“¡Ay de la tierra, címbalo alado,que está a la otra parte
de los ríos de Etiopia,
a la cual envía embajadores por mar en barcos de papiro
que corren sobre las aguas!
Id, mensajeros veloces, a la nación arrasada, rasgada, a
aquel pueblo terrible,
después del cual no hay otro, a la nación que espera
(…)”
(Isaías 18, 1-2)
Cristóforo Colombo, ese es
el nombre
que en la pila sagrada
recibía,
un símbolo de Fe que
contenía
el destino ignorado por el
Hombre.
No fue su antojo que el
mundo se asombre,
pues el Gran Poderoso le
daría
la Gracia de cumplir la
Profecía.
Verdadera razón de ser
prohombre.
Porque así lo anunciaba la
Escritura.
Isaías, en efecto, decía:
“Más allá de las aguas de
Etiopía,
navegad y llevad la Fe más
pura”.
Portador de Jesucristo en la
hondura
inmensa que los mares
contenía.
En tu Niña, Pinta o Santa
María
navegabas trayectos de
aventura.
Cuando al fin recorría el
agua mansa,
una voz resonaba
fuertemente.
¡Divisaron el nuevo
continente!
Y el grito, ¡TIERRA!, que
hasta el Cielo alcanza.
El alma de Colón ya no
descansa,
ni se duerme la idea de su
mente:
llenarlo todo con la llama
ardiente
de la Fe, del Amor y la
Esperanza.
Mas, pérfidos y oblicuos
ocultaron
La antigua gloria de los que
han pasado
con la firmeza de los que
han sembrado,
la semilla prima que
en vida honraron.
Y sumidos de Mundo entronizaron
la imagen infernal que han
adorado,
la fría sangre con la que
han saciado
a los dioses a quienes
ofrendaron.
Los cobardes y llenos de
maldad
hoy gozan al quitar su
monumento.
Y borran de la historia el
fundamento
que alumbra con el faro de
Verdad.
Mas, quien quiera forjar la
Cristiandad,
y vencer el malsano
sentimiento
deberá retornar al fiel
cimiento
de la noble y gloriosa Hispanidad.
(Eduardo Peralta)
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