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martes, 25 de octubre de 2016

¿CULTURA O CONTRACULTURA? (A propósito de Carmina Burana)




“El arte moderno posee una gran aptitud para representar al demonio
y al hombre poseso por el demonio,
una muy escasa para figurar al hombre grande y humano,
ninguna para la representación del santo y del hombre de Dios.”

(Seldmayr, El arte descentrado, 1959)




         Propaganda por demás resonada y rimbombante es la que ha tenido la inauguración del Teatro del Bicentenario en la provincia de San Juan el pasado 21 de octubre. Cuánto no se venía diciendo sobre la promisoria ceremonia. Un gran despliegue escénico y actoral fue el que se puso en marcha en el exterior del teatro frente a miles de personas. Proyecciones de imágenes realmente imponentes en la fachada de la construcción recién terminada. Hasta una marioneta gigante cobró vida y se levantó del suelo por obra del ritmo que interpretaba un grupo de percusionistas, mal llamados “murgueros”, cada uno con un bombo de tipo santiagueño.
         Hasta allí, nos guste o no lo que se hizo, se trataba de una inauguración más. Sin embargo, las opiniones y críticas las tuvo la obra que culminaría la celebración y que se realizaría -ahora sí- en el nuevo escenario. En efecto, circuló por las redes sociales y por whatsapp una advertencia sobre lo que ocurriría. Allí se manifestaba que durante el ensayo general del día anterior, algunos músicos locales se sintieron “angustiados y heridos al ver la proyección de imágenes satánicas, llena de símbolos masónicos que desafortunadamente quedarán impresas en muchas almas”. También se ponía la voz de alerta sobre la aparición de mujeres desnudas y la proyección de una imagen ensangrentada de un sacerdote que se arranca el corazón.
         Todavía más elocuente resultó la carta de un músico que fue compartida también a través de las redes. El violonchelista Eugenio Rodrigo, quien firma la epístola, se manifiesta en ella “con profundo dolor” al haber participado del acto de inauguración. Comienza evocando las palabras del mismo Jesucristo: “Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Sus palabras son muy claras y explican la causa de su angustia:

         (…) el primer espectáculo que se elige para darle vida a este teatro fue una cantata escénica del siglo XX compuesta por Carl Orff, llamada Carmina Burana. Son poemas que realzan los placeres terrenales, mejor dicho los pecados capitales, con una crítica satírica a los estamentos sociales y eclesiásticos. Y si a esto le agregamos la compañía catalana “La Fura dels Baus”, autodefinida en su página web[1] como excéntrica y transgresora, quienes se enorgullecen de poder unir y adaptar carnalidad y misticismo, grosería y sofisticación, primitivismo y tecnología, da como resultado lo que presenciamos esta noche, que según mi formación y creencias religiosas fue un rito satánico, una consagración de una obra pública al demonio y una grave ofensa a Dios. De más está decir que como católico formado pude percibir con claridad la presencia de mensajes subliminales e imágenes puramente demoníacas y a su vez denigrantes hacia la mujer, mostrándola como objeto de placer.
         Sin querer entrar en más detalles, manifiesto que para bien de mi alma, por amor a mi Dios  y para no seguir participando de este grave acto de agravio, es que decido salirme del elenco y no participar en ninguna de las próximas funciones aunque esto repercuta en mi condición laboral. Sé que Él, que me lo da todo, no me abandonará.”

         Los distintos medios describían sin reticencias el modo en que sucedía aquello de las “jóvenes doncellas que retozan en la primavera” y del tanque “donde una cuasi desnuda fémina de excelente apnea se contornea sensualmente bajo el agua; líquido que luego será el vino salpicado por el bravo solista, rodeado de monjes”[2]. Bien parece, entonces, que los protagonistas de esta decadencia sabían muy bien lo que hacían, tal como lo muestra toda la Compañía de La Fura dels Baus. A su vez tenían conocimiento de lo que iban a presenciar, las autoridades políticas e incluso eclesiásticas que allí se encontraban y de quienes no escuchamos queja alguna. No en vano señalaba hace unos años Gerardo Palacios Hardy que con el pretexto del Arte y muchas veces sin pretexto alguno, se ha abatido sobre la Argentina una ola pornográfica que no da tregua y que, para colmo, lleva en algunos casos el patrocinio oficial[3].
         No es la primera vez que esta empresa realiza espectáculos de la misma laya. Entre otras de sus obras representadas se encuentra la “Norma” de Bellini, para el Convent Garden de Londres, cuyo protagonismo lo tienen una sacerdotisa, los druidas y romanos, los misterios del bosque y la aparición de 1200 cruces con su crucificado. Tampoco faltan en esta obra los sacerdotes, monaguillos y demás. La justificación a esto la otorgaría la idea de que “es una mezcla de religiones”, por lo que no debería haber ofendidos.
         Carmina Burana, la obra en cuestión, resulta ser una colección de cantos goliardos del S. XII y XIII reunidos en manuscritos y escritos en latín. Se trata de una poesía profana que satiriza su entorno –la Cristiandad-, y parodia la majestad y belleza de los himnos eclesiásticos. Al parecer, estos escritos fueron encontrados en 1803 por Johann Christoph von Aretin en una abadía de Baviera y se conservan actualmente en la Biblioteca Estatal en Munich. Carl Orff fue quien compuso su música y realizó la adaptación de los poemas al teatro entre 1935 y 1936, estrenándose finalmente en junio de 1937 en Fráncfort del Meno. Aunque, claro está, nadie advirtió que tanto su estreno como sus distintas interpretaciones se realizaron durante el régimen nazi. El mismo Orff, en tiempo de posguerra, temía perder los derechos de autor de la obra debido a la “desnazificación” del momento. Por el contrario, en San Juan la obra no sólo fue trasmitida por los medios televisivos, sino que fue reprogramada para dos fechas extra debido a la gran demanda de público y al éxito de la venta de entradas.
         Pese a ello debemos centrar nuestra reflexión y atención en la enorme paradoja que todo este suceso presenta. Por un lado hablamos de la inauguración de un teatro, lo cual supondría una proyección cultural y artística. Pero sucede que para ello se empleó todo tipo de elemento carente de contenido verdaderamente cultural. Ya que entendemos el término “cultura” en su sentido más acabado: la expresión del cultivo tanto interior, como también trascendente al resto de las creaturas; alcanzando su expresión máxima al acercarse y orientarse a Dios mediante una relación cultual. Lo que llamamos cultura, entonces, se ha tornado en una contracultura. Estamos expuestos a una subversión de los valores y paradigmas de las Bellas Artes. El concepto de Belleza entendida como el esplendor de las formas, o el splendor Veri (esplendor de la Verdad) en el decir de San Agustín, ha mutado al destronamiento de la misma para dar lugar a un culto por la fealdad, el desorden y el caos. Es este un acto Revolucionario con mayúsculas dado que tiene en sus entrañas el odium fidei y el odium Ecclesiae que tanto pregona la Revolución Mundial Anticristiana. En definitiva, no es otra cosa que el non serviam de Lucifer. Dicho esto resulta insignificante preguntarse si es esto realmente arte.


