Eran las 20 horas del
día 12, vísperas de la votación del proyecto de ley de aborto en el Congreso,
cuando partimos hacia Buenos Aires con un grupo de 42 sanjuaninos para alzar
nuestra voz para defender al más inocente. Era una fecha significativa puesto
que el día de votación se conmemora la fundación de la ciudad de San Juan. El
mismo día se recuerda el fallecimiento heroico del subteniente Oscar Augusto
Silva, en Malvinas; sumado a las vísperas de rendición en la contienda del
Atlántico Sur.
Todos estábamos muy
contentos y el viaje se vivió con profunda alegría y esperanza. Fueron 16 horas
en las que pudimos charlar, descansar y rezar especialmente por nuestra Patria.
Al llegar a la gran
ciudad, a las 14hs del día 13, nos bajamos a unas cuadras de Plaza Congreso y,
mientras nos tomábamos una foto, tuvimos el primer encuentro con los pañuelos
verdes. Desde un colectivo lleno de activistas, un joven con su pañuelo al
cuello sacó su torso por la ventanilla y gritó “¡Asesinos, asesinos!”, dejándonos casi sin palabras por la enorme
paradoja que resultaba que los promotores del asesinato de inocentes nos
acusara de asesinos a quienes defendemos la vida desde el primer instante.
Luego de acomodarnos
frente al Congreso y de colocar nuestras banderas, nos fuimos dispersando para
compartir con la gente que de a poco se iba congregando. Algunos pudimos dar
notas en medios radiales, otros en televisión. Pero los comentarios e
intervenciones muchas veces resultaban breves ya que no dejaban argumentar
demasiado o dar un claro mensaje. Las fotos que se tomaban muchas veces eran
tendenciosas, intentando capturar algún velo o sotana en momento en que se
rezaba, para simplemente ridiculizar.
Nada impidió que de
continuo se rezara el Santísimo Rosario, el Via Crucis, letanías y hasta un
exorcismo en el que se pidió por quienes promueven el aborto, que distaban de
nosotros por unos sesenta metros y dos vallas de seguridad.
Renovador del ánimo y
entusiasmo fue cuando llegó la mayor parte de la gente, sumado al encuentro con
nuevos y viejos amigos de distintos puntos del país, laicos, sacerdotes y
religiosos.
Con un desconocido que
se confesó evangelista tuve una
interesante charla en la que pude comentarle detalles del Proyecto que se estaba
tratando, sin poder creer lo que oía. Tanto, que tuve que sacar una copia del
proyecto y mostrársela quedando este buen hombre espantado de lo que leía. ¿Qué
lo llevó a estar ahí? Pues vio en la televisión que éramos unos pocos y decidió
acercarse y acompañar desde temprano y hasta largas horas de la madrugada pese
al frío. Me dijo que le gustaría dar su opinión en los medios, pero por su
condición de policía no podía hacerlo. Entre otras cosas que me preguntó dijo: “¿Bergoglio qué dice de todo esto?”. No
diré lo que le respondí. Cada uno piense lo que le diría.
Los medios de
comunicación mostraban sólo el lado “verde”, que ciertamente era mayor y que
jamás dejó de cantar y gritar. Quienes pudieron escabullirse entre estas
personas, decían que era un verdadero infierno, un aquelarre. Lo de siempre:
blasfemias, pintadas, degeneración, vandalismo, incluso una figura de Cristo
con objetos colgados cual si fuera una brujería o rito vudú. Sabíamos de los
rituales satánicos que hacían. De nuestro lado las rodillas de muchos no
vacilaban de ensuciarse para suplicar el milagro.
La prensa seguía
mintiendo. Afirmaba que éramos 50 personas y, luego de reposar sus cámaras
durante toda la tarde y noche, cuando los nuestros se dispersaban, no dudaron
de encender sus cámaras y filmar los espacios vacíos, la gente caminando y no
el foco de concentración. No dudé en grabarlo con el teléfono móvil y ponerlos
en evidencia. Uno de los medios (TN), esperó 20 minutos entre prueba y
recepción de la señal en vivo desde estudios, para hacer un paneo de 15
segundos (al menos fueron los que llegué a contar).
