Hace un tiempo publicábamos aquí el comienzo de una entrevista realizada a Roberto Marfany. Ahora publicamos la segunda parte de dicha entrevista, cuya voz la tiene Federico Ibarguren. Luego publicaremos el cierre, con un intercambio de palabras entre ambos historiadores.
Federico Ibarguren: Comienzo
agradeciendo a la Universidad de Belgrano la invitación que me h hecho para
tratar un tema de gran importancia para nosotros, ya que en 1810, como consecuencia de la acefalía
española, comienza a delinearse lo que más tarde sería el Estado argentino. Es
un comienzo tímido, evidentemente, pero concluyó finalmente en la Nación
argentina, en el Estado argentino independiente. No tenían esa claridad de
miras los que formaban parte de la generación criolla de 1810, precisamente por
las razones que acaba de dar el doctor Marfany.
Se habla mucho de la Revolución de Mayo
con un criterio moderno, con un criterio actual. Porque nosotros entendemos por
“revolución” algo distinto de lo que se entendía entonces. Para nosotros una revolución es un cambio total, que se da inclusive mediante
métodos violentos, repudiando el pasado, porque el concepto de “revolución” ha
tenido ese comienzo en la mentalidad europea puramente racionalista.
En el siglo XVIII el racionalismo trastocó los
conceptos políticos y transformó la auténtica historia vivida en historia ideológica. De ahí que las historias del siglo XIX –y la historia
argentina particularmente– hayan sido escritas con un criterio más ideológico
que histórico, apartándose de la letra de los documentos y forzando la
interpretación del pasado para ponerlo de acuerdo con un sistema de ideas o con
una filosofía política determinada. Y eso ha distorsionado, por añadidura,
el concepto de la Revolución de Mayo. No se trató de una revolución tal como
nosotros la entendemos hoy en día. Fue más exactamente una reacción. ¿Pero una reacción contra quién? No fue contra España en
general ni contra la cultura española, que era nuestra. Hubiera sido como
escupir al cielo. Fue una reacción que estaba directamente ligada a los
problemas europeos y a la situación en que se encontraba la metrópoli. En ese
momento, la Madre Patria era invadida por ejércitos extranjeros y enemigos. No
olvidemos que Francia fue siempre la nación enemiga de España, ya desde la Edad
Media, en virtud de que eran dos naciones ambiciosas y rivales, y de que además
tenían una frontera común.
¿Qué
pasaba en España? Napoleón había invadido el territorio directamente,
después de la abdicación de los reyes, apoderándose de Madrid. En reemplazo de
Fernando VII y Carlos IV, después de la Conferencia de Bayona, Napoleón puso a
José I por su propia iniciativa, lo cual generó la tremenda reacción que fue el
levantamiento del 2 de mayo de 1808. Esta reacción espontánea del pueblo
español –que comprendía a todas las provincias de España- es el antecedente
directo de nuestra revolución llamada “de Mayo”. Mayo de 1810 no es sino la
réplica del gran levantamiento español de 1808 contra Napoleón Bonaparte. Vale
decir que lejos de tener razón la versión ideológica que brindan ciertos libros
de textos sobre la Revolución de Mayo, lejos
de tener asidero la afirmación de que nuestra revolución de Mayo fue una
especie de copia o plagio de la Revolución Francesa, de las ideologías rousseaunianas –e, inclusive, robespierranas-, fue precisamente lo contrario:
una reacción contra eso, aunque posteriormente la facción de anglófilos
discípulos de Miranda renegaran de la tradición invocando la “Leyenda Negra”. Mayo fue una
reacción, en primer lugar, contra el tirano
ateo que era Bonaparte, y en segundo lugar, contra todo el bagaje de ideas,
filosofías, instituciones, etcétera, que levantaba Napoleón como bandera.
Napoleón era caudillo de la Revolución Francesa en ese momento; sin él, dicha
revolución hubiera pasado sin pena ni gloria, porque ha sido Napoleón
precisamente quien le dio gloria, porque ha sido Napoleón precisamente quien le
dio categoría política a nivel continental.
De manera que se trató de una reacción
en principio –contra la Revolución Francesa –como decíamos-; pero muchos
autores se cuidan de afirmar esto y no lo consideran así, a pesar de que los
documentos originales de la época son claros al respecto.