         Se aplica aquí aquél pensamiento de Nietzsche según el cual el arte debe ser una expresión de lo dionisíaco y lo mostrenco, una representación de la desmesura, el desequilibrio, la “copa que rebosa”. Precisamente el arte de Dionisos “descansa en el juego con la embriaguez, con el éxtasis”, y contiene en sí el “instinto primaveral y la bebida narcótica”[4]. Según el autor alemán para que exista arte es indispensable la ebriedad y que ésta “haya incrementado primero la excitabilidad de toda la máquina”. Sin esto no hay arte. Y agrega que todas las modalidades de ebriedad son lícitas, “sobre todo la ebriedad de la excitación sexual, que es la forma más antigua y primigenia”[5]. Se cumple cual profecía lo que escribió al comienzo de su Nietzsche contra Wagner hablando de una “música sin porvenir” aludiendo precisamente a la música clásica, ordenada, proporcionada, medio de la Belleza, nacida de una cultura católica destinada a la destrucción:

         “(…) Nuestra recientísima música, aun cuando domine y tenga sed de dominación, tiene solamente ante sí un breve espacio de tiempo, porque nace de una cultura cuyo terreno va rápidamente en declive, de una cultura que dentro de poco será sepultada. Cierto catolicismo del sentimiento y un gusto por ciertas creaciones o determinados nacionalismos, son las premisas de aquella música.”

         Lo que el público en general desconoce o muchas veces no entiende, quizás por ser víctima de esta contracultura de inspiración gramsciana, es que el Arte Moderno se ha vuelto “hereje”, no solamente contra la religión, sino contra la razón y la naturaleza misma. Esto lo explica claramente el Padre Leonardo Castellani al tratar sobre Arte y Belleza[6], diciendo al mismo tiempo que este tipo de obras blasfema contra el Creador porque pretende descrear; busca la fealdad, lo inarmónico, lo disonante, lo antirracional, lo imposible, incluso lo monstruoso. “Hoy el arte –dice el sacerdote- blasfema contra el Padre, cuando presa de extraño furor intenta demoler las formas naturales, y proyectar del fondo del alma lo deforme; e incluso blasfema contra el Espíritu Santo cuando pretende encerrar en la poesía o en la plástica la desesperación o la negación satánica; cuando usa los mágicos instrumentos de la expresión para aniquilar en los pechos no solamente la religión, más aún, la esperanza natural, el equilibrio, el entendimiento y la cordura. Signo de nuestro tiempo, el arte caótico y degenerado no hace más que expresar en sus extravíos a la época atea convulsa, y en justo castigo, es herido de esterilidad. No se puede ya hablar solamente de inmoralidad o corrupción; directamente, degeneración”. Si hubo ruptura entre la Fe y la Razón, también la hubo entre Arte y Moral.
         Cuánto más podríamos decir de la generalidad del teatro actual, en el que los desnudos, las blasfemias e irreverencias van de la mano y sin embargo se consumen sin escándalo alguno. Ni hablar del espectáculo que ofrecen diariamente las pantallas, anestesiando y adormeciendo las conciencias al tiempo que se exacerban hasta el extremo las bajas pasiones. Grave enfermedad la nuestra.
         Sin más, deberíamos procurar que nuestros escenarios y teatros se cubran de la Perfecta Armonías, que se impregnen de buen gusto y provoquen un placer estético al modo auténtico: dirigiéndose principalmente a nuestro intelecto y, ordenadamente, a la sensibilidad. En definitiva que respondan a la llamada que el Papa Juan Pablo II realiza a los artistas de la palabra escrita y oral, del teatro y de la música, de las artes plásticas y de las más modernas tecnologías de la comunicación, para redescubrir la profundidad de la dimensión espiritual y religiosa que ha caracterizado el arte en todos los tiempos, en sus más nobles formas expresivas[7].
         Sólo la belleza salvará al mundo, sentenció Dostoievski. Y sólo mediante la vía de la belleza, la vía pulchritudinis, se podrá ascender a la Belleza increada. A no vacilar -exhortaba Marechal- en la defensa, enunciación o elogio de la Verdad, el Bien y la Hermosura. Son tres nombres divinos que trascienden al mundo. No traicionarlos debería ser nuestro mejor arte y la mayor fidelidad.


Eduardo Peralta.
San Juan 25 de octubre de 2016.





[1] www.lafura.com Véase también sobre esta compañía, La cobardía moral de la Fura dels Baus, del 12 de septiembre, 2016 en: http://www.forumlibertas.com/la-cobardia-moral-la-fura-dels-baus/
[3] Gerardo Palacios Hardy, Arte - Moral - Cultura, en Cursos de Cultura Católica, “Fe y Cultura”, Vol IV, UCA, 1986, p. 156.
[4] Cfr. Friedrich Nietzsche, La Visión dionisíaca del mundo,  Trad. A. Sánchez Pascual, Alianza Editorial.
[5] Friedrich Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos, trad. José M. Sierra, 2da ed., EDAF, Madrid, 2006.
[6] P. Leonardo Castellani, “El Arte de las Parábolas”, apéndice de “Doce Parábolas Cimarronas”, Itinerarium, Bs. As., 1960, p. 156-173.
[7] Carta del Santo Padre a los Artistas del 4 de abril de 1999, n. 14.

lunes, 24 de octubre de 2016

INDEPENDENCIA Y NACIONALISMO (Dr. Antonio Caponnetto)


Estimados amigos:

El periodista Javier Navascués Pérez, de actuación marcadamente católica y mariana en medios barceloneses, y en distintas emisoras españolas y europeas, ha tenido la generosidad de hacerme una entrevista con motivo de la aparición de mi último libro: Independencia y Nacionalismo (Buenos Aires, Katejón, 2016).
La entrevista se hizo originalmente para el sitio “Adelante la Fe” (http://adelantelafe.com/), pero dada la extensión, dicho blog, al que mucho apreciamos, tomó la decisión de publicarla fragmentariamente, autorizándonos a hacerla circular en forma íntegra, para aquellos a quienes el tema pudiera interesarles.
Nuestra gratitud a Javier Navascués y a los responsables de “Adelante la Fe”.
Antonio Caponnetto

ENTREVISTA AL DR. ANTONIO CAPONNETTO
CON OCASIÓN DE SU RECIENTE LIBRO
INDEPENDENCIA Y NACIONALISMO
Por Javier Navascués Pérez
ººººººººººº