En el interior de muchos
todavía surgía un pensamiento. Podríamos ser todavía más. Sí, era cierto. Pero
me reconfortaba saber que muchos se encontraban adorando en todo el país a
Nuestro Señor en la Eucaristía. Nada impedía pensar en cómo es que el bando
contrario tenía tanta gente durante tanto tiempo. Muchos por convicción, por
malicia, porque en definitiva el enemigo no descansa. Éste es su momento. Pero
una respuesta complementaria vino de parte de un joven de apenas 14 años que,
mientras estaba yo saludando a mi amigo Juan Carlos Monedero, mantuvo con
nosotros una pequeña conversación:
Muchacho: - ¿Sabés cuánto nos dan a
nosotros por venir y hacer quilombo de aquél lado? (se refería al sector
abortero)
- -No. ¿Cuánto?
Respondimos casi al unísono mientras lo mirábamos atentamente.
- -
Nos dan
cuatrocientos pesos. Yo por esa
plata sabés qué, vengo con los ojos cerrados, sin pensarlo… Van y nos buscan en
los barrios. Van grupos de la Cámpora y de los otros grupos a buscarnos y nos
traen siempre para estas cosas. Eso sí, son todos choripaneros de aquél lado.
Le
pregunté cuántos habían ido de su zona. A lo cual respondió que fueron 2
colectivos llenos de su barrio. Hagan ustedes el cálculo, pero sepan que
colectivos y 400 pesos es un vuelto para quienes financian estas campañas.
Esperábamos
el resultado final, pero recién lo supimos cuando volvíamos de regreso a San
Juan. El clima cambió por algunos momentos. Algunas caras estaban algo tristes,
otros seguían esperanzados y se animaban unos a otros sabiendo que quizás
podría haber un cambio. Por mi parte no sabía qué pensar o cómo tomarlo. Ya
había renovado varias veces las lágrimas durante la noche. Los países vecinos
ya vieron esta situación y no podía sorprenderme esta vez. Pero al terminar
este viaje me vino un pensamiento y recuerdo. Fue precisamente un momento del
viaje que omití: la visita, antes que nada, a la Basílica de Nuestra Señora de
Luján, el corazón de nuestra Patria que nació mariana y católica.
Todo
lo pusimos bajo sus pies, todo el trabajo previo sabemos que no fue en vano. El
dolor más grande en mi sentir no era solo el daño inmenso a la Nación, no era
sólo la matanza de inocentes que sobrevendría, no sólo lo que padecerían los
médicos, no sólo la triste y silenciosa ausencia de nuestros pastores, no sólo
el adormecimiento de nuestro pueblo, sino que aquellos inocentes han sido y
serán creados para la Vida Eterna, para gozar de la visión beatífica, para
nacer a este mundo terrenal y renacer a la vida de la gracia por el santo
bautismo. Ese daño, ese mal, ese crimen y pecado que clama al Cielo, es lo que
inquietaba y aún inquieta el alma y hace doler el sentir y brotar lágrimas.
Quedando de este modo una inquietud para cada uno: ¿qué habremos hecho por la
salvación de la muerte del cuerpo y por sobre todo de la muerte del alma de
estos niños cuando nos legue la rendición de cuentas? ¿Qué respeonderemos al
Señor? Porque no podemos engañarnos
diciendo que esto es, sin más, algo de simples ciudadanos. Sabemos bien la
cuestión teológica y religiosa que se esconde tras la cuestión política.
Al
mismo tiempo venía a mi interior el saber que lo mismo sobrevendría a nuestra
Patria, recordando aquellos versos de Anzoátegui: “los que sabemos que los pueblos tienen, como los hombres, su rendición
de cuentas y su Juicio Final”.
Tenemos
esperanza. La de saber que la victoria es de Dios y que solo Él es capaz de
redimir esta Patria sumida en la mentira y en la corrupción, encarcelada tras las
rejas de la perversa democracia y la tiranía del número.
Mientras
tanto, cuando sobrevienen algunas imágenes de lo que habíamos vivido, recuerdo aquellos
otros versos del mismo admirado poeta: “Ay
de ti, Buenos Aires, la ciudad de la antigua y nueva cruzada, que te me estás
volviendo demasiado señora acomodada”.
¡Viva Cristo Rey!
Eduardo
Peralta.
Algún lugar de nuestra la pampa
argentina,
14 de junio de 2018.
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