“El arte moderno posee una gran aptitud para
representar al demonio
y al hombre poseso por el demonio,
una muy escasa para figurar al hombre grande y
humano,
ninguna para la
representación del santo y del hombre de Dios.”
(Seldmayr, El
arte descentrado, 1959)
Propaganda por demás resonada y rimbombante es la que ha
tenido la inauguración del Teatro del Bicentenario en la provincia de San Juan
el pasado 21 de octubre. Cuánto no se venía diciendo sobre la promisoria ceremonia.
Un gran despliegue escénico y actoral fue el que se puso en marcha en el
exterior del teatro frente a miles de personas. Proyecciones de imágenes
realmente imponentes en la fachada de la construcción recién terminada. Hasta una
marioneta gigante cobró vida y se levantó del suelo por obra del ritmo que
interpretaba un grupo de percusionistas, mal llamados “murgueros”, cada uno con
un bombo de tipo santiagueño.
Hasta allí, nos guste o no lo que se hizo, se trataba de una
inauguración más. Sin embargo, las opiniones y críticas las tuvo la obra que
culminaría la celebración y que se realizaría -ahora sí- en el nuevo escenario.
En efecto, circuló por las redes sociales y por whatsapp una advertencia sobre
lo que ocurriría. Allí se manifestaba que durante el ensayo general del día
anterior, algunos músicos locales se sintieron “angustiados y heridos al ver la
proyección de imágenes satánicas, llena de símbolos masónicos que
desafortunadamente quedarán impresas en muchas almas”. También se ponía la voz
de alerta sobre la aparición de mujeres desnudas y la proyección de una imagen
ensangrentada de un sacerdote que se arranca el corazón.
Todavía
más elocuente resultó la carta de un músico que fue compartida también a través
de las redes. El violonchelista Eugenio Rodrigo, quien firma la epístola, se
manifiesta en ella “con profundo dolor” al haber participado del acto de
inauguración. Comienza evocando las palabras del mismo Jesucristo: “Señor, perdónalos porque no saben lo que
hacen”. Sus palabras son muy claras y explican la causa de su angustia:
“(…) el
primer espectáculo que se elige para darle vida a
este teatro fue una cantata escénica del siglo XX compuesta por Carl Orff,
llamada Carmina Burana. Son poemas que realzan los placeres terrenales, mejor
dicho los pecados capitales, con una crítica satírica a los estamentos sociales
y eclesiásticos. Y si a esto le agregamos la compañía catalana “La Fura dels
Baus”, autodefinida en su página web[1] como excéntrica y
transgresora, quienes se enorgullecen de poder unir y adaptar carnalidad y
misticismo, grosería y sofisticación, primitivismo y tecnología, da como
resultado lo que presenciamos esta noche, que según mi formación y creencias
religiosas fue un rito satánico, una consagración de una obra pública al
demonio y una grave ofensa a Dios. De más está decir que como católico formado
pude percibir con claridad la presencia de mensajes subliminales e imágenes
puramente demoníacas y a su vez denigrantes hacia la mujer, mostrándola como
objeto de placer.
Sin querer entrar en más
detalles, manifiesto que para bien de mi alma, por amor a mi Dios y para no seguir participando de este grave
acto de agravio, es que decido salirme del elenco y no participar en ninguna de
las próximas funciones aunque esto repercuta en mi condición laboral. Sé que
Él, que me lo da todo, no me abandonará.”
Los distintos medios describían sin
reticencias el modo en que sucedía aquello de las “jóvenes doncellas que
retozan en la primavera” y del tanque “donde una cuasi desnuda fémina de
excelente apnea se contornea sensualmente bajo el agua; líquido que luego será
el vino salpicado por el bravo solista, rodeado de monjes”[2].
Bien parece, entonces, que los protagonistas de esta decadencia sabían muy bien
lo que hacían, tal como lo muestra toda la Compañía de La Fura dels Baus. A su
vez tenían conocimiento de lo que iban a presenciar, las autoridades políticas
e incluso eclesiásticas que allí se encontraban y de quienes no escuchamos
queja alguna. No en vano señalaba hace unos años Gerardo Palacios Hardy que “con el pretexto del Arte y muchas veces sin pretexto alguno, se ha
abatido sobre la Argentina una ola pornográfica que no da tregua y que, para
colmo, lleva en algunos casos el patrocinio oficial”[3].