-Javier Nacascués Pérez: Por lo que sabemos, frente al Bicentenario de la Independencia, o de las independencias americanas, usted se ubica en un lugar equidistante. ¿Cuál sería ese lugar?
-Antonio Caponnetto: Estoy en contra de los que celebran con alborozo la Independencia porque disfrutan con la desmembración del Imperio Hispano Católico; y estoy en contra, a la par, de los que nos acusan de traidores o de felones, como si aquella desmembración hubiera sido causada primero por nosotros, y como si entre los mejores de los nuestros no hubieran existido claros exponentes del fidelismo, del arraigo y de la conservación del inmenso patrimonio cristiano y español heredado.
-Pero ¿cómo se hace para sostener la tesis del arraigo y del fidelismo cuando era generalizado el afán de emanciparse, de tener gobiernos propios y de librar guerras por estos ideales?
A.C.: ¿Cómo se hace? Distinguiendo. Una cosa es la “independencia” de los ideólogos masones y liberales; otra la autonomía gubernativa conservando las formas monárquicas, las grandes unidades geopolíticas americanas y la prosapia cultural de tres siglos gloriosos de evangelización española. Una cosa es la emancipación –concepto netamente kantiano, iluminista y rousseauniano- y otra cosa es la autodeterminación fruto del legítimo ejercicio del ius resistendi a la tiranía. Una cosa es un ejército como el sanmartiniano, que castiga la blasfemia y nombra a la Virgen del Carmen su Generala, repartiendo escapularios a la tropa; y otra cosa son las hordas rapaces de libertarios, conducidas por impíos, que no dejaron sacrilegio por cometer, sobre todo en el tradicional ambiente norteño de nuestro país. Una cosa, al fin, es querer tener bandera con los colores de la Inmaculada Concepción, y otra fabricarse un himno, al lado del cual, La Marsellesa parece el Oriamendi.
-Pero usted convendrá conmigo, en que más allá de las distinciones –que le admito- se impusieron los ideólogos del descastamiento…
A.C.: No sólo lo admito, lo deploro y condeno. Y denuncio además la doble imposición que padecimos y padecemos de ese mal. Porque se trató de una imposición política pero también historiográfica. Nos hicieron creer que la única historia existente –los únicos hechos registrables- eran los que llevaban el signo maldito de los descastados. Pero cuidado; porque el descastamiento no revistaba solamente en ciertas filas americanas o en testas criollas. El llamado con error “bando realista” tuvo sus exponentes repudiables, en la península y en el territorio de ultramar. Manifestaciones repudiables tanto teóricas como prácticas, tanto en  hechos e ideas como en personajes. No somos fabricantes ni compradores de leyendas, sean negras o rosas. “La verdad: sol duro pero claro”, decía Maurras. Y nos gusta el sol dando de pleno en la cara; además de Maurras, claro.
-Por lo que usted nos comenta, entonces, se cumplió también en este caso aquello de que “Dios ayuda a los malos…” Pero, ¿por qué habla del erróneamente llamado bando realista?

A.C.: El éxito no es criterio de verdad, se sabe desde Aristóteles. Que hayan ganado los malos no prueba que tuvieran razón, ni mucho menos que su triunfo nos conforme o beneficie a los hispanoamericanos. Se cumplió más o menos la simpática coplita que me recuerda. Y de rondón retomo algo de una pregunta suya precedente. No era “generalizado” ese afán de emanciparse. El pueblo simple, de misa y olla, no lo deseaba. A nadie le importaba el sapere aude de Kant, y no escasean los testimonios de hispanistas ilustres, como Ramiro de Maeztu, Eugenio Vegas Latapié o José María Pemán, que han dejado asentado en solventes ensayos esta aquiescencia popular criolla hacia la noble matriz española. Tampoco eran más los ideólogos que los genuinos libertadores, ni había multitudes rugientes en las plazas mayas o julias pidiendo saber de qué se trataba aquello. Dios no ayudó a los más. Es un aristócrata, diría Castellani. El demonio metió la cola, que es “la especialidad de la casa”. De la casa del diablo, quiero decir.
Pero lo de los realistas que le comentaba…

Ya voy a eso, perdone la disgresión previa. En cuanto a realistas eran casi todos o todos los que pugnaban entre sí. No diré fernandinos o proborbones –que los hubo y sobre todo entre los liberales vernáculos más exaltados- pero sí favorables a mantener un sistema monárquico. La diferencia mayor era otra: o se respetaba o se conculcaba el principio de intangibilidad americana; ese privilegio americano de pertenecer al monarca legítimo, y no a cualquier sustituto colocado por un déspota o devenido en marioneta del Clan Bonaparte.
Nuestra pertenencia era a la potestad regia castellana, no a los mercaderes de Cádiz, los pescadores de León, o a las arbitrariedades de un dipsómano instalado por el complot inicuo de los renegados de España. O se respetaba o se conculcaba ese pacto de vasallaje recíproco. Ahí está la diferencia sustancial de los bandos en pugna. Pero la triste realidad es que, al momento de la independencia, había más defensores de las aspas de Borgoña en estas tierras argentinas y menos sepultureros del gorro frigio en España.
 No se ha tenido aún suficientemente en cuenta la significativa paradoja de que los más intransigentes defensores de la obediencia Fernando VII, aquí, en América, no eran contrarrevolucionarios que abrevaban en las tradiciones escolásticas. Eran masones perseguidores mortales (en sentido estricto) de los católicos; y eran agentes ingleses. El ejemplo más patético es el de Bernardino Rivadavia. Y no es un ejemplo de detalle, puesto que llegó a ocupar los puestos más encumbrados del Estado, ¡la presidencia misma de la República!
-Pacto antiguo y medieval, aclara usted; ¿para diferenciarlo de otros pactismos, verdad? Me parece entender mejor ahora porqué afirman estar -usted y los suyos- entre dos fuegos. ¿Cómo sería más específicamente ese cruce de disparos?
A.C.: Sí; he aclarado esos de los pactos, porque lo que me faltaba era ser tenido por sospechoso de adherir a ese “hombre nefasto”, como llamó José Antonio a Rousseau en el Discurso Fundacional de Falange, o de adherir sin retaceos al granadino Francisco Suárez. Un fuego absurdo e irritativo es el que disparan, por un lado, quienes creen que nacimos hace 200 años. Pero el otro, no menos erróneo e incluso avieso, es que toma la fecha de nuestra independencia como certificado de defunción de la patria. Si yo fuera psicoanalista (¡las cosas que hay que conjeturar para hacerse entender!), diría que a unos los mueve la libido dominandi y a otros el instinto tanático. No conviene explicar la historia con pulsiones instintivas, sino más bien con categorías teológicas. Y aclaro que esto lo dice alguien tan poco clerical como Niesztche.
– La verdad es que no me lo imagino psicoanalista, tampoco obispo; pero ya que mentó la cuestión, ¿cuál o cuáles serían esas categorías teológicas que estarían faltando para la comprensión de este drama independentista, que así veo también que lo llama en alguna parte?

