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miércoles, 24 de septiembre de 2014

BATALLA DE TUCUMÁN

La Batalla de Tucumán: La Batalla de la Soberanía.

Belgrano entrega el Bastón de mando a la Ilustre "Generala"


Desde 1812 a 1814 lo hallamos a nuestro personaje comandando el Ejército del Norte. El gran frente de lucha era el Alto Perú, que llevaba directamente al “centro de la opresión”, como se decía entonces, es decir, el Virreinato del Perú. Sólo allí se enterrarían las armas la guerra.
Hagamos un breve repaso, en honor de la claridad. La Revolución halló su primer resistencia en Córdoba, donde fue sofocada. Allí encontró la muerte el Conde de la Lealtad, Santiago Liniers. Luego vinieron triunfos como la batalla de Suipacha, 7 de noviembre de 1810, comandada por Balcarce y una derrota clave: Huaqui, (en junio de 1811). Desde entonces, se perdió el Alto Perú, pero la lucha continuó. 
Un detalle no menor fue el tono irreligioso que tuvo el accionar de hombres como Castelli, pues permitieron que los realistas hicieran la guerra a los patriotas, bajo el lema de muerte a los herejes porteños (1). Como lo advierte Ruiz Moreno, la derrota de Huaqui fue completa, no sólo en armamentos sino en la disciplina en el ejército. La fuga fue general. Por último está la aseveración del general Juan José Viamonte:

“No hay en estos países hoy nada más dulce que la sangre del porteño…”

Todo lo ganado en Suipacha se había perdido en Huaqui, en palabras de Ruiz Moreno.
Belgrano estaba al frente del Ejército del Norte. En marzo de 1812, en la posta de Yatasto, Pueyrredón entregó el mando a Belgrano, quien le dejó, “una sombra de ejército”. Era vital detener a los realistas por el norte. Son significativas las palabras a los jefes y oficiales que lo recibieron en Tucumán:

“Aquél que no se sienta con fortaleza de espíritu suficiente para soportar los trabajos que nos esperan, debe solicitar su licencia. A mi lado quiero tener solamente los hombres dispuestos a sacrificarse por la Patria”.

Nuevamente, el ejército de Belgrano carecía de todo, de allí su clamor:

“Siempre me toca la desgracia de que me busquen cuando el enfermo ha sido atendido por todos los médicos y lo han abandonado…”

No dejó de interrogarse:

“¿Se puede hacer la guerra sin gente, sin armas, sin municiones, sin pólvora
siquiera…?”

Los españoles, al mando de Goyeneche, amenazaban con entrar por la Quebrada de Humahuaca. Belgrano impuso al pueblo jujeño el sacrificio supremo: el éxodo, y ¡en qué condiciones!, pues como escribiera Ricardo Rojas, “por donde ellos se expatriaron quedó tan sólo el rastro de la muerte…”
Comenzó el 23 de agosto de 1812. Dora Blanca Tregini Zerpa lo describe así:
“La orden de Belgrano fue terminante y precisa: no debería quedar nada que fuese de provecho para el adversario: ni casas ni alimento ni un solo objeto de utilidad. Todo fue quemado o transportado a lomo de mula, de caballo, de burro… hasta el último grano de la última cosecha. Visión dantesca y sublime, a la vez, la de ese pueblo sufrido y resignado por antonomasia, en la evasión de sí mismo, con sus criaturas y sus animales a cuestas… sin saber a ciencia cierta qué le aguardaba al final del camino” (2).
La retirada no sería absoluta. Contra toda esperanza, y desobedeciendo al gobierno, que le ordenaba replegarse a Córdoba, el creador de la bandera decidió hacer pie en Tucumán, y el 24 de setiembre de 1812 se libró la célebre batalla de Tucumán: una victoria total. (3)

Belgrano no había dejado de clamar al Triunvirato:

“V.E debe persuadirse que cuanto más nos alejemos, más difícil ha de ser recuperar lo perdido, y también más trabajoso contener la tropa para sostener la retirada con honor, y no exponernos a una total dispersión…”
Últimamente, Isidoro J. Ruiz Moreno nos invita a mirar a esta batalla como la “batalla de la soberanía”:

“La victoria de Tucumán ha sido una de las más decisivas de nuestra Historia, cuyo mérito aún no se exalta en la medida que merece, aún cuando lo han ponderado justamente quienes estudiaron el tema. Desde entonces se dataron las comunicaciones allá como emitidas desde el “sepulcro de la tiranía”.