No es la primera vez que esta empresa
realiza espectáculos de la misma laya. Entre otras de sus obras representadas
se encuentra la “Norma” de Bellini, para el Convent Garden de Londres, cuyo
protagonismo lo tienen una sacerdotisa, los druidas y romanos, los misterios
del bosque y la aparición de 1200 cruces con su crucificado. Tampoco faltan en
esta obra los sacerdotes, monaguillos y demás. La justificación a esto la
otorgaría la idea de que “es una mezcla de religiones”, por lo que no debería
haber ofendidos.
Carmina Burana, la obra en cuestión,
resulta ser una colección de cantos goliardos del S. XII y XIII reunidos en
manuscritos y escritos en latín. Se trata de una poesía profana que satiriza su
entorno –la Cristiandad-, y parodia la majestad y belleza de los himnos
eclesiásticos. Al parecer, estos escritos fueron encontrados en 1803 por Johann
Christoph von Aretin en una abadía de Baviera y se conservan actualmente en la
Biblioteca Estatal en Munich. Carl Orff fue quien compuso su música y realizó
la adaptación de los poemas al teatro entre 1935 y 1936, estrenándose finalmente
en junio de 1937 en Fráncfort del Meno. Aunque, claro está, nadie advirtió que tanto
su estreno como sus distintas interpretaciones se realizaron durante el régimen
nazi. El mismo Orff, en tiempo de posguerra, temía perder los derechos de autor
de la obra debido a la “desnazificación” del momento. Por el contrario, en San Juan la obra
no sólo fue trasmitida por los medios televisivos, sino que fue reprogramada
para dos fechas extra debido a la gran demanda de público y al éxito de la
venta de entradas.
Pese a ello debemos centrar nuestra
reflexión y atención en la enorme paradoja que todo este suceso presenta. Por
un lado hablamos de la inauguración de un teatro, lo cual supondría una
proyección cultural y artística. Pero sucede que para ello se empleó todo tipo
de elemento carente de contenido verdaderamente cultural. Ya que entendemos el
término “cultura” en su sentido más acabado: la expresión del cultivo tanto
interior, como también trascendente al resto de las creaturas; alcanzando su
expresión máxima al acercarse y orientarse a Dios mediante una relación cultual. Lo que llamamos cultura,
entonces, se ha tornado en una contracultura.
Estamos expuestos a una subversión de los valores y paradigmas de las Bellas
Artes. El concepto de Belleza entendida como el esplendor de las formas, o el splendor
Veri (esplendor de la Verdad) en el decir de San Agustín, ha mutado al
destronamiento de la misma para dar lugar a un culto por la fealdad, el
desorden y el caos. Es este un acto Revolucionario con mayúsculas dado que tiene
en sus entrañas el odium fidei y el odium Ecclesiae que tanto pregona la
Revolución Mundial Anticristiana. En definitiva, no es otra cosa que el non serviam de Lucifer. Dicho esto
resulta insignificante preguntarse si es esto realmente arte.
Se aplica
aquí aquél pensamiento de Nietzsche según el cual el arte debe ser una
expresión de lo dionisíaco y lo mostrenco, una representación de la desmesura,
el desequilibrio, la “copa que rebosa”. Precisamente el arte de Dionisos “descansa en el juego con la embriaguez,
con el éxtasis”, y contiene en sí el “instinto primaveral y la bebida
narcótica”[4]. Según el autor alemán para que
exista arte es indispensable la ebriedad
y que ésta “haya incrementado primero la excitabilidad de toda la máquina”. Sin esto no hay arte. Y agrega que
todas las modalidades de ebriedad son lícitas, “sobre todo la ebriedad de la
excitación sexual, que es la forma más antigua y primigenia”[5]. Se
cumple cual profecía lo que escribió al comienzo de su Nietzsche contra Wagner hablando de una “música sin porvenir” aludiendo
precisamente a la música clásica, ordenada, proporcionada, medio de la Belleza,
nacida de una cultura católica destinada a la destrucción:
“(…) Nuestra recientísima música, aun cuando domine y tenga
sed de dominación, tiene solamente ante sí un breve espacio de tiempo, porque
nace de una cultura cuyo terreno va rápidamente en declive, de una cultura que
dentro de poco será sepultada. Cierto catolicismo del sentimiento y un gusto
por ciertas creaciones o determinados nacionalismos, son las premisas de
aquella música.”