A.C.: En un libro anterior a éste, he tratado de probar que el oficio del historiador es analogable al del liturgo. Por lo menos, el oficio del católico puesto a historiar. El historiador, como el liturgo, por ejemplo, debe comprender que el cielo irrumpe en la tierra, que hay una vinculación fontal entre los visibilia e invisibilia Dei. El historiador, como el liturgo, debe inteligir el sentido  del leiton ergon, de la obra, función o ministerio público proyectada al servicio del bien común. Hay muy buenos consejos al respecto; de San Vicente Ferrer, de San Alberto Magno o del Cardenal Newman. Aplicado esto al tema que nos ocupa, diré y digo que hay un modo sacramental de entender nuestro pasado. Nuestras tierras tienen su bautismo, su confirmación, su primera eucaristía, sus contricciones, y están necesitadas con urgencia de la Unción de los Enfermos.
-Perdone, pero ¿en dónde se ha explayado sobre este criterio? Le confieso que me inquieta…

A.C.: En un libro titulado “Poesía e historia: una significativa vinculación”, que lleva más de quince años andando. Desde esta categorización teológica de la historia, sostengo, por ejemplo, que no es la Independencia “oficial” la que nos inaugura como patria, sino el bautismo que recibimos el 12 de octubre de 1492, y más específicamente el 1 de abril de 1520, fecha de la primera celebración eucarística en el territorio argentino. La independencia antagónica a la emancipación y al desarraigo; la independencia de los hombres fieles a la Tradición; que haya sido derrotada o pisoteada, no anula la gracia recibida en esos sacramentos. Nuestro drama es que la emancipación se impuso por sobre el doloroso y legítimo acto independentista. Y como fue una derrota tanto política como historiográfica, según ya se lo he dicho, en vez de hacernos celebrar sacramentos nos imponen efemérides laicas y masónicas. ¡Ay de esos pueblos!, dice Pieper en su libro “Una teoría de la fiesta”, a los que les cambian los festejos sacros por otros mundanos o impíos.
-Vale la pena entender e incorporar estas categorías teológicas, ya veo. Tal vez sean un poco inusuales y disonantes a los oídos vulgares.

-A.C.: Vale la pena entender e incorporar la filosofía y la teología de la historia, que no son inventos míos. Yo no he descubierto el Mediterráneo. Pero se necesita, por cierto, un sensus fidei y sobre todo, como distingue Pascal, un reemplazo del espíritu de geometría por el esprit de finesse. Fíjese que me he enterado de un sujeto –que adhiere al tradicionalismo- según el cual la Primera Misa; esto es, la primera patencia de Cristo en cuerpo, sangre, alma y divinidad en estas tierras argentinas, no tiene para él ningún sentido. Y hasta cree hilvanar una ironía, diciendo que si Cataluña se independizara de España, entonces una misa podría “fundarla”. Como si nuestra bendita Primera Misa, en los albores del siglo XVI, hubiese sido un grito de rebeldía separatista o un acto revolucionario de cuño marxistoide. Por querer pasarse de sarcástico incurrió en blasfemia. Ahí tiene un espíritu geométrico, por no decir canibalesco, incapaz de toda sutileza. Lo grave es que si tamaña carencia hermenéutica tienen los “nuestros”, ¿qué le puedo pedir a los enemigos?

 -¿Hay alguna otra categoría o concepto teológico que nos pudiera ayudar a comprender su posición en este complicado tema?

A.C.: Siempre me llamó la atención un texto de Santo Tomás –está en la cuestión 76 de la primera parte de la Suma– en la que el Aquinate enseña que el alma está presente entera en todo el cuerpo y en cada parte del cuerpo, pero no del mismo modo, sino del modo aquel que conviene al ser y a la acción de cada parte. El alma católica e hispana se mantuvo en el cuerpo de la americanidad según la totalidad de sus energías y fuerzas y según conviniera a su ser y a su obrar. Porque era aquello –las Españas- una sola alma y un solo cuerpo. Es cierto que no faltaron desalmados, de un lado y del otro del Atlántico; y que los mismos terminaron quedándose con el triunfo. Pero no puede decirse sin faltar gravemente a la justicia, que todo y todos en nuestra independencia fue obra de desalmados. También sería faltar a la justicia que los españoles no vieran la viga inmensa en el ojo propio que les cupo en este penoso proceso de disolución.
-Sí; sí; nadie ignora que en todo esto hay culpas y responsabilidades compartidas. No podemos conservar un maniqueísmo simplón. Pero más allá de los legítimos enfoques sobrenaturales que usted hace, ¿no considera la posibilidad de causas más terrenas o demasiado humanas, como la injerencia británica?

A.C.: Claro que sí; y expresamente me refiero a ellas. Hace muy bien en bajarme a la tierra. Yo en esto prefiero pecar de conspirativista que de ingenuo, aunque bien sé que la tesis del complot se usa muchas veces de comodín cuando no se quieren encontrar explicaciones más complejas. Pero si nos atenemos al ejemplo singular que usted me pone, allí se ve otra vez, con claridad, que las dicotomías de los manuales no ayudan a entender lo sucedido. Hay una gran cantidad de documentos, privados y públicos, que muestran la enemistad entre San Martín y los ingleses, o que prueban el modo heroico con que Cornelio de Saavedra combatió a los britanos, antes y después del famoso 25 de Mayo de 1810. Y esto por mencionarle a dos exponentes famosos del “bando criollo” o independentista. Paralelamente, hay otra documentación del mismo calibre que prueba la ominosa connivencia del borbonato con ingleses y franceses. En “El equipaje del Rey José”, Benito Pérez Galdós dice sin ambages que en aquella desdichada España “los franceses salen por un lado y los ingleses entran por otro”.
-Pero no se puede negar la presencia de agentes británicos entre los llamados independentistas.

A.C.: ¡Claro que no! Pero lo que me preocupa, y en realidad me irrita, es que no se tenga en cuenta que la denuncia y el repudio de esta injerencia británica fue desde siempre uno de los ejes de la llamada escuela revisionista o nacionalista. Aquí nadie quiso ocultar nada al respecto. Lo mismo sucede cuando se trae a colación el asesinato de Liniers o la heterodoxia del llamado clero revolucionario. Fuimos nosotros, salieron de nuestras filas, los repudiadores de estos episodios y de estos personajes. ¿De qué leyenda rosa me hablan?
-¿Usted quiere decir que no han ignorado la existencia de los llamados planes para humillar a España?
A.C.: Eso mismo. Hay incluso entre estos autores revisionistas-nacionalistas un estudioso como Federico Rivanera Carlés (con quien tengo mis discrepancias, nobleza obliga), que ha abordado un tema muy poco conocido, como el de las rebeliones contra España ya en la primera mitad del siglo XVII, cuando gobernaban los Austrias. Esas rebeliones contra la unidad del Imperio estuvieron manejadas por la marranía, y por eso se han convertido en un tema tabú. No sé de autores españoles que hayan abordado este punto. Todos suelen quejarse de que se socavó la autoridad de un tirano como Fernando VII. Pero sobre los intentos judaicos de acabar con la España Católica de los Austrias no veo mucho material procedente de los españoles anti-independentistas americanos.
-Está fuera de duda el amor y la gratitud que le profesa a España; y no hablo sólo de su caso personal sino de la corriente de pensamiento que usted expresa, pero me parece importante establecer algunas precisiones. ¿Cómo se definiría entonces la patria y porqué ese concepto –el de una patria independiente- no entra en contradicción con la fidelidad a España?