Puede repasarse la colección de “La
Gaceta” correspondiente a 1810, donde figuran todos esos documentos oficiales y
al mismo tiempo los editoriales, muchos de los cuales eran atribuidos a Mariano
Moreno, pese a que él nunca firmaba sus artículos. Se verá entonces que dichos
artículos están condicionados por el movimiento español de 1808. Los hechos que
se suceden en el Río de la Plata son la continuación de ese movimiento español
que había estado dos años antes en España a consecuencia de la feroz acefalía
producida por la invasión napoleónica. Además, como se sabe, Napoleón llevaba
consigo todo un bagaje de ideas que
repugnaban a la tradición hispánica, porque eran ideas que iban contra la
profunda religiosidad católica de los españoles. Recordemos que durante
todo el proceso de la Revolución Francesa hubo manifestaciones sacrílegas contra la Iglesia Católica, que
culminaron con el famoso acto público donde Robespierre, en plena plaza de la
Concordia, realiza un homenaje nacional a la diosa “Razón”. Vale decir que se iba contra el catolicismo
tradicional, se perseguía a los sacerdotes, al clero. Recordemos las
ejecuciones de sacerdotes que no quisieron jurar la famosa primera constitución
liberal francesa, lo cual bastó para llevarlos a la guillotina. Hubo actos
sacrílegos contra las iglesias, violación de monjas, etcétera.
Todo esto, que está documentado, fue apoyado por las logias masónicas
y, en última instancia, repercutió desfavorablemente en el espíritu de muchos
hombres españoles y criollos del Río de la Plata.
En 1810, el factor religioso –advertido por pocos-, la reacción
religiosa contra el ateísmo de los regicidas franceses, era un elemento muy
importante. En uno de mis libros –Así fue
Mayo– pongo de manifiesto la importancia del factor religioso en el
movimiento revolucionario de 1810. Voy a leer dos documentos muy breves: uno de
1809 y otro de 1810. Se trata de dos poemas, uno anónimo y el otro de autor
conocido, que han sido publicados. El soneto que leeré ahora fue descubierto por
el padre Furlong, y lo tomó de “La Gaceta”. Sucede que ya hacia 1809 el virrey
Cisneros publicaba esta Gaceta oficial, en la que se daban noticias de la
guerra contra Napoleón. Se trata, como decía, de un soneto, y está firmado por
Pedro Tuella. Se titula “Odio a la Francia”, pero no se trata de un odio a la
cultura francesa ni a la nación gala como tal, sino a la Revolución Francesa,
de la cual dicen nuestros historiadores liberales que la Revolución de Mayo fue
su réplica. He aquí el poema de Tuella, vate criollo nacido en Entre Ríos:
“Fuera de aquí, franceses; execrado
sea el que tenga afecto a estos indignos;
fuera de estos países argentinos
los que a Cristo la guerra han declarado;
fuera de Buenos Aires, que es sagrado,
donde no se da asilo a libertinos.
Fuera bonapartistas, jacobinos,
y venga acá Fernando el suspirado.
Viva España, porque ella solamente
como Madre amorosa tiene anhelo
De hacer a Buenos Aires floreciente.
Viva el hispano astro de consuelo
que fijó en Buenos Aires su ascendiente
Horóscopo feliz de nuestro suelo”.
Para
que nos e me diga que esto era propaganda instrumentada por Cisneros en
beneficio de la Madre Patria, les diré que también en 1810, estando ya en el
gobierno la Primera Junta criolla, se publica en “La Gaceta” –pero en “La
Gaceta” anticisnerista- N° 21 del 25 de octubre del año 1810 –es decir, a unos
cuantos meses de mayo-, un poema anónimo o “Canción Patriótica”, como se lo
llamó, que era repetido por el pueblo en las calles, a la manera de un
sonsonete o “slogan” con los temas fundamentales de la revolución porteña. Esos temas contradicen por completo la versión de que la Revolución de Mayo tiene
la misma filiación que la Revolución Francesa.
Si
bien la canción es anónima algunos historiadores atribuyen la letra a Fray
Cayetano Rodríguez, pero no hay seguridad al respecto. Dice así:
“Viva compatriotas
nuestro patrio suelo,
y la heroyca Junta
de nuestro Gobierno.
Heroycos patriotas
en unión cantemos
a la madre patria
sonoros conceptos;
ella que os ofrece
tesoros inmensos,
unión fraternal
sólo os pide en premio…
(…)
No es la libertad
que en Francia tuvieron
crueles regicidas
vasallos perversos:
si aquéllos regaron
de su patria el suelo
con sangre nosotros
flores alfombremos.
“La infamia y el vicio
fue el blanco de
aquéllos
heroyca virtud
es el blanco nuestro:
allí la anarquía
extendió su imperio
lo que es en nosotros
natural derecho.
Nuestro Rey Fernando
Tendrá en nuestros
pechos
su solio sagrado
con amor eterno:
por Rey lo juramos
lo que cumpliremos
con demostraciones
de vasallos tiernos.
Mas si con perfidia
el corso sangriento
a nuestro Monarca
le usurpare el Cetro
muro inexpugnable
en unión seremos
para no admitir
su tirano imperio.