Lo que el público en general desconoce
o muchas veces no entiende, quizás por ser víctima de esta contracultura de
inspiración gramsciana, es que el Arte Moderno se ha vuelto “hereje”, no
solamente contra la religión, sino contra la razón y la naturaleza misma. Esto
lo explica claramente el Padre Leonardo Castellani al tratar sobre Arte y
Belleza[6],
diciendo al mismo tiempo que este tipo de obras blasfema contra el Creador
porque pretende descrear; busca la fealdad, lo inarmónico, lo disonante, lo
antirracional, lo imposible, incluso lo monstruoso. “Hoy el arte –dice el
sacerdote- blasfema contra el Padre, cuando presa de extraño furor intenta
demoler las formas naturales, y proyectar del fondo del alma lo deforme; e
incluso blasfema contra el Espíritu Santo cuando pretende encerrar en la poesía
o en la plástica la desesperación o la negación satánica; cuando usa los
mágicos instrumentos de la expresión para aniquilar en los pechos no solamente
la religión, más aún, la esperanza natural, el equilibrio, el entendimiento y
la cordura. Signo de nuestro tiempo, el arte caótico y degenerado no hace más
que expresar en sus extravíos a la época atea convulsa, y en justo castigo, es
herido de esterilidad. No se puede ya hablar solamente de inmoralidad o
corrupción; directamente, degeneración”. Si hubo ruptura entre la Fe y la
Razón, también la hubo entre Arte y Moral.
Cuánto más podríamos decir de la
generalidad del teatro actual, en el que los desnudos, las blasfemias e
irreverencias van de la mano y sin embargo se consumen sin escándalo alguno. Ni
hablar del espectáculo que ofrecen diariamente las pantallas, anestesiando y
adormeciendo las conciencias al tiempo que se exacerban hasta el extremo las
bajas pasiones. Grave enfermedad la nuestra.
Sin más, deberíamos procurar que
nuestros escenarios y teatros se cubran de la Perfecta Armonías, que se
impregnen de buen gusto y provoquen un placer estético al modo auténtico:
dirigiéndose principalmente a nuestro intelecto y, ordenadamente, a la
sensibilidad. En definitiva que respondan a la llamada que el Papa Juan Pablo
II realiza a los “artistas de la palabra escrita y oral, del
teatro y de la música, de las artes plásticas y de las más modernas tecnologías
de la comunicación”, para “redescubrir la
profundidad de la dimensión espiritual y religiosa que ha caracterizado el arte
en todos los tiempos, en sus más nobles formas expresivas”[7].
Sólo
la belleza salvará al mundo, sentenció Dostoievski. Y sólo mediante la vía
de la belleza, la vía pulchritudinis,
se podrá ascender a la Belleza increada. A no vacilar -exhortaba Marechal- en
la defensa, enunciación o elogio de la Verdad, el Bien y la Hermosura. Son tres
nombres divinos que trascienden al mundo. No traicionarlos debería ser nuestro
mejor arte y la mayor fidelidad.
Eduardo
Peralta.
San
Juan 25 de octubre de 2016.
[1] www.lafura.com Véase también sobre esta
compañía, La cobardía moral de la Fura
dels Baus, del 12 de septiembre, 2016 en: http://www.forumlibertas.com/la-cobardia-moral-la-fura-dels-baus/
[3] Gerardo Palacios Hardy, Arte -
Moral - Cultura, en Cursos de Cultura
Católica, “Fe y Cultura”, Vol IV, UCA, 1986, p. 156.
[4] Cfr. Friedrich Nietzsche, La Visión dionisíaca del mundo, Trad. A. Sánchez Pascual, Alianza Editorial.
[5] Friedrich Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos, trad.
José M. Sierra, 2da ed., EDAF, Madrid, 2006.
[6] P. Leonardo
Castellani, “El Arte de las Parábolas”,
apéndice de “Doce Parábolas Cimarronas”,
Itinerarium, Bs. As., 1960, p. 156-173.
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