A.C.: En la cosmovisión pagana, la patria es exclusivamente la terra patrum, la tierra de los padres, el alrededor geográfico heredado de los antepasados. La cosmovisión cristiana no anula este concepto, pero lo ordena a otro superior que permite desdeñar el mero carnalismo, o la tentación de la carnalización. En perspectiva cristiana, la patria es un don de Dios y subsiste en Él. Es un todo donado por Cristo y para Cristo que Dios Padre quiere llevar a su plenitud, como enseña Alberto Caturelli. Por lo tanto nosotros –hablo en plural deliberadamente- tenemos este don de Dios que se nos ha dado, llamado La Argentina; este don que el Señor nos dá para que seamos capaces de cultivarlo y de guardarlo, tal como leemos en el libro inicial del Génesis. Y el primerísimo bien que tenemos que cultivar y que guardar en esta tierra donada, es el patrimonio recibido en herencia de la terra patrum. Pero a su vez, ese patrimonio incuestionable de la terra patrumno es un gobierno, un monarca, una dinastía o un costumbrismo. Es un espíritu, un alma. Es la Hispanidad.  Y antes de que me pregunte me anticipo a decirle que la Hispanidad es una rama viva de la Cristiandad.
-¿La Independencia que usted concibe y defiende no anula la Hispanidad, qué sería el núcleo de lo que acaba de decirnos?

A.C.: En parte es al revés. Si yo puedo defender una independencia que no expulsa a la Hispanidad sino que la supone como condición sine qua non, es porque esa Independencia y esos independentistas existieron. Aunque fueron derrotados, insisto. Y los triunfadores nos inventaron una patria en la cual no queda ni la terra patrum ni el don de Dios. Queda ese “lodo, lodo, lodo”, que repetía el precitado Padre Castellani.
         Bien entendidas las cosas, Hispanidad e Independencia se suponen necesariamente la una a la otra. Por eso llamo a la Independencia un acto legítimo pero doloroso. Lo primero en tanto ese acto revistió las formas de la clásica resistencia contra una tiranía que pone en riesgo la existencia misma de la sociedad política. Lo segundo; esto es lo doloroso, porque nunca es grato tener que llegar al límite de poner en práctica el ius resistendi.
         Pero entiéndase que nuestra noción de patria y nuestra práctica del patriotismo no declama sólo una hispanofilia. Obliga a una hispanofiliación, como decían Goyeneche y Anzoátegui. Aquí son dos los errores simétricos que hay que evitar. Uno, el de concebir ese don patrio sin lo esencial de la terra patrum que es la Hispanidad. El otro, reducir la Hispanidad a un carnalismo en cualquiera de sus variantes, desde el racial hasta el de un linaje en particular. Si en lo primero tenemos muchos pechos vernáculos para golpear gritando mea culpa; en lo segundo, hay pechos españoles que deberían llevarse, por lo menos, algunos dedos índices acusatorios.
-Me quedé pensando en la independencia como dolor…

A.C.: Muchos se quedaron pensando en ello. El poeta Leopoldo Marechal le canta a la patria como “un dolor que se lleva en el costado sin palabra ni grito”. Hay en la historia personal y en la historia general de la humanidad muchos dolores que fueron germinativos y que a juzgar después por sus frutos eran dolores inevitables unos, necesarios los otros, permitidos por Dios, en suma.
-Le hablaba antes de la necesidad de establecer algunas precisiones. La de la patria quedó zanjada, pero ¿qué pasa con el concepto de nación, y de su derivación natural, el polémico tema del nacionalismo?

A.C.: En cuestiones que se han prestado y se prestan a tanta oscuridad, no veo otro modo de ser claro que ser simplote y básico. El punto de partida es la Cristiandad, y el modo peculiarísimo en que ella nos accede a nosotros, los americanos, que es mediante la Hispanidad. La Iglesia tiene promesas de vida eterna, la Cristiandad lamentablemente no. Es, o fue, un modelo de organización política, en el sentido amplísimo de la palabra, que supo resumir León XIII diciendo que en ella el Evangelio informaba la filosofía de las sociedades. Desaparecida la Cristiandad, queda el deber y el derecho de anhelar su instauración en el lugar de nacimiento de cada uno de nosotros. Ese lugar de nacimiento es la nación o natus. Y ese programa o anhelo de instauración de Cristo en las naciones no es otro que el sintetizado por San Pío X, o el definido por Pío XI en la Quas Primas. Programa o anhelo que supieron enunciar de otro modo, pero con no menos vigor, pontífices como Juan Pablo II y Benedicto XVI.
-¿Qué sería entonces el Nacionalismo?

A.C.: El querer instaurar en Cristo todas las cosas de nuestra nación; ese abrir de par en par las puertas a Cristo a todos y a cada uno de los ámbitos de la vida social, para que Cristo señoree sobre ella, para que sea factible la soberanía o principalía social de Nuestro Señor. Como se verá, este Nacionalismo reclama de modo indisoluble ser calificado y sustantivizado como católico. Y no tiene ni quiere tener nada que ver con separatismos, regionalismos, segregacionismos, cismas, revoluciones francesas o invocados principios de las nacionalidades.
-Es difícil de entender esto en Europa, pero también en la Argentina, donde hay nacionalistas que no adoptan esta cosmovisión católica como columna vertebral

A.C.: Yo creo que esta dificultad comprensiva podría disiparse si hubiera un poco más de buena fe y alguna lectura nueva o vieja repasada. Hablo en principio para los españoles o europeos en general. Pío XI, por ejemplo, descalificó en su momento en la Ubi arcano Dei, a lo que llamó un “nacionalismo inmoderado”. ¿De dónde brota esa inmoderación? Precisamente de la matriz revolucionaria moderna que desliga a la nación de la Cristiandad y sustituye el Derecho de Gentes por el Derecho Nuevo. No es nuestra postura. La condenamos.
           Un autor como Joseph Delos, en su obra “El problema de la civilización”, gana en sensatez cuando retrata un “Nacionalismo de Civilización”, amparado en el supuesto despertar de las conciencias nacionales que sería un fenómeno equivalente al despertar de los derechos individuales del hombre y del ciudadano. Retórica iluminista pura, en las antípodas de nuestro pensamiento. Para quienes puedan comprender el guiño localista, rápidamente asociarán esto de Delos a lo que dice Sarmiento. Nosotros, claro, no seríamos el “nacionalismo de civilización” sino el de la barbarie. Esto es, el del respeto a las tradiciones hispanocatólicas.
-Más allá de estas distinciones sobre el Nacionalismo, la independencia, en la práctica, ¿no suponía necesariamente disgregar a América en naciones individuales convertidas en repúblicas democráticas?

