El Gallo
Me dijeron: —¿Lo conoces?
Respondí: —No sé quién es.
Y el gallo, que me escuchaba,
cantó, por primera vez,
con una voz tan potente
que, sobre la tierra fiel,
arrastraba como un viento
mis promesas de papel.
El gallo cantó tres veces,
y otras tantas te negué.
—¿Estabas con Jesucristo?
—Jamás estuve con él.
Y el gallo, que me escuchaba,
cantó por segunda vez,
conmoviendo con su canto
la tierra bajo mis pies,
pero no el alma dormida
como una piedra en mi ser.
El gallo cantó tres veces,
y otras tantas te negué.
—¿Eres uno de los suyos?
—Ni lo soy ni lo seré.
Y el gallo, que me escuchaba,
cantó por tercera vez,
para que el mundo supiera
que ya estaba por nacer
un día que no sería
de arena, como mi fe.
El gallo cantó tres veces,
y otras tantas te negué.
Después de escuchar tres veces
mi traición y el canto aquél,
el Señor clavó los ojos
en mi corazón infiel,
y los hundió tan adentro
que de dolor desperté,
y ante la noche sagrada
lloré por primera vez.
El gallo cantó tres veces,
y otras tantas te negué.
Francisco Luis Bernárdez
«El gallo», Versos de la Semana Mayor, pp. 138‑39.
(Pintura: "La Negación de San Pedro", Caravaggio, Metropolitam Museum, New York.)
"...el Señor clavó los ojos en mi corazón infiel..."
Así narra
en verso el poeta argentino Francisco Luis Bernárdez la historia del gallo de
la Pasión de nuestro Señor Jesucristo. Lo hace de manera excepcional desde el
punto de vista del apóstol Pedro: el mismo Pedro que quiso caminar con Cristo
sobre el lago de Galilea, pero no tuvo suficiente fe para lograrlo;[1] el
mismo Pedro que no pudo mantenerse despierto en el huerto de Getsemaní mientras
Cristo velaba en oración;[2] el
mismo Pedro que, por no comprender que Cristo tenía que morir por los pecados
del mundo, le cortó la oreja al siervo del sumo sacerdote cuando Judas entregó
a Cristo en manos de sus enemigos.[3]
Esa misma noche, mientras aquellos enemigos
procesaban a Cristo injustamente a fin de crucificarlo, Pedro lo negó tres
veces,[4] ¡a
pesar de que Cristo mismo le había dicho que iba a hacerlo y Pedro le había
asegurado que eso jamás sucedería![5] Pero
esa es la parte del relato de Bernárdez que ha hecho historia, acuñada en
dichos y refranes, que conocen hasta los que no son seguidores de Cristo.
La parte que está en tela de juicio, en la que se toma licencia poética el
escritor argentino, es la frase al final del poema en la que dice que, cuando
el gallo de la Pasión cantó por tercera vez, Pedro lloró por vez primera. No
podemos saber con certeza si fue por primera vez, porque el texto bíblico no
arroja luz sobre esto. Pero tratándose del que, al parecer, era el más valiente
de los apóstoles, es probable que esa haya sido la primera vez que Pedro
llorara y, más aún, «amargamente», como dicen las Sagradas Escrituras.[6]
Menos mal que Pedro permitió que se rompiera el dique de sus lágrimas, pues a
causa de su arrepentimiento sincero Jesucristo lo restituyó, preguntándole tres
veces si de veras lo amaba. Con eso Cristo le dio a entender que ya lo había
perdonado por las tres negaciones.[7] Y
con eso Pedro pudo experimentar en carne propia la veracidad de la
bienaventuranza de Cristo que dice: «Dichosos los que lloran, porque serán
consolados.»[8]
Carlos Rey
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