necesitan la declaración de días internacionales, no necesitan marchas ni movilizaciones. Acá lo que está en juego es la patria y la soberanía la cual, agonizante, clama por un retorno a los valores perennes y universales. La única bandera, señores y señoras, es la argentina y la única moral, es la cristiana.
(Lucas Carena)
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ResponderEliminarLo sentimos... comentarios violentos, de personas violentas, que inciten la violencia de género, no se admiten... ;)
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