A.C.: No; necesariamente no. Que eso haya sido buscado por los ideólogos del liberalismo y de la masonería bajo la siniestra tutela británica, es un hecho. Y trágicamente se impuso. Pero también es un hecho –aunque sus propulsores hayan sido vencidos- que los genuinos independentistas hablaban de Nación Americana, no de Estados Nacionales. En el mismo Congreso de Tucumán que declaró nuestra independencia se hace referencia a las Provincias Unidas de América del Sur, no a tal o cual país por separado. San Martín le dice a Echavarría en carta del 1 de abril de 1819: “mi país es toda América”. Era el sentir de los libertadores. Pero ganaron los emancipadores, ya quedó dicho. Nociones como las de Imperio o Patria Grande quedaron abolidas. Entonces se impusieron las republiquetas.
-¿Esa victoria podría explicar, entre otras cosas, no sólo la disgregación de las “naciones” sino la imposición de la democracia como sistema políticamente correcto?

A.C.: Daré dos ejemplos que permiten deducir lo que se me pregunta. Uno lo ha advertido con maestría Enrique Díaz Araujo. Estudiando la propuesta monárquica, cristiana e hispanocriolla trazada por San Martín en Punchauca, en 1821, su biógrafo oficial, liberal y masón, Bartolomé Mitre, llega a la conclusión de que San Martín “cayó como Libertador” en el preciso momento en que desconoce una supuesta ley inexorable de la historia, según la cual, “el progreso político no admite sino las formas democráticas y republicanas de gobierno”. La demencia mitrista quedó consagrada y estampada. Independencia y democracia eran lo mismo. Patria y Democracia eran lo mismo; y todo el que se opusiera quedaba al margen de la “civilización” (¡otra vez!) y del progreso. Este pensamiento hizo escuela; yo diría que es hoy Política de Estado.
-¿Y el segundo ejemplo que mencionaba?

A.C.: Lo encontré para mi consuelo leyendo el largo y enjundioso estudio preliminar que le hace Eugenio Vegas Latapié a la obra de Marius Andre: “El fin del imperio español en América”. Allí, el notable hispanista, analiza el mal ingénito del sufragio universal, la perversión connatural del sistema democrático, la inmoralidad intrínseca del régimen de votaciones mayoritarias. Y concluye que fue la adopción de este mal horrendo como lo políticamente correcto, lo que condujo a América, una vez independizada, a su desgajamiento físico y espiritual. Y tiene razón.
-A esta altura de nuestro diálogo, y teniendo en cuenta estos factores que han ido apareciendo en el transcurso del mismo, ¿no cree usted que sería prudente condicionar un poco la valoración del concepto de independencia?

A.C.: He intentado hacerlo. Por lo pronto, diciendo que la independencia, como la libertad no son bienes absolutos, ni fines per se. Independizarse de Dios, de la Verdad, de la Iglesia; como ser libres para delinquir, apostatar o blasfemar, no son fines apetecibles ni plausibles. Nosotros, los argentinos, tenemos el caso de regiones que integraban nuestro territorio. O al revés, si se prefiere: integrábamos el territorio nuestro con otros, y fueron segregados violentamente, de un modo artificial, con clara y aviesa injerencia extranjera. Lo que quedaba de la Patria Vieja o Patria Grande devino aún en individualidades separadas, enfrentadas, rivales. Un absurdo. Pero en todo esto hay una paradoja o una contradicción de parte de quienes impugnan nuestra independencia.
¿Cuál sería?

A.C.: La paradoja o contradicción es que se convierta la dependencia o la obediencia en un valor absoluto. Cuando miradas las cosas con rectitud doctrinal, hay casos en los que corresponde desobedecer, rebelarse, desacatar o independizar el propio juicio o la propia conducta de una autoridad devenida en tiránica o en mala.
         Le hablaré con crudeza. La mayoría de los sectores que critican nuestra desobediencia independentista a Fernando VII pertenecen a esa clase de fieles que se sintieron moralmente obligados a desobedecer al Papa, al Concilio Vaticano II y al grueso de las directivas de la Roma Conciliar. No los critico. Digamos que los pondero. Pero ¿cómo es esto? ¿Se puede uno independizar de un Papa para salvar la fe católica amenazada y conservarla íntegra, y no cabe la posibilidad de independizarse de un monarca canalla y de una dinastía purulenta, para salvar la integridad del patrimonio hispánico heredado?
¿Qué balance hace de 200 años de Independencia?

A.C.: Difícil pregunta; para mí al menos. Hay que tener cuidado, por lo pronto, de no caer en la falacia aquella que confunde correlación con causalidad. Esto es, no todo lo que sucede después de un hecho es efecto de ese hecho. Muchos males que hoy padecemos son la consecuencia directa de la prevalencia de esa emancipación kantiana, rousseauniana, iluminista, masónica, etc, etc. Sin duda. Otros males no, en cambio; son de adquisición propia; pura responsabilidad o culpabilidad nuestra.
También hay que evitar la otra falacia o argucia de la llamada historia contrafáctica. ¿Qué hubiera pasado si…tal cosa o tal otra? Pues sencillamente no lo sabemos. La historia es historia de lo que fue, no de lo que pudo haber sido, mucho menos de lo que nos hubiera gustado que fuese. Pero para quienes amamos profundamente a España, como se ama a una madre, verla en el actual estado de descomposición al que ha llegado, no nos alimenta mucho la esperanza de que nuestra suerte hubiera sido mucho mejor sin la independencia.
Todavía nos lastima aquella obscenidad pronunciada por Alfonso Guerra en 1982, y según la cual: “vamos a poner a España que no la va a reconocer ni la madre que la parió”. No debió permitirse que se llegara tan lejos. Pero la tragedia descripta en este exabrupto no es sólo patrimonio de España o de Europa. Es la llamada civilización cristiana la que está amenazada de muerte. Principalmente por causa del proceso de heretización y de apostasía que se vive hoy en la Iglesia.
¿Ve alguna esperanza en medio de esta tragedia, como la ha llamado?

A.C.: Siempre veo esperanza. No verla sería incurrir en el pecado de la desesperación o de la presunción. La esperanza existe y es posible, asida fuertemente a ella, intentar –para parafrasear lo indigno y volverlo digno- recuperar ese rostro que sea reconocible y amable para la madre que nos dio a luz. En estos días (el 8 de octubre en el ABC, para ser exactos), Juan Manuel de Prada, hizo el elogio de la conducta de los colombianos, que no aceptaron la tramposa paz con la guerrilla homicida. Déjeme que le lea textualmente uno de estos párrafos, precisamente por el carácter esperanzador que encierra: “Todavía enorgullece llevar sangre española en las venas, aunque el pueblo español, antaño tan valeroso ante las agresiones de sus enemigos, se haya convertido en una papilla amorfa y bardaje. Pero en América, allá donde la sangre de españolas venas se fundió con la sangre nativa para fundar la raza más hermosa, allá donde nuestra lengua se hizo dulce y fecunda, todavía queda dignidad[…].Ojalá esa dignidad vuelva algún día –¡mediante gozosa transfusión de sangre!– a su desnaturalizada madre”
         Lo que está reconociendo con una hidalguía inusual el señor De Prada, es que aquí en América, todavía quedan restos o vestigios o simientes de esa grandeza antigua y venerable que recibimos hace cinco siglos. Más aún: nos está pidiendo una transfusión de sangre, que en este caso, no sería sino una devolución o restitución de la sangre heredada. Es lo que dice nuestro poeta Vocos: “Yo sé que en todas partes hay semillas/de tus claros varones aguardando/ surcos de gestación en maravillas”.
          Esto es lo que me da esperanza. Y a fe mía, que no me parece escaso motivo.



miércoles, 5 de octubre de 2016

¡DESCANSA EN PAZ ALBERTO CATURELLI!