Si la Dinastía
del Borbón excelso,
llega a recaer
en José Primero:
nosotros unidos
con heroyco esfuerzo
no hemos de adoptar
su intruso gobierno.
La América tiene
el mismo derecho
que tiene la España
de elegir gobierno;
si aquélla se pierde
por algún evento,
no hemos de seguir
(…)
“La infame doctrina
del vil Maquiavelo,
esos egoístas
tenaces siguieron,
sin amor al Rey,
ni a la Patria menos,
son de nuestra ruina
el cruel instrumento.
Nuestra desunión
Fue el primer proyecto,
Que para destruirnos
inventaron ellos;
heroycos patriotas
ahora estáis en tiempo
de hacer que se frustre
un plan tan funesto.
“Amor, paz y unión
sea nuestro objeto
y la Religión
del Dios verdadero;
con las bellas artes
será nuestro suelo
otra antigua Roma…
parayso ameno.
Guerras intestinas
destruyen los reynos;
pero con la unión
se forman imperios;
unión compatriotas,
que así triunfaremos,
sellando en los fastos
futuros recuerdos.
Si hubo un Wassinton
en el norte suelo,
muchos Wassintones
en el sud tenemos;
si allí han prosperado
artes y comercio;
valor compatriotas
Estos
documentos que acabo de leer se multiplican. En “La Gaceta” –diario oficial-
hay innumerables pruebas y testimonios que corroboran la citada posición
política de reacción contra Francia y la Revolución Francesa. Y, por supuesto,
contra Napoleón, que era su abanderado: “el tirano ateo”, como le llamaban
entonces. Esta posición atea era
verdaderamente inaceptable para un español auténtico y para un criollo hijo
de españoles. Así transcurre todo el año 1810.
Existe,
además, un motivo jurídico que se constituye en un argumento más a favor de la
tesis a que se refería el doctor Marfany, acerca de que la llamada Revolución de
Mayo no fue, en un principio, una revolución, sino una reacción –y, más que
nada, una “restauración”-. Por lo menos ése era el planteo teórico del grupo
mayoritario que dirigía Cornelio Saavedra. Ansiaban éstos un gobierno propio,
libre de ataduras con el Consejo de Regencia de propio, libre de ataduras con
el Consejo de Regencia de Cádiz, cuya constitución consideraban “ilegítima”;
pero leal, eso sí, al rey Fernando y a las amenazadas tradiciones de España.
En
este orden de cosas, es interesante considerar los argumentos esgrimidos por
los criollos, especialmente en el famoso Cabildo Abierto del 22 de mayo, cuando
le tocó hablar a Juan José Castelli. Al respecto, el doctor Marfany tiene un
opúsculo muy interesante en el que hace el análisis de las palabras de
Castelli, que se manejó en forma ortodoxa y tradicionalista en relación a las
teorías del derecho público español anterior a la época. Me estoy refiriendo a
la doctrina del padre Suárez, quien sostenía que la soberanía era de las
comunidades vernáculas y no de los príncipes o de otros pueblos en caso de
acefalía. Esto ya lo afirmaban las antiguas leyes españolas. Castelli hizo una
exhumación de la vieja tradición española del tiempo de los Habsburgo, citando
las leyes anteriores de las Partidas y también de la Recopilación de Indias en
1860. Esta legislación preveía, en caso de acefalía, la reunión de los
representantes de cada comunidad en Cabildo Abierto, quienes precisamente
decidirían allí la forma de gobierno a adoptarse, supliendo la falta de rey
legítimo (Partida II, Título I, Ley IX sobre acefalía y Recopilación de Indias,
Ley I, Título I, Libro III sobre la Corona de Castilla). Y ese mismo fundamento
jurídico tiene el célebre voto de Saavedra al invocar la soberanía de nuestro “pueblo”
en la emergencia.
En
estas antiguas leyes se basó la teoría política para recuperar la soberanía del
“pueblo” de Buenos Aires en 1810, y no en las doctrinas novedosas del
racionalismo francés, ni en Rousseau ni en Montesquieu. En realidad, no se
estaba en presencia de una revolución, en el sentido que ahora damos a esta
palabra: golpe de fuerza, lucha de clases, etcétera, sino en el de una
verdadera restauración de viejas leyes que habían caído en desuso. No se trataba de ir contra España;
simplemente, se actuaba en beneficio del Río de la Plata, guiándose por una
especie de instinto de conservación “legalista” y no por ideologías. Algo más
tarde, al promediar 1810, desde el gobierno el “morenismo” intentó otra cosa,
pero fue barrido en diciembre por la Junta Grande.”
Roberto Marfany y Federico Ibarguren, La Revolución de Mayo, en AA. VV., "Historia Argentina", Editorial de Belgrano, 1977, Buenos Aires, pp. 16-24.