Bastón de Mando
Ha sido en verdad, la batalla de la soberanía, porque un Ejército Nacional obtuvo el triunfo que afirmó la independencia patria… Las consecuencias de Tucumán fueron decisivas, no sólo para el territorio rioplatense sino para la emancipación sudamericana general al afirmar la causa argentina de donde saldrían las campañas auxiliadoras de Chile primero, y luego de Perú y Ecuador. En el orden inmediato significó la desocupación del suelo invadido, privando al enemigo de su eventual predominio sobre la zona norte, cuya población desde entonces se adhirió más decididamente por la causa de la independencia, y devolviendo una fuerza moral indispensable a las tropas vencedoras… Las consecuencias materiales del triunfo significaron 1000 bajas para los realistas (entre los cuales 61 jefes y oficiales y 626 de tropas prisioneros), la captura de tres banderas y dos estandartes, 7 piezas de artillería, 400 fusiles, todo su parque y bagajes. Debe llamarse la atención sobre la procedencia de los oficiales realistas: la mayor parte de los subalternos eran oriundos de América, mayormente del Alto Perú y varios de Lima, sin faltar dos subtenientes salteños. Los argentinos tuvieron 61 muertos y 181 heridos…” (4)

A su vez, otro académico notable, Armando Raúl Bazán nos dice:

“La batalla de Tucumán, dada en el campo de La Ciudadela… fue la más nacional de todas las que se libraron en la guerra de la Independencia. Ahí estuvieron representados casi todos “los pueblos” de la convocatoria de Mayo… Tucumán fue, pues, la batalla de la unión nacional y por eso se ganó frente al temido ejército de Tristán. Emoción patriótica, bravura, fe religiosa, todo ayudó. Esta batalla y la de Salta (20 de febrero de 1813) marcan el punto más alto del Ejército Auxiliar del Alto Perú. Eso fue un ejército popular y no un comité político como había sido en Huaqui y lo sería posteriormente en Sipe-Sipe. Tucumán salvó a la revolución. Por sus resultados sólo es comparable con Maipú y Boyacá que valieron para definir la suerte de otros países americanos.” (5)

Tras el triunfo emergió el temple religioso de Belgrano: puso su bastón de mando en las manos de la imagen de Nuestra Señora de las Mercedes y dirigiéndose al gobierno expresó:

“La Patria puede gloriarse de la completa victoria que han obtenido sus armas el día 24 de setiembre del corriente, día de nuestra Señora de las Mercedes bajo cuya protección nos pusimos.”

Una notable carta de fecha 20 de octubre, dirigida a Pedro Andrés García, nos introduce en un Belgrano “íntimo”, que nos lleva al plano de las “creencias” como dice Julián Marías y no solamente las ideas:

“Mi amado Perico: convéncete de que nuestra causa nada tiene que agradecer a los hombres; ella está sostenida por Dios, y Él es quien la ha salvado. Yo no he tenido más parte en la acción del 24 que la que ha tenido el último de mis camaradas, en quienes ví un espíritu prodigioso, y en quienes observo una constancia a prueba de conseguir que la patria de constituya con toda dignidad”. (6)

Mario Luis DESCOTTE
("San Martín y Belgrano. Ante el espejo de la Historia.", Mendoza, Fondo Editorial San Francisco Javier, 2006, pp. 115-119.)

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Notas.
(1) Cfr. Jorge María Ramallo: La Guerra religiosa en el Alto Perú (1811-1813), en
Academia Nacional de la historia, Cuarto Congreso Internacional de Historia de
América, Buenos Aires, 1966, Tomo V.
(2) Dora Blanca Tregini Zerpa, El éxodo jujeño, en Manuel Belgrano, los Ideales de la
Patria cit, p. 57. Cfr: Emilio a. Biondo, El tiempo del éxodo jujeño (23 de agosto de
1812), en Anales del Instituto Belgraniano Central, Buenos Aires, N 4, 1981.
(3) El triunvirato le había ordenado: “Si la superioridad de las fuerzas de Goyeneche le
hicieron dueño de Salta, y sucesivamente emprendiese, como es de inferir, la
ocupación de Tucumán, tomará V.S. anticipadas disposiciones para trasplantar a
Córdoba la fábrica de fusiles que se halla en aquel punto, como la artillería, tropa y
demás concerniente a su ejército”. “¡Casi medio país debía abandonarse al enemigo,
instruía el gobierno!” acota Isidoro J. Ruiz Moreno. Y Manuel Lizondo Borda reflexiona:
“No tiene esto sentido. Lo único que podría explicar, pero no justificar, tan extraña
actitud del Triunvirato, es que estaba con pánico, y exagerando con la imaginación el
peligro, sólo atinaba a salvar la Capital y su gobierno, ante lo cual poco le importaba
la pérdida de nuestras ciudades del norte. ¡Qué lindo Triunvirato!” En: Tucumán, la
batalla del pueblo, en Manuel Belgrano, los ideales de la Patria cit, p. 60.
(4) Isidoro J, Ruiz Moreno, ob. cit., p. 142.
(5) Armando R. Bazán, Historia del Noroeste Argentino, Buenos Aires, Plus Ultra, 1986, p.
132.
(6) Academia Nacional de la Historia, Epistolario Belgraniano cit, p. 168.

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