“He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe.” (II Tim.4,7)

    El Señor se vale a veces de ciertos hombres para bendecir a algunas naciones, y “sanar” algunas épocas de la historia, alimentándonos la esperanza a través del conocimiento de sus virtudes, sus obras, y su pensamiento, sobre todo cuando éste no hace sino orientar a las almas no hacia sí mismo o hacia las novedades de su tiempo, sino hacia la Verdad imperecedera; hacia el Sol, y no hacia los espejismos.
    Es el caso del gran filósofo argentino hoy fallecido Alberto Caturelli, para quienes tuvimos la gracia de conocerlo personalmente y percibir diáfanamente una bonhomía difícil de hallar y de describir…
    Había nacido el 20 de mayo de 1927 en Villa del Arroyito, cerca de la ciudad de Córdoba, República Argentina.  Licenciado en Filosofía por la Universidad de Córdoba en el año 1949 y doctorado en la misma Universidad en 1953. En la histórica «Casa de Trejo» cumplió una larga carrera docente como profesor, entre los años 1953 y 1993. Fue profesor de Historia de la Filosofía Medieval e Investigador Superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), el principal organismo dedicado a la promoción de la ciencia y la tecnología en la Argentina, a cuya vida institucional estuvo vinculado muchos años.
   Fue distinguido con el Premio Nacional de Filosofía, provincia de Santa Fe, (1965 a 1970), el Premio Consagración Nacional de Filosofía (1983), el Premio Internacional de Filosofía “Michele F. Sciacca", Italia (1987).
    Fue miembro honorario de la Pontificia Academia ProVita, designado por el Sumo Pontífice en el año 1996. Doctor honoris causa de las universidades de Génova, -Italia-; de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (Méjico); Universidad John F. Kennedy  –Bs.As.- y de la Universidad FASTA, -Argentina-, entre otras.  Director de la revista Filosofar Cristiano, y  miembro de redacción de las revistas filosóficas Sapientia (UCA), Gladius, Epiméleia (Bs.As.), Oggi (Génova) y de la Revista rosminiana Stresa.
Además de su innegable trayectoria ha tenido participación en la vida cultural de la Iglesia Católica, siendo un ejemplar defensor de la Familia y del Orden Natural.
Fue Miembro de una veintena de sociedades y academias de Argentina, Brasil, Italia, Méjico, Francia, Estados Unidos y Grecia, y miembro activo de más de un centenar de congresos nacionales e internacionales: Argentina, Chile, Brasil, Ecuador, Colombia, Méjico, España, Italia, Polonia, Alemania y Grecia. Organizador del II Congreso Nacional de Filosofía (Altagracia, Córdoba), año 1971, y del I Congreso de Filosofía Cristiana en 1979.
Presidente de los Congresos Católicos de Filosofía desde 1981, hasta 1995 y de la Sociedad Católica de Filosofía. Vicepresidente de la Sociedad Católica Interamericana de Filosofía.
    Publicó treinta y cuatro volúmenes (*) y más de medio millar de artículos en revistas de América y Europa. Su obra se caracteriza por desarrollarse en dos planos: uno especulativo, en el cual expone su pensamiento teórico, y otro de investigación histórica, especialmente orientado a la reconstrucción del pensamiento nacional. Algunas de sus obras han sido publicadas por editoriales españolas, mejicanas e italianas.
    En su exhaustiva y voluminosa obra “Historia de la Filosofía en la Argentina 1600-2000”, se advierte el rigor y profundidad de análisis que suele mantener también en la observación de la realidad:

    « …La obra no ofrece grandes divisiones por épocas o por siglos. Simplemente se desarrolla desde el capítulo I hasta el XXXIII, desde el año 1600 al 2000, mostrando así la continuidad de cuatro siglos de pensamiento que es como la savia vital de la Argentina.  El criterio esencial que ha dirigido mi tarea ha sido, ante todo, el valor intrínseco de las obras y de los autores. No han influido en mi trabajo la fama ocasional o la “promoción” de algunos nombres como resultado de publicidad pasajera o de la accidental utilización del poder. El único criterio ha sido el del valor intrínseco de la obra (extensa, breve o brevísima, hermosa o pobremente editada) yaunque su autor haya sido un “desconocido"…


    Pero esta trayectoria y capacidad académica, de singular envergadura, sólo da cuenta de la capacidad intelectual de un hombre que sin embargo, siempre se destacó por una extraordinaria calidez, sencillez y humildad en el trato con discípulos, alumnos, y público en general, procurando ser fiel a su padre Santo Domingo (era terciario dominico). Significativamente fue llamado por el Padre en la fiesta de San Francisco, a quien también profesaba una especial devoción.
AlbyCelia
    Si muchas veces se presenta la falsa dialéctica entre acción y contemplación, creemos que la propia vida de Alberto Caturelli es una buena desmentida a esta impostura, pues el filósofo nunca necesitó “relegar al hombre” a un segundo plano. Muestra de ello fue no sólo su fidelidad a la familia y a la vida, en tanto esposo fidelísimo y padre de familia numerosa, sino especialmente por su unidad ejemplar con Celia, su encantadora esposa, secretaria, asistente, consejera…Recordamos cuando lo invitamos por primera vez a uno de los Encuentros de Formación Católica de Bs.As -en los cuales los miembros del C.F.San Bernardo de Claraval disfrutamos de su compañía durante varios años-, que su primera “condición” fue no asistir solo, sino con ella, en un no disimulado y solícito amor esponsal. El recuerdo de ambos en aquellos días, siempre juntos, emprendedores y entusiastas para todo lo que significase un servicio al Bien y a la Verdad, nos llena el alma de luz y de consuelo, y ha significado para muchos jóvenes un modelo auténtico de unidad profunda, cimentada en las miradas convergentes hacia el Ser, en circunstancias felices y amargas de la vida…
Y así como corregía las ediciones de sus libros y acomodaba detalles de sus viajes, también partió Celia hace casi un par de años de este mundo, seguramente para prepararle mejor a su esposo la Partida. Esto no parece descabellado, atendiendo su obra Dos, una sola carne -metafísica, teología y mística del matrimonio y la familia-”,demorada y exquisita profundización de este misterio de unidad, donde señala:

“El amor conyugal es susceptible de crecimiento progresivo, siempre inexhausto en el tiempo, y por eso, en estado de disponibilidad para la eternidad. En el último instante del tiempo de uno de ellos, termina el matrimonio, pero no el amor inscripto en la eternidad. Por eso, quienes bien se aman, esperan, allende el matrimonio, una entrega mutua en la eternidad de la contemplación del Tú divino que es Amor. De ahí que el amor conyugal, aunque termine en el tiempo, cuando es más fuerte que la muerte, tienda a fundirse con el amor divino; en este sentido, todo amor absoluto es amor teándrico. Todo cuanto he dicho está en las entrañas y es el fundamento de la sociedad familiar. Hay que bucear aquí.” (Gladius, Buenos Aires, 2005, p.125).

A propósito de este “buceo", para cuando el lector tenga un poco más de tiempo, dejamos estos videos de una conferencia de innegable actualidad pronunciada en la provincia de San Luis, sobre Matrimonio y Familia:





    Y como alma enamorada ante todo, del Ser (Bien, Verdad y Belleza), sabía reaccionar con la razón y el corazón ante la presencia de la mentira, del error y del pecado. En “El abismo del Mal”, no se limita a la consideración metafísica del tema, sino también de sus repercusiones morales, analizando las múltiples manifestaciones del “Cainismo” en la Sagrada Escritura, en la historia y en la antropología.

    “La humanidad presente, que lleva en su propio desarrollo histórico la inextricable mezcla del trigo y la cizaña, parece ser pura cizaña. La abundancia de la cizaña impide ver el trigo e impide percibir el “resto de Israel”. Ninguno de los grados de la vida espiritual cristiana puede verse claramente; en cambio, la de-gradación regresiva de las tinieblas sí se ve y también se ve cómo anega al “resto fiel”. No se percibe la “noche luminosa” de la vida cristiana; sí se percibe el falso “iluminismo” de las tinieblas exteriores. Tal es la des-gracia radical del hombre de hoy.” (Gladius, Bs.As., 2007, p.227)

    No obstante, nunca hay cabida en la obra de Caturelli para la desesperación. Por el contrario, su análisis de la realidad es siempre crudamente realista y racional, sin refugiarse en el idealismo progresista de la sin-razón (o del racionalismo, que al fin es lo mismo…), sino iluminado siempre por una profunda y serena fe, que sacia la sed profunda de la razón por la Verdad. Esta obra finaliza con una sugerente reflexión sobre el episodio de Nuestro Señor con la Samaritana -figura de la Iglesia de los gentiles-:

    “No existe mal, no hay pecado que se resista; solamente el libre rechazo de la gracia (el pecado contra el Espíritu) no quiere apagar la sed, corta la comunicación con la Fuente y en el fondo, se entrega al adulterio absoluto con el demonio; salvo el libre albedrío que dice no y prefiere morir con la segunda muerte, el que beba de esa Agua no volverá a tener sed: en el simbolismo del texto, mientras el agua material corre hacia abajo, el agua espiritual unida a la Fuente “asciende” a la vida eterna hasta la unión esponsal con Cristo. En un extremo, el abismo de tinieblas; en el otro, la Luz incandescente; en un extremo la sequía, en el otro el Agua viva…”  (op.cit. p.237)


   Pensamos que así como las almas deberán dar cuenta de los talentos recibidos, algo semejante deberá pasar con las naciones, y quizá algún día el Juez Supremo nos examine a los argentinos según hayamos aprovechado y difundido las gracias que nos ha dado en el don de estos maestros de vida y de doctrina, para dar abundante fruto para la construcción del Reino.
   Existen tesis de licenciatura y de doctorado sobre el pensamiento de Caturelli en universidades de Brasil, Méjico y España, como así también numerosa bibliografía sobre su obra escrita. No obstante, y aunque parezca mentira, hay que decir con profunda vergüenza que en nuestro país es para muchos honrados filósofos, un gran desconocido. ¿Cómo es esto posible? Porque nuestras universidades -incluso las llamadas católicas- han cedido a la imposición “oficial” de la bibliografía consagrada de una serie de autores para quienes la metafísica es poco menos que ciencia ficción, y el realismo no pasa de ser “una opción más” entre tantas. Y de aquella filosofía, esta teología… Como me respondía muy suelto de cuerpo un sacerdote a quien le pregunté si su prédica la sacaba del “evangelio según san Hegel”: “-¿Y qué otro querés que tenga, si no..?”
   Es comprensible entonces, que entre las cruces personales que haya tenido que sufrir este católico ejemplar haya estado la expresa prohibición de enseñar en algunas diócesis gobernadas por enemigos de todo lo que sonara a Tradición. Que cuenten ciertos jóvenes de cierta provincia argentina, cómo fue que su obispo les prohibió organizar un ciclo de conferencias, porque entre sus oradores estaba Alberto Caturelli…¡Qué bien sabía él de las catacumbas del mundo presente, sobre todo en la Argentina!
   Hoy no nos cabe duda de que Cristo Rey y Su Santísima Madre le recompensarán con creces su infatigable caridad en servicio a la Verdad crucificada. Sirvan estas líneas como cariñoso homenaje, esperando de los lectores una oración por su eterno descanso, ¡para que llegue pronto a ver a Nuestro Señor, y allí nos espere!.


María Virginia Olivera de Gristelli.



 ……………………………………………………..
(*) Mencionamos algunas de sus obras:
Donoso Cortés. Ensayo sobre su filosofía de la historia (Córdoba 1958); El filosofar como decisión y compromiso (Córdoba 1958); El hombre y la historia(Guadalupe, Buenos Aires 1959 - 2ª ed. Folia Universitaria, Guadalajara, México 2005); Tántalo. De lo negativo en el hombre (Córdoba 1960); America bifronte. Ensayo de ontología y filosofía de la Historia (Troquel, Buenos Aires 1961); La Universidad (Imprenta de la Universidad, Córdoba 1963); La filosofía (Gredos, Madrid 1966, 1977); La Iglesia Católica y las catacumbas de hoy (Almena, Buenos Aires 1971; 2ª ed. aumentada, Gladius, Buenos Aires 2006); Metafísica del trabajo(Huemul, Buenos Aires 1982; 2ª ed. Folia Universitaria, Guadalajara, México 2002);Reflexiones para una filosofía cristiana de la educación (Córdoba 1982; 2ª ed. Folia Universitaria, Guadalajara, México 2002); La Metafísica cristiana en el pensamiento occidental (Cruzamante, Buenos Aires 1983); Michele Federico Sciacca, metafisica de la integralidad (3 vols., Studio editoriale di cultura, Génova 1990); El Nuevo Mundo (Upaep-Edamex, México 1991; trad. italiana por P. P. Ottonello, Ares, Milano 1992 y Ed. Santiago Apóstol, Bs.As., 1992;); La Patria y el orden temporal (Gladius, Buenos Aires 1993); La libertad (Centro de Estudios Filosóficos, Córdoba 1997); Historia de la filosofía en la Argentina, 1600-2000(Ciudad Argentina, Buenos Aires 2001); La historia interior (Gladius, Buenos Aires 2004); Dos, una sola carne. Metafísica, teología y mística del matrimonio y la familia (Gladius, Buenos Aires 2005; trad. italiana y prólogo de P. P. Ottonello, Ares, Milano 2006); El abismo del mal (Gladius, Buenos Aires 2007); Examen crítico del liberalismo como concepción del mundo (Gladius, Buenos Aires 2008 y Fundación Gratis Date, Pamplona).